Mala gente que camina, de Benjamín Prado

Si bien el texto no es jamás un pretexto, como sabiamente advertía Lázaro Carreter en Cómo se comenta un texto literario (Cátedra, 1975), me ha parecido oportuno desoír su consejo y comenzar esta reseña con el poema que da título a la obra, explicando su significado en apenas unas líneas...  
Mala gente que camina y va apestando la tierra... escribió Antonio Machado en su “Soledades” (Poesías Completas: Austral, 1998). El poema se titula: “He andado muchos caminos” y en él Machado elogia lo cotidiano. El poema va dirigido a la gente sencilla, la que pasa desapercibida y por la que pasa el tiempo rápido y sin dejar huella, hasta la muerte. La principal preocupación del poeta en este poema se halla en el contraste entre gente buena y gente mala, ofreciendo una dura crítica contra quienes se creen mejores que la gente sencilla. Aparece el tema de la vida y de la muerte, ambos como camino, muy frecuente en los poemas de Machado.
SOLEDADES (1899-1907)   
                   II 
He andado muchos caminos,      
he abierto muchas veredas;    
he navegado en cien mares,    
y atracado en cien riberas.  
   En todas partes he visto      
caravanas de tristeza,        
soberbios y melancólicos      
borrachos de sombra negra,    
   y pedantones al paño          
que miran, callan, y piensan  
que saben, porque no beben    
el vino de las tabernas.      
   Mala gente que camina        
y va apestando la tierra…    
   Y en todas partes he visto        
gentes que danzan o juegan,            
 cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.
   Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan a dónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,
   y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.
   Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra. 
MACHADO. Antonio. Poesías Completas. Espasa Calpe, S.A., Col. Austral, Madrid, 1998        
Juan Urbano —narrador y protagonista de esta historia, es profesor de Literatura y jefe de estudios de un instituto madrileño— prepara, en el mes de diciembre, un ensayo sobre Carmen Laforet que presentará en una conferencia en Atlanta con el fin de allanar el terreno para una futura historia titulada Historia de un tiempo que nunca existió (La novela de la primera posguerra española) que le catapultará como escritor. Mientras busca información sobre la escritora descubre a otra de la misma época, menos conocida: Dolores Serma, que quedó olvidada tras publicar una única novela, “Óxido”. Ese descubrimiento fortuito surge gracias a una reunión con Natalia Escartín, madre de un alumno y nuera de la olvidada escritora, que acude al centro para resolver un asunto acerca de su hijo Ricardo Lisvano. Dolores Serma resulta no ser nada de lo que parece en un principio: adscrita al Régimen franquista, la autora de “Óxido” denuncia en su libro, entre líneas, el robo de los hijos a madres republicanas... El protagonista de esta novela, que vive en Las Rozas con su madre —con quien cada noche mantiene un intenso debate sobre teatro, literatura y política—, es un hombre de izquierdas cuya vida es monótona, rutinaria y aburrida. El instituto, las clases y las reuniones le quitan demasiado tiempo y el único gusto que se permite es desayunar y almorzar cada día en el Montevideo, restaurante que regenta el discreto Marconi. El resto del tiempo lo dedica a intentar sobrevivir a los alumnos, profesores, padres de alumnos y hasta el bedel. Si hay algo que gusta de Juan Urbano es su forma de ver la vida, su cinismo, su ironía, sus frases mordaces, lapidarias, que arrancan más de una carcajada al lector. El sueño de nuestro protagonista es llegar a escribir un libro del que tiene material más que de sobra: ideas, documentación, un hilo conductor..., pero lo que no tiene es tiempo. A él lo que le gusta es encerrarse en su despacho del instituto o en la biblioteca de casa a leer y a escribir. Le apasiona el período de la Literatura y la Historia de la España de posguerra y sólo quiere tranquilidad para poder avanzar en su trabajo. Ocupado en un ensayo sobre Carmen Laforet y su novela “Nada”, el profesor acumula más y más notas que le aproximan a la escritora cuando, de forma casual, descubre la existencia de Dolores Serma, quien en los años cuarenta conoció a Carmen Laforet en la biblioteca del Ateneo de Madrid, escribiendo ambas, a la vez, sus respectivas novelas: “Óxido” y “Nada”. Dolores Serma militó en la Sección Femenina a la par que escribía su libro; no obstante, su novela, que tendría que haber competido en las librerías de 1945 (un año después de la publicación de “Nada”) con la obra de Carmen Laforet, se volvió coetánea de otras como Tiempo de silencio, de Martín-Santos o Dos días de septiembre de Caballero Bonald al salir publicada ya en 1962 (dieciocho años después). ¿Qué impidió que se publicara antes?  
Al acompañar a Juan Urbano a través de las páginas del libro e ir conociendo más datos de la vida de Dolores Serma, el lector descubre que la misteriosa escritora fue miembro de Falange, que militó en la Sección Femenina, que participó en alguna Escuela de Hogar e, incluso, que trabajó durante muchos años al servicio de Mercedes Sanz Bachiller, fundadora del Auxilio Social y primera mujer de Onésimo Redondo, fundador de las JONS. Pero, de pronto, algunas piezas no encajan: ¿era real la fachada franquista de la escritora y la historia de su novela únicamente ficción o, por el contrario, su adhesión al Régimen era únicamente una máscara, una mentira, y la realidad, la verdad, es lo que denuncia en su novela? ¿Por qué una franquista como Dolores Serma denuncia en su novela, entre líneas, uno de los mayores dramas de la posguerra como es el robo de niños a las presas republicanas para serles entregados a familias afines al Régimen? Todas estas y otras muchas preguntas son las que se plantea nuestro protagonista a lo largo de su investigación que cada vez le sorprende, le apasiona, le fascina y le absorbe más, lo mismo que le ocurre al lector conforme avanza las páginas de esta intensa y conmovedora novela que nos sitúa en los años más feroces del hambre y la represión. Ya en el capítulo ocho Juan Urbano se pregunta qué empujó a Dolores Serma a seguir con la familia Bedoya-Sanz Bachiller durante los veinte años que siguieron a la destitución de la fundadora del Auxilio Social en 1939. La respuesta lleva el nombre de Julia, la hermana pequeña de Dolores Serma (de quien tenemos conocimiento en las primeras páginas y, de nuevo y  de pasada, en este capítulo) ¿Qué problemas tuvo con la justicia Julia para que fuera necesaria la mediación de la viuda de Onésimo Redondo para solventarlos? ¿Qué porcentaje de la gratitud de Dolores Serma a Mercedes Sanz Bachiller estaba destinado a amortizar tal mediación?
Mala gente que camina / y va apestando la tierra… 
Y en todas partes he visto / gentes que danzan o juegan, /        
cuando pueden, y laboran / sus cuatro palmos de tierra.
Tras las charlas y conferencias de Atlanta —que ocupan los capítulos ocho y nueve—, el profesor se cita con Natalia Escartín en el Hotel Suecia y la convence para que lleve al Deméter a su marido, Carlos Lisvano, y al resto de amigos con los que pasará la Navidad, dado que pretenden celebrarla fuera de casa. Allí, se dice para sí el protagonista, podrá conseguir más datos sobre Dolores Serma. Antes de dar por finalizada la primera parte del libro (los diez primeros capítulos de un total de veinte), el narrador nos sorprende con una interesante revelación, de la que no haremos partícipe al futuro lector para no estropearle la historia. Conforme avanzan los capítulos y gracias a todo lo que le cuentan los Lisvano, el protagonista averigua más cosas sobre la vida de la misteriosa escritora de “Óxido”. En su novela, la autora describe con absoluta veracidad la historia de una mujer a quien le roban el hijo y la obligan a entrar en el Auxilio Social donde será violada en reiteradas ocasiones por los soldados hasta que encuentra la muerte. Otra mujer, haciéndose pasar por la madre de su hijo, recupera al retoño que se halla en manos de una familia pudiente. Gracias a Juan Urbano, el protagonista de esta historia —quien, por cierto, no desvela su nombre hasta la última línea de la obra—, se descubre cuál es la verdadera identidad de la mujer del libro y toda la información que se había ocultado. En cuanto a la conferencia de Atlanta, resulta todo un éxito, siendo invitado el profesor a repetirla en otros muchos lugares.
 
Si bien la novela arranca con una serie de secundarios —Bárbara Arriaga, la maestra de física y química del instituto en el que trabaja nuestro protagonista; Miguel Iraola, el profesor de matemáticas; Julián, el conserje aquejado de Síndrome Alimentario Nocturno; Marconi el camarero del Montevideo; Virginia, ex del protagonista y dueña del Démeter; Gordon McNeer, el profesor anfitrión de Georgia; y, por supuesto, la instruida Madre del protagonista— que intervienen con más o menos frecuencia en la narración, los verdaderos protagonistas de la historia no son sino Juan Urbano, Natalia Escartín, Carlos Lisvano y Dolores Serma (y su hermana Julia) en cuanto personajes de ficción y en cuanto que reales: Carmen Laforet, Carmen de Icaza, Mercedes Sanz Bachiller, Onésimo Redondo, Antonio Vallejo Nájera, Martínez de Bedoya, Serrano Súñer, Pilar Primo de Rivera y una cuantiosa enumeración de figuras públicas y escritores falangistas y republicanos —traídos a colación a lo largo de toda la novela— encuentran un lugar principal en esta historia que gira en torno a las escritoras Dolores Serma y Carmen Laforet y en torno también a sus opuestos destinos: Serma, que nació en Valladolid y escribió una única novela titulada “Óxido”, sería enviada junto a su hermana Julia a un internado madrileño al fallecer el más pequeño de sus tres hermanos varones. Por su parte, Carmen Laforet, autora de “Nada” con la cual ganó el premio Nadal, nació en Barcelona, se casó y tuvo cinco hijos. El narrador presenta a las escritoras como amigas (o al menos conocidas) y las hace coincidir en el tiempo y el espacio al situar a ambas en la biblioteca del Ateneo de Madrid donde habrían compartido su vocación. 
La novela Mala gente que camina, situada en el presente, nos narra a través del protagonista la vida de un profesor de instituto y, a través de Dolores Serma, el pasado (la posguerra española). Tiene su desarrollo en España, en la comunidad de Madrid: en el instituto y la casa del protagonista, en sus calles, los restaurantes y los hoteles; también en el avión de ida a Atlanta, en los hoteles y restaurantes de la ciudad de Georgia y en no pocas localizaciones situadas en “Óxido” y en las notas llenas de datos que el profesor consulta y a las cuales los lectores nos incorporamos con más o menos agrado y sin remedio.
El libro se divide en 20 capítulos todos ellos extensos. Su estructura interna es lineal en cuanto al presente narrado por Juan Urbano ya que no hay saltos en el tiempo, comenzando en diciembre la historia y terminando en junio con al fiesta de fin de curso. Los únicos saltos en el tiempo que se registran son los que guardan relación con la vida pasada de las escritoras a las que se alude en la obra. Al principio y a lo largo de ella el narrador nos presenta a más y más personajes. El desarrollo es ameno y a medida que avanza se revelan situaciones que serán claves dentro de la historia. El autor se apoya en frases, citas de algunos escritores reales, para exponer sus propios pensamientos —como en esta de Ana María Matute: “Cuando el deseo se cumple, el sueño se rompe”—. En esta historia se narran hechos reales ademas de la ficción que no dejan indiferente al lector. Algunos de los fragmentos que señalamos a continuación son difíciles de olvidar y dañan la sensibilidad del lector por el realismo que desbordan: 
En el verano del 39, en menos de tres meses, violaron a infinidad de mujeres. No sólo ocurría esto dentro de las cárceles, también fuera. A muchas les hacían beber aceite de ricino para que arrojaran el comunismo del cuerpo, las paseaban por las calles con la cabeza rapada y un cartel en la espalda que decía: por roja. Eran obligadas a saludar con el brazo en alto al estilo fascista y cantar el cara a sol mientras barrían las aceras y fregaban los suelos de las iglesias. 
Al dar a luz se la llevaron de la cárcel Las Ventas a la prisión de Madres Lactantes donde sólo le dejaban pasar con sus hijos una hora. Y allí a los niños los levantaban a las 7 de la mañana para rezar el Credo, muchos cogían bronquitis y se morían. Comían alpiste con bichos y si lloraban les ponían el culo muy muy cerca de las hogueras que encendían. Del asco que les daba la comida a los niños estos la vomitaban. Para rematar, les obligaban a comerse el devuelto.
Pasajes clave de la obra tienen lugar cuando Natalia Escartín da los documentos de su suegra al profesor para que éste obtenga toda la información acerca de Dolores Serma. Gracias a ellos, lector y protagonista descubren quién es en realidad Carlos Lisvano y por qué la escritora trabajaba en el Auxilio Social. Pero el momento más importante de todos se da cuando averiguamos que la protagonista de “Óxido”, la historia que escribió Dolores Serma, en efecto existió y que la mujer a quien describe es real. Que todo es real.
Una historia que intenta bucear en las aguas negras del franquismo, en el cinismo, la manipulación y la mentira que protagonizaron muchos de los escritores más conocidos de la posguerra. Una novela que habla de Literatura, de libros, de autores, de sus obras y sus vidas, de lo que conocemos de ellos y de lo que intentaron que permaneciera oculto, escondido. Una novela que nos habla del robo de bebés, un tema que no era conocido ni mediático hasta que en 2006 un valiente Benjamín Prado lo denunció en esta obra imprescindible para cualquier amante de la Literatura y de la Historia. Una obra con un ritmo ágil, que seduce y absorbe de principio a fin, en la que se nos habla de temas duros, áridos, difíciles y dolorosos al mismo tiempo que logra hacernos reír y arrancarnos muchas más de una sonrisa. Prácticas que quedaron impunes, como ese canje de niños que citábamos más arriba, arrancados del seno de sus madres perdedoras y depositados en las casas de familias decentes. Si eran revoltosos o mínimamente rebeldes regresaban al hospicio o a esos lugares siniestros como la cárcel de Ventas, donde podían ser alimentados con gasolina hasta conseguir que sus madres se volvieran locas. Fueron cosas que Prado comprobó un día viendo en la televisión un reportaje, Los niños perdidos del franquismo, producido por TV-3. Eran métodos aprobados y alentados por los gerifaltes del franquismo, cuya misión fue limpiar España de rojos y rebeldes, y que apoyaban sus atrocidades en la seudociencia de personajes como Antonio Vallejo Nájera. “Era un tipo que creía poder demostrar que el marxismo era una enfermedad contagiosa. En vez de encerrarle por loco le dieron la dirección del servicio psiquiátrico del Ejército”. Allí, Vallejo Nájera podía disfrutar de cuantos conejillos de indias quisiera para demostrar sus teorías alucinatorias. Pero hubo más: escritoras como Carmen de Icaza, “que se hizo cargo del Auxilio Social para poner en práctica lo de la entrega de niños, algo que sospecho no quería hacer su anterior responsable, Mercedes Sanz Bachiller”; además de otros cuyo pasado no ha logrado despojarse de su propia inmundicia con biografías rediseñadas, como Dionisio Ridruejo o José María Pemán... “Ésta es una novela contra la impunidad y los falsos prestigios también, que fueron lógicos en un país que sufrió 40 años de dictadura pero que no tienen ninguna razón de ser ya hoy”.
La novela navega entre esas biografías negras y la lucha por la decencia de otros personajes, como el que Prado ha querido inventar al lado de una novelista como Carmen Laforet, autora de la legendaria “Nada”. Dolores Serma se llama la ficticia autora de “Óxido”, la novela cuyo estudio lleva a Juan Urbano, el protagonista de Mala gente que camina, a investigar todas las atrocidades que se dejan entrever en un texto tan kafkiano e impregnado de calidad literaria como despreciado por sus contemporáneos. Dolores Serma, a quien Caballero Bonald y Carlos Barral citan en sus memorias, sostiene nuestro protagonista, fue precisamente alguien que mantuvo la guardia en alto frente a la impunidad. “Alguien lúcido y espantado en un país donde hemos cerrado demasiado los ojos, donde nadie vio a los prisioneros del último campo de concentración que existió en España hasta 1962, en Sevilla, donde nadie vio cómo enterraban en las cunetas a los fusilados, donde nadie ha visto nada”, asevera Benjamín Prado, el autor de esta obra. 
PRADO, Benjamín. Mala gente que camina. Alfaguara (Penguin Random House), Barcelona, 2006. Un profesor de instituto investiga, casi por azar, la historia de una enigmática escritora que pese a ser militante de la Sección Femenina y la organización de beneficencia infantil Auxilio Social, publicó una única novela en la que parece denunciar, entre líneas, uno de los mayores dramas de la posguerra: el robo de niños a las presas republicanas para serles entregados a familias afines al Régimen. Es ésta una novela que intenta «bucear en las aguas negras del franquismo y desactivar las verdades minadas con que sus protagonistas habían sembrado el territorio conquistado». Una conmovedora historia sobre la España de los cuarenta, los años más feroces del hambre y la represión. Cuando el profesor, protagonista de la historia que se nos narra, descubre en su investigación (acerca de una escritora fiel al régimen franquista) que ella publicó una novela de denuncia sobre el robo de niños a las presas republicanas, se da cuenta de que la verdad resulta ser una gran farsa, representada en un mundo cínico donde los escritores falangistas más célebres no eran los tempranos opositores al sistema que cuenta su leyenda, sino oscuros manipuladores de la verdad y de sus propias biografías... 
Benjamín Prado
Benjamín Prado (Madrid, 1961) colaboró con diversas publicaciones en los años 80. Su libro, Mala gente que camina, es una obra de más de 400 páginas que se lee en apenas unas horas y se sufre y disfruta a partes iguales. Atrapa desde el principio, cada página absorbe la atención del lector manteniéndole ajeno a todo lo que no sea su lectura. Ochenta años han pasado ya desde el golpe de Estado perpetrado por una parte del ejército español en julio de 1936. Una sublevación militar dirigida contra el gobierno de la Segunda República Española surgido de las elecciones de febrero de ese mismo año dio lugar a la Guerra Civil Española (1936-1939), cuyo desenlace final sería la dictadura del general Franco. A cuarenta años de la muerte del dictador, todavía sigue vivo en la memoria colectiva el recuerdo de lo acontecido durante aquellos años de hambre, miseria e injusticia. En 1936 los comunistas mataron a miles de hombres en Paracuellos y entre 1939 y 1947 se ejecutó, oficialmente, en España, a una media de diez personas al día. Cualquier familiar de un republicano preso, los cuales llevaban como una cruz el estigma de la desafección al Régimen, sufrieron purgas y humillaciones continuas hasta el fin de sus vidas. El país, infestado de campos de concentración, que albergaban a no menos de 500.000 hombres, fueron cantera de esclavos de las famosas Colonias Penitenciarias Militarizadas y las zanjas interminables que se abrieron a lo largo y ancho del país no fueron otra cosa que las fosas comunes de Franco en las que aún yacen los vencidos. La novela de Benjamín Prado surge —como afirma el propio escritor— «de una sensación de injusticia; en este país, la transición lo ha tapado todo y nos hemos engañado durante mucho tiempo. Aquel acuerdo político se exportó a otros países, pero lo terrible es que antes habíamos exportado también otras prácticas más siniestras a Uruguay, Chile, Argentina...».