Historia de los Estados Unidos

ÍNDICE
I
HISTORIA DE LA NORTEAMÉRICA INGLESA 
Norteamérica antes de la colonización del Imperio Británico en 1607
Luchas de religión en Inglaterra y migración a las colonias en América (siglos XVII-XVIII)
La sociedad inglesa norteamericana antes de la Guerra de las Trece colonias
II
HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS
La Guerra de Independencia de las Trece colonias (1775–1783)
Los primeros estadounidenses (1784)
Colonización de África y comercio de esclavos (Siglos XVI-XIX)
La Guerra de Secesión y la abolición de la esclavitud (1861-1865) 
Si existe un estudio fascinante en la etnología o antropología cultural, lo es, sin duda, el de las culturas americanas anteriores al descubrimiento. El etnólogo se siente atraído por el misterio de ese mundo inmenso que es el doble continente americano, con sus casi 15.000 kilómetros de Norte a Sur, rodeado hoy de agua que lo aísla del resto de las tierras emergidas y que por caminos peculiares se pobló y creó innumerables formas propias de cultura antes de ser dominado por el impulso incontenible de los europeos. Los estudios actuales demuestran la dificultad que existe para clasificar culturalmente a los pueblos indígenas de Norteamérica. Los indios de los independizados Estados Unidos se diferenciaron desde el siglo XVIII de los de Canadá, país que permaneció bajo control británico durante más tiempo, pero el hecho de haber sido sometidos a una cultura de lengua inglesa les ha dado ciertos rasgos de homogeneidad.
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I
INTRODUCCIÓN
HISTORIA DE LA NORTEAMÉRICA INGLESA
NORTEAMÉRICA ANTES DE LA COLONIZACIÓN DEL IMPERIO BRITÁNICO EN 1607
Con la denominación “indios de Norteamérica” hacemos referencia al actual territorio de Canadá, a los Estados Unidos anglosajones y a los del Gran Suroeste estadounidense. Lo reciente de la ocupación europea en América en contraste con el tiempo de ocupación de los nativos americanos hace que estos últimos deban ser entendidos en términos culturales en una escala de observación más amplia. Los etnólogos calculan que, antes de la llegada de los europeos, Norteamérica estaba ocupada por entre cinco a diez millones de habitantes, que se repartían en diversas áreas culturales en las que vivían pueblos con modos de vida y costumbres diversas que son denominados de manera genérica como indígenas norteamericanos o indios de Norteamérica, y que agrupan al menos unas seiscientas tribus conocidas, aunque en ocasiones se alude genéricamente a todas las tribus aborígenes del territorio con el nombre de “pieles rojas” por el color cobrizo de su piel. Los antropólogos y etnohistoriadores han trazado un mapa cultural de los indios de Norteamérica para poder hacer una clasificación de las culturas indígenas. Por la forma de su supervivencia, los pobladores nativos se dividieron entre indios de los lagos, que vivían de los productos de la pesca; de los bosques, generalmente cazadores sedentarios que utilizaban también la práctica de la recolección; y de las llanuras, ocupadas por cazadores nómadas.
Las tribus se distribuyeron geográficamente de manera estratégica adaptándose al espacio ocupado. Compartieron algunas costumbres aunque sus lenguas variaban de acuerdo a los grupos humanos. Normalmente se clasifican por las áreas geográficas ocupadas y por sus diferencias culturales y étnicas en cuanto a la economía, la cultura material, la organización sociopolítica, las creencias sobrenaturales, la visión del mundo y el ceremonialismo. Se diferencian entre los del Sudoeste, del Sudeste, de las Grandes Llanuras (donde se practicaba la caza del búfalo de forma periódica), de la región intermontañosa de California, de las Praderas, y de la meseta de Columbia, así como el área Subártica, la costa noroccidental del Pacífico y el Ártico. Los indios del Sudoeste habitaron unos territorios muy extensos que se denominan usualmente desiertos. El área cultural abarca Arizona, Nuevo México, la zona meridional de Colorado y la zona limítrofe de México que corresponde a los estados de Sonora y Chihuahua. Los indios del Sudoeste pertenecieron al culto Kachina, destacando por sus costumbres guerreras los navajos, que eran nómadas al igual que los apaches. Otra de las tribus del Sudoeste fue la de los mohaves, que eran excelentes guerreros pero también se dedicaban a la actividad agrícola.
El grupo cultural llamado generalmente indios del Sudeste es menos conocido por los etnohistoriadores, pero se sabe que se trató de pueblos agricultores que aprovecharon un clima más cálido y propicio para la cosecha de verduras y frutas. El área cultural incluye los estados actuales de Arkansas y Luisiana, hacia el Oeste, hasta el océano Atlánico en el Este, y desde Florida hasta Tennesse y Virginia. Es la región más compleja de los Estados Unidos de tradición anglosajona, y haciendo un puente entre las áreas culturales del Sudeste y el Nordeste están los shawnees. Como la región adyacente, la del Noreste, posee abundantes bosques, el clima es cálido y húmedo, y es el territorio ocupado tradicionalmente por los conocidos cheroki (cherokee), los semínola, los creek y otros pueblos. En el caso de los indios de las Praderas y de las Llanuras, la caza mayor permitió la persistencia de una economía cazadora durante mucho más tiempo, y el desarrollo del arco y las flechas, la lanza y las porras con cabeza de piedra. La Gran Pradera incluyó los territorios del centro de Canadá hasta Texas, y desde las montañas Rocosas hasta el río Mississippi. En esta área cultural se establecieron los sioux, los pies negros (blackfoot), los mandan, los corbeaux, los cheyenes y pawni en el centro, y los kiowa y comanches al Sur; al Suroeste habitaban los apaches, en la frontera mexicana. Normalmente se considera que el indio de las Praderas es el típico indio americano, por su vestido de piel, sus plumas de águila y los ornamentos majestuosos y espectaculares, y ello porque los indios de Norteamérica son quizá los más diversos y al mismo tiempo los más estereotipados, entre otras cosas, por las películas de Hollywood.
El apelativo de indios de las Llanuras también se extiende a los grupos de pawni, arapaho, hidatsa, shoshon y wichita, entre muchas otras tribus de cazadores de bisontes cuya actividad económica los forzaba a continuos movimientos. Conocían el intercambio y se establecieron en las riberas del río Missouri. Algunos de ellos procedían del río Minnesota y mantuvieron intensos contactos con los blancos en el proceso de ocupación del territorio, que en la llanura tuvo como actor privilegiado al caballo, introducido por los españoles. En la zona cultural de la Gran Cuenca desértica del Oeste de los Estados Unidos predominaron los ute, los zuni, los hopi, los paiute y otros. Los indios del Nordeste cubrieron una zona cultural que abarca desde el estrecho cinturón costero extendido desde el norte de Alaska al norte de California hasta el norte de la frontera actual entre Estados Unidos y Canadá. Se incluyeron tribus de los cayuga, los micmac, los ojbwa y los hurones; también de los iroqueses, enemigos feroces que entraban en combate haciendo uso de arcos, flechas y tomahawks, una especie de hacha de hoja fuerte y afilada. Hubo dos grupos lingüísticos principales, los algonquinos y los iroqueses. Las mujeres (squaws) solían ocuparse del cultivo del frijol, del maíz y de la calabaza. Se calcula que la tribu de los hurones llegó a estar constituida por treinta mil indios, que ocuparon, al menos a la llegada de los europeos, el actual Sur de Ontario y Canadá, una región limitada al Oeste por el lago Hurón —de allí el nombre— y al Este por el lago Simcoe. El nombre de los hurones fue inventado por los traficantes y los misioneros blancos, ellos preferían ser denominados wendat, que significa «habitantes de una península». Los wendat estaban vinculados lingüística y culturalmente con las cinco tribus iroquesas que ocupaban el norte del actual estado de Nueva York, el valle de San Lorenzo y parte de la región de los Grandes Lagos. Pese a las coincidencias culturales —como por ejemplo el hecho de vivir en grandes chozas y tomar la filiación del clan de los antepasados—, se trataba de tribus enemigas. Encontramos en esta área también a los tsimshian y haida.
En la costa Noroeste, las comunidades locales tenían más fortaleza que las tribus en sentido político, aunque entre estas últimas destacan los yonkalla, los kusa, los haida y los nootka, que se dedicaban a la pesca y al trueque. Los rituales vinculados con la pubertad femenina eran habituales y eran efectuados por los chamanes. De todas las áreas culturales de Norteamérica es la más distintiva, por culturas sedentarias, monumentos permanentes y arquitectura en madera a gran escala. La región se extiende desde el sureste de Alaska, con el litoral costero y las islas, a través de los fiordos de la Columbia británica canadiense, cruzando la bahía de Puget Sound. El área cultural está delimitada geográficamente por una franja de islas y masa continental costera entre el mar y las cordilleras montañosas, por lo que había varios estilos regionales de canoas. El calificativo de indios de California incluye a los kato, los pomo y los washo, entre otros, dedicados al tejido en el caso de las mujeres, a la pesca y la caza de animales en el caso de los hombres. Su recurso principal eran las bellotas y los conejos, venados, antílopes, alces y peces. En el Ártico, la cercanía al Polo Norte hace que la región sea gélida y con tres meses de oscuridad. Las comunidades nativas cazaban ballenas y pescaban en el litoral, y los antropólogos denominan culturas de Dorset y de Thule a los primeros pobladores del Ártico central y oriental. Disponían de trineos y una especie de kayaks para desplazarse por la nieve. El sistema de organización de los pueblos fue el parentesco, clave de la estabilidad, de la supervivencia y de la integridad comunal. Las ceremonias rituales reunían la vida religiosa y la vida cotidiana en todas las zonas culturales norteamericanas. La mitología de los iroqueses, por ejemplo, se fundaba en un dualismo cósmico de lucha permanente entre el «águila-espíritu tonante» y la «serpiente acuática con cuernos» del inframundo. Otros genios de la naturaleza incluían las «tres hermanas divinas» (maíz, frijol y calabaza) y los «cuatro dioses del viento». Las danzas rituales se acompañaban del potlach, fiesta ceremonial de los indios del Oeste de Norteamérica en la que se otorgaban regalos a los convidados para demostrar la riqueza y la generosidad del anfitrión.
Junto a las ceremonias, las guerras emprendidas por los nativos tenían como finalidad la demostración del coraje, la valentía y la destreza, y no sólo la destrucción del adversario, ya que la lucha formaba parte de la concepción ritual de la organización de la comunidad. En esa cosmovisión las creencias religiosas ocuparon un lugar central: los indios no compartieron una concepción monoteísta pero sí que confiaban en la existencia de espíritus con los que era necesario congraciarse —mediante regalos, fiestas o danzas rituales y ceremoniales— para obtener beneficios en la vida cotidiana tales como una abundante cosecha de maíz, una prolífica caza, o lluvias para los cultivos. En el caso de los indios del Nordeste, por ejemplo, creían en la existencia de un gran dios, Manitú, creador de todas las cosas, y entre sus danzas más típicas, generales por otra parte entre todas las tribus, encontramos la danza del Sol, de la serpiente y de la muerte, en cuya realización destacaron siempre los «chamanes», a quienes se denomina brujos pero que eran, en realidad, los dueños del conocimiento de los efectos medicinales de hierbas y plantas de la región en que vivían. Ese dominio de la Naturaleza daba al «chamán» un gran poder en relación a su comunidad, a la que de alguna manera mantenía organizada. Dicha organización dependió también del culto a los muertos. La organización socio-política, por su parte, estaba en manos de un consejo de ancianos, los cuales, reunidos en asamblea, discutían con el jefe de la tribu cuestiones relacionadas con la paz, el intercambio o la supervivencia del grupo. Como rasgos generales a todos estos grupos podemos señalar el uso de tiendas en las que vivían los diversos grupos familiares y que recibieron el nombre de tipis. Las tiendas eran de forma cónica, generalmente hechas con una carcasa de palos cubierta de piel de bisonte, y fueron utilizadas masivamente por los indios de las Praderas pero también fueron adoptadas por otras tribus por la facilidad con que se desmontaban y transportaban. Los wichita, sin embargo, construyeron verdaderas casas haciendo uso de madera, ramas y hierbas. Los alimentos eran objeto de sencillas técnicas de conservación, utilizando vasijas de cuerno, cuero y madera.
Los indígenas de Norteamérica vestían ropas realizadas con pieles curtidas de los animales cazados en el territorio, y se adornaban con plumas de ave. Las primeras armas fueron confeccionadas con puntas de pedernal de obsidiana, y los mitos y leyendas conservados relatan que los dioses proveyeron a estos grupos humanos, mediante actos mágicos, de flechas y arcos para ser utilizados para la caza y contra los posibles enemigos. El arco y la flecha utilizada como arma de caza aparecen en amplias zonas prehistóricas en el primer milenio de nuestra era. El desarrollo de la agricultura fue uno de los fenómenos culturales más revolucionarios porque permitió la sedentarización y el uso intensivo de plantas y ciertos animales domesticados, así como un lento crecimiento demográfico. La evolución cultural permitió entonces la emergencia de una gran variedad de formas de vida y de adaptación medioambiental, pero a diferencia de algunos grupos indígenas del México actual, los indios de América del Norte hicieron uso de una escritura de carácter ideográfico mucho más rudimentaria y, por supuesto, carecieron de un sistema escrito que nos permita conocer su opinión ante la llegada de los europeos, que se produjo con ventajas tecnológicas tales como el acero, la pólvora, la rueda, y el caballo. Se conoce que en tiempos antiguos se consideraba que los varones llegaban a la mayoría de edad a los catorce años y que en ese momento debían pasar por los ritos de iniciación que servían para definir la virilidad y, por ende, para ingresar en la cultura propia. En estos grupos humanos, los ancianos desempeñaron un papel muy importante, ya que controlaban la crianza de los niños y eran consultados sobre las decisiones más importantes tomadas en conjunto, ya que la comunidad era considerada la extensión de la familia natural.
Las mujeres también cumplieron un rol en tanto dadoras de vida, y por ello eran veneradas. Entre las mujeres, el rito de transición lo señalaba la primera menstruación, tras la cual solía ser recluida unos días en aislamiento. Dada la gran variedad cultural y lingüística de las tribus inventaron un lenguaje muy original y útil el lenguaje del humo, que era una especie de código que aprovechaban en los momentos de la caza o de la guerra, es decir, para asegurar la subsistencia o para prevenir de alguna amenaza externa. La amenaza, sin embargo, vendría realmente por mar: una año después del primer viaje de Cristóbal Colón, Juan Caboto comenzó a planear una ruta para llegar a las Indias por el Norte. En 1497, Caboto tomó posesión de Terranova en nombre del monarca británico y a partir de entonces, tanto los ingleses como los portugueses fueron estableciendo las bases de la industria del bacalao seco en el Atlántico norte, que atrajo también a franceses y españoles. Las actividades misioneras y de colonización de los españoles también alcanzaron América del Norte, en el actual norte de México, Arizona, Nuevo México, Florida, California y Texas, y afectaron a numerosos grupos de población indígena, en su mayoría cazadores-recolectores, que se repartían en un área diversa. Hacia 1525 ya se habían establecido contactos con indios de las zonas más septentrionales de Nueva Inglaterra pero no había aún un asentamiento permanente en la costa atlántica norteamericana. España procuró con el envío de varios aventureros el dominio de Norteamérica, mientras Francia, en guerra con España, hizo lo propio comisionando a Giovanni da Verrazzano y luego a Jacques Cartier. Pero la expedición más importante del siglo XVI fue la de Hernando de Soto, que, tras servir a Francisco Pizarro, se internó por el interior de Norteamérica. Sus informes y memorias han servido para estudiar las sociedades aborígenes de la región antes de que entraran los colonos, como luego ocurriría con las memorias de la exploración de Tristán de Luna en 1559 y la de Juan Pardo de 1556-1568.
Los primeros asentamientos europeos permanentes en el actual territorio estadounidense anglosajón se dieron en la década de 1560. Ello demuestra que los contactos entre los europeos y los indios ocurrieron varias décadas antes que los asentamientos continuados, que dieron lugar a la aparición de documentos coloniales más fiables. Esos documentos nos hablan de una población diezmada por enfermedades como la viruela, el sarampión, la gripe, el cólera y la peste bubónica. Los cálculos de población en el momento de la llegada de los europeos a Norteamérica oscilan entre los 10 y los 18 millones para los actuales territorios de Estados Unidos y Canadá. Las epidemias mermaron la población indígena hasta bien entrado el período colonial, y especialmente a los indios de las Llanuras y de California. Los efectos de la caída demográfica incidieron en la cultura de los indios que entraron en contacto con los europeos y sobre los cuales existen rastros documentales, pero también las exploraciones, las confrontaciones militares y los asentamientos permanentes y comerciales transformaron las culturas nativas. Los ritos religiosos y las costumbres sociales fueron tratados como propios de salvajes, y no hubo una descripción objetiva de las tradiciones culturales y de la espiritualidad indígena. Cuando los «blancos» invadieron sus territorios con el argumento de que expandían la civilización y la cultura (basándose en conceptos tales como el «progreso» y el «destino manifiesto» estadounidense del siglo XIX, que propugnaba la expansión territorial), los indios empuñaron las armas. El argumento esgrimido por los europeos para ocupar territorios poseídos por los indígenas era que estaban «vacíos» y que, de alguna manera, permanecían «desiertos». Dispuestos a defender sus tierras, la guerra defensiva de los indios transformó gran parte de sus códigos culturales y de sus usos y costumbres. Muchos de ellos, con sus cuerpos tatuados para invocar el favor de los dioses, murieron en una guerra desigual. A lo largo de los años, han ido desapareciendo casi la totalidad de culturas indígenas de Norteamérica.
La historia norteamericana de los primeros pobladores de tierras hoy canadienses y estadounidenses, se cierra con la vida de Pocahontas (1595, Virginia – 1617, Londres), la princesa india norteamericana, hija mayor del cacique Powhatan (jefe de la confederación algonquina), a quien en su lengua materna, habían llamado realmente Matoaka, y a quien, sin embargo, se le conocía por el apelativo cariñoso de «Pequeña silenciosa» (Pocahontas). Fue hecha prisionera por los ingleses en 1613 y se convirtió al cristianismo ya bajo el nombre de Lady Rebecca Rolfe (ver imagen superior), al contraer matrimonio con el colonizador inglés John Rolfe en 1614. Con éste tuvo un hijo llamado Thomas Rolfe y, tres años después, a la edad de veintidós años, la joven Matoaka fallecería de una extraña fiebre (se cree que de tuberculosis), despidiéndose así de un mundo que habría de transformarse aún más de lo que sus ojos habían contemplado en vida. Su matrimonio con Rolfe pretendió contribuir a mejorar las relaciones entre los indios y los colonizadores. En la imagen que vemos sobre estas líneas, Matoaka Whittle Sims, nacida en 1844, en Pittsylvania County, Virginia, descendiente de Pocahontas.
La declaración que el gobierno estadounidense hizo en 1787 —año en que fue redactada la Constitución— respecto a los indígenas del territorio estuvo cargada de promesas que se rompieron muy rápido. La ocupación de los territorios indígenas por nuevos colonos entre 1776 y 1860 arrasó con pueblos y culturas. Uno de los militares más famosos, el general Custer, encabezó una de las ofensivas más sonadas contra los indios de las praderas norteamericanas y acabó muriendo en la batalla de Little Bighorn River luchando contra los sioux, a los que pretendía echar de sus tierras. La última de las batallas tuvo lugar en Dakota del Sur, en Wounded Knee, en 1890, cuando las tropas norteamericanas asesinaron a un grupo de mujeres y niños sioux. En 1890, la última de las tribus indígenas vencidas fue conducida y recluida en una reserva de las que se repartían por toda Norteamérica. Junto a las luchas por la ocupación de los territorios, las epidemias y las malas condiciones de vida mermaron aún más a las poblaciones. Actualmente, los indios norteamericanos viven en reservas en las regiones centrales y occidentales de Estados Unidos y Canadá. En algunos casos, como los indios pueblo, han mantenido su propia cultura, y en la actualidad viven en diversos poblados en los estados de Colorado y Arizona, en una combinación de viviendas antiguas y modernas, y ganan su sustento con la agricultura y la cerámica, por la cual son famosos en todo el mundo.
Los comienzos de la grandeza británica, con la formación del Imperio inglés y la conquista posterior del norte de América se debieron a la ruptura de la Iglesia anglicana con la Iglesia católica llevada a cabo por Enrique VIII, padre de Isabel I de Inglaterra. Dicha ruptura con el pontífice se inició, más que por una conversión nacional al protestantismo, por la conveniencia personal del rey. Necesitaba éste una dispensa del Papa para divorciarse de su esposa, y además dinero para sus gastos. el Papa se resistió a satisfacer su capricho matrimonial, y como expediente para procurarse recursos nada había tan rápido y provechoso como la desamortización o confiscación de los bienes eclesiásticos. Enrique VIII logró ambas cosas, licencias y dinero, estableciendo una Iglesia semirreformada, de la que él quedó como jefe espiritual y temporal. No creemos que valga la pena extendernos en este episodio, ni en los esfuerzos del rey para regular el culto de la Iglesia anglicana, haciendo escribir por satélites y prolongando el mismo monarca su texto de doctrina cristiana. Pero algunos incidentes del comienzo de la Reforma inglesa son tan significativos, que no podemos dejar de mencionarlos. En 1530, Enrique VIII se hizo llamar cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra; en 1533, el Consejo Real acordó que desde entonces al Papa se le llamaría obispo de Roma; en 1535, el Parlamento decidió cerrar las casas de religiosos que tuvieran menos de mil pesos de renta al año; la reducción de los monasterios fue llevada al extremo, y con la excusa de destruir reliquias el rey despojó a las iglesias de sus tesoros, incluso al santuario nacional de Santo Tomás de Canterbury. El mismo año el Papa le excomulgó.
El rey, sin preocuparse mucho, hizo aprobar por el Parlamento los llamados «Seis artículos», que eran tanto como establecer la Inquisición en Inglaterra, pero al servicio del poder real. Los «Seis artículos» se referían a seis dogmas que los fieles debían aceptar sin discusión, bajo pena de muerte en la hoguera y confiscación de bienes si disentían. Acaso el lector creerá que los «Seis artículos» impuestos por Enrique VIII eran de tenor protestante. Nada de eso. Enrique VIII imponía pena de muerte a aquel de sus súbditos que dejara de creer en el dogma de la transubstanciación, esto es, que el pan y el vino se transubstanciaban en carne y sangre de Cristo. Los fieles tenían que renunciar a comulgar en las dos especies; los eclesiásticos no podían contraer matrimonio, y todo el mundo tenía que admitir que las misas y la confesión auricular eran convenientes. Es decir, que Enrique VIII era en todo papista, menos en permitir que el «obispo de Roma» se entremetiera en su conducta y cobrara beneficios en sus estados. En 1547 murió Enrique VIII, dejando como sucesor a un muchacho de diez años que tuvo de su tercera esposa Juana Seymour. Dejaba también dos hijas, la mayor, María, nacida en 1516 de su primera esposa Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, y otra, Isabel, nacida en 1532 de su segunda esposa Ana Bolena.
Por aquel entonces un consejo de regencia gobernó en nombre del rey Eduardo VI, menor de edad. Los consejeros del rey se esforzaban en espiritualizar la Reforma de su padre, Enrique VIII, aboliendo, sin embargo, los llamados «Seis artículos» que el propio rey hubiera mandado aprobar al Parlamento. Ordenaron, a este respecto, unas visitas, a fin de examinar al clero para poder dar cuenta de su capacidad e ilustración. Se han conservado algunos de los resultados, todos en extremo escandalosos. En la diócesis de Gloucester, por ejemplo, en el año 1551, de 311 sacerdotes que se examinaron, sólo 70 pudieron repetir los diez mandamientos de la ley mosaica, y sólo 34 sabían que estaban en el capítulo XX del Éxodo. El joven Eduardo VI murió en 1553, tras seis años de reinado, y le sucedió su hermana mayor María, celosa católica. Los protestantes escoceses fueron enviados a galeras, pese a una capitulación en que se les prometía la libertad. Liberados algunos (entre ellos John Knox) por la intervención del gobierno inglés, que había comenzado a favorecer a los protestantes de Escocia, tuvieron que esperar hasta 1558 para poder regresar, pues la reina madre, que actuaba de regente, no se decidió resueltamente ni a favorecer ni a perseguir a los protestantes. En Inglaterra, la reina María perseguía, en cambio, a los reformadores. En estos momentos de espera y de luchas, la mayoría del pueblo de Escocia se alineó con los protestantes, pues muerta la reina María (1558), subió al trono Isabel, siendo coronada el 15 de enero de 1559, en lo que fue la última ceremonia de coronación en latín de Inglaterra (a partir de su sucesor, Jacobo I, el rito de coronación se realizó en inglés).
Los conflictos religiosos, que formaron parte sustancial de las tensiones sociales del siglo XVI y el progreso del Estado moderno renacentista, que llevó aparejado el auge de la intolerancia, provocaron la existencia de un control político que no se concebía ya sin una uniformidad ideológica que no dejara fisuras a la disidencia. Ello equivalía a un confesionalismo agresivo, alimentado todavía más por las convulsiones religiosas de la Europa de la época. En estas circunstancias, las minorías religiosas fueron, como hemos visto, objeto de discriminación e, incluso, de persecución. La represión de los disidentes religiosos no se llevóa cabo ni se limitó a Inglaterra ni al mundo protestante. La Iglesia católica de la Contrarreforma resultó no menos intolerante o más, incluso, que la Iglesia protestante. Las sangrientas luchas de religión que asolaron el territorio europeo, en las que a los problemas de estricta índole ideológico-confesional se unían causas de tipo político y socioeconómico, representan la negación del espíritu tolerante y pacifista que el Humanismo renacentista había predicado. Las persecuciones religiosas provocaron migraciones forzosas, originando focos de refugiados en diversas zonas de Europa y, por supuesto, de América.
La represión religiosa bajo Enrique VIII se basó en el «Acta de Supremacía» promulgada en 1534 por la cual se declaraba a la corona británica «única cabeza suprema de la Iglesia en Inglaterra» en lugar del Papa. Cualquier acto de alianza con el Papa sería, desde aquel momento, considerado traición. De este modo, los católicos fueron perseguidos y se impuso el protestantismo. Muerto el rey, le sucede su hijo, Eduardo VI, quien fallece a los pocos años. María I, hermana de este último y celosa católica, le sucede en el trono: nueva represión religiosa, pero, esta vez, a favor de los católicos y contra los protestantes. El «Acta de Supremacía» es abolida (1554) por la reina, la cual restablece el catolicismo como religión del Estado en Inglaterra. Bajo su reinado se nombran nuevos obispos y se persigue a los partidarios de la separación de la Iglesia de Inglaterra (ya conocidos como anglicanos): algunos de ellos acabarán en la hoguera. Según el «Libro de los Mártires», editado bajo el reinado de Isabel I, 284 personas fueron condenadas a muerte por cuestiones de fe durante este reinado. En 1558 muere María y es sucedida en el trono por Isabel I, quien impondrá una nueva represión religiosa. Bajo su reinado se restablece, de nuevo, el «Acta de Supremacía» y la persecución es, en esta ocasión, contra aquellos que habían permanecido leales al Papa y se habían negado a aceptar a la nueva Iglesia anglicana, es decir, los católicos. Como resultado, se obliga a aquellas personas que acepten un oficio en la Iglesia de Inglaterra o el Estado, a realizar el Juramento de Supremacía, existiendo graves consecuencias si se incumplía, incluyendo la muerte. La asistencia a los servicios religiosos anglicanos era forzosa. Quienes no acudieran (normalmente católicos o puritanos) eran castigados. Se estima que en los diez primeros años de reinado de Isabel I (1558-1603), se mandó ejecutar a casi 800 católicos. Durante dicho reinado, Inglaterra se aprovechó de la libertad que tenían sus naves para piratear por los mares. Los buenos amigos de la reina, los corsarios Hawkins, Drake y Raleigh le llevaban, de vez en cuando, un botín espléndido de los buques españoles apresados que venían de la Indias. Isabel les visitaba a su llegada a Plymouth, y allí, en el mismo barco pirata, les condecoraba por los «servicios» prestados a Inglaterra. 
Antes de profundizar en este tema debemos dejar asentadas ciertas nociones básicas respecto a la llegada de los europeos a territorio americano. Aunque se sabe que los vikingos llegaron a explorar algunas áreas del Atlántico Norte, que incluían la isla de Groenlandia y la isla de Terranova, en el extremo norte del actual Canadá, no existe ningún otro vestigio vikingo en ningún otro lugar de Norteamérica ni se produjeron, en ningún caso, asentamientos en territorio continental americano, sino que se limitaron a las islas mencionadas en el extremo septentrional de Canadá. Si bien es cierto que, actualmente, se piensa que los vikingos llegaron a la isla de Terranova, basándose en los descubrimientos realizados en L’Anse aux Meadows, un pequeño asentamiento vikingo, también lo es que constituye hasta la fecha el único vestigio real que los nórdicos dejaron en territorio norteamericano.
Españoles y portugueses fueron los primeros en llegar a América para llevar a cabo su conquista, y asentarse en sus tierras. Principalmente en el sur de Norteamérica, Centroamérica y en el área andina de Sudamérica (imperios Azteca e Inca, respectivamente). Portugal se apropió de la mayor parte de la franja costera atlántica de la parte norte de América del Sur, que más tarde originaría el Estado de Brasil. Francia, por su parte, ocupó la actual Guayana Francesa en Sudamérica (aún bajo su dominio), Luisiana en el Golfo de México, algunas islas del Caribe, y la región canadiense de Québec. Éste sería el primer imperio colonial francés en América del Norte, denominado Nueva Francia. Bajo leyes europeas todas las tierras pasaban a ser propiedad de un gobierno u otro; los indios eran considerados como inquilinos e incluso intrusos en tierras colonizadas y los colonos europeos podían servirse de ellos o expulsarlos sin contemplación alguna. Los diversos abusos, las enfermedades contra las cuales los indios no tenían inmunidad, y la posterior reclusión de los indios contribuyeron a la casi eliminación de su raza y de su cultura. Las consecuencias de ello fueron profundas. La necesidad de fuerza laboral para el cultivo creciente de los productos cultivados obligó a la importación de esclavos africanos que daría comienzo en 1503. Ya en 1520, solamente se usaba mano de obra esclava proveniente de África.
La llegada de británicos a territorio americano fue progresiva. El gobierno inglés, bajo el reinado de Enrique VII, en el siglo XV, había otorgado permisos para promover la exploración de América del Norte, no zarparon hacia la región hasta el año 1585, con el explorador Juan Caboto, quien sólo exploró las costas de Terranova y la península de Labrador, que hoy día son parte de Canadá. Ya bajo el reinado de Jacobo I, a principios del siglo XVII, se reanudaron las exploraciones de América del Norte y, esta vez, la Corona inglesa se proponía colonizar el territorio y, además, encontrar un paso para llegar a Asia por el Noroeste, tal como habían hecho los españoles por el Estrecho de Magallanes. Comenzó a finales del siglo XVII mucho después de que Cristóbal Colón, llegara en 1492, con el apoyo de la Corona de Castilla, seguido de Portugal. Fue a partir de entonces cuando el Imperio Británico (1607), Francia (1608) y los Países Bajos (1625), conquistaron y colonizaron gran parte del territorio americano, sometiendo a sus pobladores nativos: los denominados «indios americanos».
Tras la muerte de Isabel I de Inglaterra, acaecida en 1603, subió al trono Jacobo I. Este rey autorizó la creación de compañías comerciales privadas, con el propósito de explotar económicamente los territorios americanos que había reclamado Inglaterra. Así se fundaron las empresas Virginia Company of London y Virginia Company of Plymouth. El Rey les otorgó permisos reales o capitulaciones para colonizar en América. Estas compañías reclutaban hombres en Inglaterra y les ofrecían tierras en América. A cambio, ellos cultivaban algunos productos, como algodón y tabaco, los cuales se comercializaban después en Europa. Inglaterra llegaría a establecer hasta trece colonias en la franja costera del Atlántico en Norteamérica, y en algunas islas caribeñas. Mención especial merece Holanda, que estableció colonias en Norteamérica (bajo el nombre de Nueva Ámsterdam se estableció la que más tarde sería Nueva York), en el norte de América del Sur (Guyana holandesa hoy Surinam) y algunos asentamientos en islas caribeñas (Antillas Neerlandesas y Aruba).
Los corsarios ingleses, Hawkins, Drake y Raleigh, no sólo desembarcaban en América para piratear, sino que incluso llegaron a fundar colonias en el Nuevo Mundo. El primer establecimiento inglés en América, que data de 1585 se debió a la expedición encabezada por Sir Walter Raleigh, quien fundó fugazmente Virginia en honor a Isabel I, la reina virgen. Aunque la primera colonia o población viable inglesa en América fue la fundación en Virginia de Jamestown, el 14 de mayo de 1607. La penetración inglesa en América, así como el establecimiento de su hegemonía en el Caribe se realizó a lo largo de cuatro fases esenciales. La primera fase estuvo protagonizada, como ya se ha dicho, por el establecimiento en Virginia (1607), y le siguió el de Bermudas (1610), como plataforma de intervención. En una segunda fase se llevaría a cabo la ocupación de Barbados (1624) como puente hacia América del Sur y de las islas de Sotavento (1625-1632), eslabón septentrional del rosario de las Pequeñas Antillas. en una tercera fase tuvo lugar el dominio de Jamaica (1655), centro del mundo del Caribe. Finalmente, en una cuarta fase se darían unas efímeras bases continentales, tales como Costa de los Mosquitos (1665), Surinam (1650) y Belice (1638). La preocupación predominante de las naciones europeas en los primeros tiempos de la colonización fue la de controlar los resortes del comercio: Francia, Holanda, Suecia y parte de las colonias inglesas intentaron, desde sus bases de Nueva Francia (Canadá), Nueva Amsterdam, Nueva Suecia y Nueva Inglaterra, cercanas a la costa, penetrar hacia los Apalaches siguiendo los valles fluviales. Así, la ruta del San Lorenzo y los Grandes Lagos determinó la expansión francesa hacia el Mississippi; las del Hudson y Delaware —entre colonias inglesas— fueron dominadas por Holanda y por Suecia (pronto eliminada por la primera), para ser finalmente ocupadas por los ingleses. Esta ruta del Hudson determinó el auge de Nueva Amsterdam (luego Nueva York) y fue donde los colonos y comerciantes ingleses lucharon por el monopolio de las rutas.
1576-1578 – Viaje del navegante inglés Martin Frobisher a Tierra de Baffin, buscando el paso del Noroeste.
1583 – Los ingleses se apoderan de Terranova.
1585 – Sir Walter Raleigh emprende la primera tentativa de colonización de América del Norte en la isla de Roanoke (Carolina del Norte).
1607-1608 – Fundación de la colonia de Jamestown (Virginia) por los ingleses, y de Quebec por el explorador francés Samuel de Champlain.
1612 – Inicio del cultivo de tabaco en Virginia.
1613 – Los holandeses fundan Nueva Amsterdam en la isla de Manhattan.
1619 – Llegada de los primeros esclavos negros a Virginia.
1620 – Los «Padres Peregrinos» (cien familias de puritanos emigrados) llegan con su «Mayflower» al cabo Cod (noviembre). Inicio de la colonización de Nueva Inglaterra.
1621 – Creación de una Constitución con asamblea elegida en Virginia.
1626 – Llegada de cuatrocientos colonos ingleses a Salem (Massachusetts).
1630 – Fundación de Boston por colonos ingleses.
1634 – Los primeros colonos ingleses se instalan en la desembocadura del Potomac (Maryland).
1636 – Roger Williams (1603-1683) funda la colonia de Providence (luego Rhode Island), con separación entre Iglesia y Estado / Fundación de la Universidad de Harvard, denominada así por uno de sus fundadores, el clérigo puritano John Harvard (1607-1638), en Cambridge, Massachusets. Es la primera Universidad de América del Norte.
1638 – Fundación de la colonia sueca de Fort Cristina en Nueva Suecia (Delaware).
1638-1639 – La primera imprenta americana de Stephen Daye en Cambridge.
1642 – Fundación francesa de Montreal.
1643 – Creación de las «Colonias reunidas» de Nueva Inglaterra (Connecticut, New Haven, Plymouth, Massachusetts) con objeto de defender el país contra los indios y para el mantenimiento de las libertades religiosas (19 mayo).
1650 – Los poemas de la primera poeta americana Anne Bradstreet (1612-1672) aparecen en Londres sin firma: «The tenth Muse lately sprung up in America».
1651 – El «Acta de Navegación»: los holandeses ya no tienen derecho a comerciar con las colonias inglesas.
1653 – Colonias inglesas del Maine.
1655 – Los holandeses ocupan Nueva Suecia.
1661 – El Nuevo Testamento es traducido a la lengua angolquina por el pastor calvinista John Eliot (c. 1604–1690)
1663 – Fundación de la colonia inglesa de Carolina.
1663-1728 – El clérigo puritano Cotton Mather (1663-1728) escribe una historia de la Iglesia de Nueva Inglaterra.
1663 – La «Staple Act» prescribe que todas las mercancías destinadas a las colonias inglesas deben pasar por los puertos ingleses.
1664 – Los ingleses se apoderan de Nueva Amsterdam y de Fort Orange / Nueva Holanda se divide en las colonias inglesas de Delaware, Nueva Jersey, Nueva York (agosto-septiembre).
1667 – El Tratado de Breda, Inglaterra obtiene definitivamente las colonias holandesas de América del Norte (31 de julio)
1668 – Los ingleses fundan Fort Charles en la bahía de Hudson.
1673 – El comercio entre colonias inglesas, gravado por impuestos / Los holandeses recuperan por un tiempo Nueva Holanda.
1675-1676 – Insurrección sangrienta de los indios en Nueva Inglaterra.
1676 – Revuelta de los colonos en Virginia Occidental.
1681 – Carlos II concede al cuáquero William Penn un privilegio para la colonización de Pennsylvania.
1682 – Fundación de Filadelfia / René-Robert Cavelier (1643-1687), señor de La Salle, toma posesión del valle del Mississippi (Luisiana) en nombre de Francia.
1686 – Jacobo II transforma Nueva Inglaterra en dominio de la corona.
1689 – A la caída de Jacobo II se restablecen las antiguas formas de gobierno en Nueva Inglaterra.
1689-1697 – Los franceses realizan incursiones en Nueva Inglaterra y Nueva York / Los ingleses registran éxitos en Acadia / La ofensiva en dirección a Québec es rechazada por los franceses.
1692 – Caza de Brujas en Massachusetts, sobre todo en Salem.
1697 – Tratado de Ryswick (20 septiembre): restablecimiento del «statu quo» entre Francia e Inglaterra en América del Norte y Central.
1699 – Los franceses se instalan en el curso inferior del Mississippi.
1700 – Samuel Sewall (1652-1730) publica un libelo contra la esclavitud negra titulado «The selling of Joseph».
1701 – Fundación de Detroit / Fundación de la Universidad de Yale.
1702 – Nueva Jersey se convierte en provincia de Nueva York / Los ingleses ocupan San Agustín, en Florida / Los franceses hacen nuevas incursiones en Nueva Inglaterra.
1705 – Robert Beverley (1673-1722) escribe su «History of Virginia»
1713 – Paz de Utrecht entre Inglaterra y Francia, por la que Inglaterra obtiene la bahía de Hudson, Acadia (Nueva Escocia), Terranova y San Cristóbal.
La colonización de Norteamérica no se efectuó según reglas fijas, establecidas de antemano por la corona como sucedió en la América española. Los ingleses empezaron a poblar el territorio creyéndose autorizados por la prioridad del descubrimiento, que atribuían a John Cabot (Giovanni Caboto), navegante italiano por cuenta de Inglaterra. Al principio, consideraron sus derechos sobre Norteamérica como cosa de poca importancia. Las tierras servían como regalos, que el rey hacía con duda de si aquellos centenares de leguas cuadradas que daba en el mapa producirían algo más que quebraderos de cabeza. El colono inglés que llegaba a Norteamérica tenía de media unos treinta años de edad, estaba casado y emigraba con toda su familia. Algunas de estas familias estaban representadas hasta por tres generaciones, esto es, abuelos, padres y nietos. Estos emigrantes ingleses eran, por lo general, personas que huían de su país de origen por motivos religiosos. Perseguidas debido a sus creencias, estas familias no contemplaban la posibilidad de volver, llegaban al Nuevo Mundo para quedarse. No obstante, no fueron estos los únicos motivos. Los campesinos ingleses, desalojados de sus tierras por causa de la revolución agrícola, acudieron en masa, y pronto constituyeron el núcleo esencial de las colonias, organizadas según bases religiosas (puritanos en Massachussetts, católicos en Maryland, etc.). Estos ingleses recién llegados ocuparon zonas en las que abundaban culturas cazadoras, recolectoras o de agricultores elementales de «piel roja»… De esta población indígena aprendieron el cultivo del tabaco y del maíz, así como la táctica del combate en orden disperso. La población formada en su mayoría por colonos europeos alcanzaba cada vez mayor número, mientras la población india era sistemáticamente exterminada y descendía con gran rapidez.
En 1607 un grupo de colonizadores ingleses construyó una diminuta aldea en Jamestown, Virginia. Portadores de una cédula del rey de Inglaterra, fundaron la primera colonia permanente en los primeros siete meses después de su arribo. Pero la colonia con el tiempo creció y prosperó basando su economía en el cultivo del tabaco, el cual se empezó a enviar a Inglaterra en 1614. En Nueva Inglaterra, la región nororiental de los actuales Estados Unidos, los puritanos ingleses establecieron varias colonias. Estos colonizadores pensaban que la Iglesia de Inglaterra había adoptado medidas más que severas respecto a la religión, y llegaron a América huyendo de la persecución en tierras inglesas, con la intención, asimismo, de fundar una colonia basada en sus propios ideales religiosos. Un grupo de puritanos, conocidos como los peregrinos, cruzaron el Atlántico en un barco llamado Mayflower y se establecieron en Plymouth en 1620. Una colonia puritana mucho más grande se estableció en el área de Boston en 1630. Para 1635, algunos colonizadores ya estaban emigrando a la cercana Connecticut. Las futuras Trece Colonias, no eran sino un puñado de pueblos fundados por oleadas de inmigrantes ingleses entre los siglos XVII y XVIII, no poseían los rasgos del rígido sistema feudal europeo. Además, las colonias del noreste, estaban formadas inicialmente por puritanos que fundaron Massachusetts. En las colonias del sureste (Virginia, Carolina y Georgia), donde la población estaba compuesta por grandes y pequeños propietarios y esclavos, se había organizado un sistema de esclavitud, según el que unos 500.000 esclavos negros explotaban plantaciones de tabaco, algodón y azúcar.
La llegada de los europeos causó una catástrofe demográfica en América, al provocar una serie de enfermedades (viruela, tifus, fiebre amarilla, etc.) para las que los pueblos originarios no tenían defensas biológicas adecuadas, lo que supuso una mortandad tal que las cifras ascienden actualmente a casi el 90% del total de la población indígena. El investigador estadounidense H. F. Dobyns ha calculado que, incluso, un 95% de la población total de América murió en los primeros 130 años después de la llegada de Colón. No cabe duda alguna que el colapso demográfico de la población original de América fue la causa esencial de la derrota militar de muchas de las civilizaciones conquistadas por los europeos. Se trata del mayor desastre demográfico de la historia: la diezma, la despoblación del Nuevo Mundo, con todo su terror, con toda su muerte.
Cada una de las potencias europeas que conquistaron y colonizaron el continente recién descubierto utilizó diferentes mecanismos de dominación sobre los pobladores nativos. En general la colonización británica fue genocida, agravada, además, por el secuestro de hombres en el continente africano para su esclavitud en América. Para responder a la masiva mortandad de indígenas americanos, a partir del siglo XVII los portugueses, anglosajones, franceses y holandeses secuestraron alrededor de 60 millones de africanos, de los cuales unos 12 millones llegaron vivos a América donde fueron reducidos a la esclavitud. Se realizó un gran flujo de mercancías y herramientas entre ambos continentes, también intercambios culturales y costumbres. En uno y otro continente se introdujeron nuevas especies de alimentos, plantas y animales. No obstante, la conquista europea fue rechazada en la mayor parte del continente. Varios pueblos originarios resistieron exitosamente las invasiones europeas sobre vastos territorios, y mantuvieron el dominio sobre ellos hasta finales del siglo XIX. La Patagonia, la Araucanía, la llanura pampeana, el Mato Grosso, la Región Amazónica, la región del Darién, y las Grandes Praderas del Oeste norteamericano, permanecieron bajo el dominio de naciones como los Mapuche, Het, Ranquel, Wichi, Qom, Amazónicas, Algonquina, Hopi, Comanche, etc.
 
En Nueva Inglaterra, que poseía una moral fuertemente intolerante, los puritanos creían que los gobiernos debían hacer cumplir la ley de Dios, y castigaban severamente a los bebedores, los adúlteros, a quienes no descansaban el Séptimo Día, y, por supuesto a los “herejes”. En las colonias puritanas el derecho a voto se limitaba a los miembros de la iglesia, y los salarios de los ministros se pagaban de los impuestos. Roger Williams, un puritano que no estaba de acuerdo con las decisiones de la comunidad, sostuvo que el Estado no debía intervenir en cuestiones religiosas. Obligado a salir de Massachusetts en 1635, fundó la vecina colonia de Rhode Island, la cual garantizaba libertad religiosa y la separación de la Iglesia y el Estado. La colonia de Maryland, establecida en 1634 como refugio para católicos, y la de Pensilvania, fundada en 1681 por el dirigente cuáquero William Penn, también se caracterizaron por su tolerancia religiosa. Esta tolerancia, a su vez, atrajo a otros grupos de colonizadores al Nuevo Mundo.
Con el paso del tiempo, las colonias británicas de América del Norte fueron ocupadas también por muchos grupos de origen no británico. Agricultores alemanes se establecieron en Pensilvania; se fundó la colonia de Delaware y los primeros esclavos africanos llegaron a Virginia en 1619. En 1626, colonizadores holandeses compraron la isla de Manhattan a los jefes indígenas de la región y erigieron la ciudad de Nueva Ámsterdam, que en 1664 fue tomada por los ingleses y rebautizada con el nombre de Nueva York. En 1770 ya habían surgido varios centros urbanos pequeños pero en proceso de expansión, y cada uno de ellos contaba con periódicos, tiendas, comerciantes y artesanos. Filadelfia era la ciudad más grande, seguida de Nueva York, Boston, y Charleston. A diferencia del resto de colonias, las Trece colonias inglesas jamás tuvieron una aristocracia feudal. En la era colonial la tierra era abundante y la mano de obra escasa, y todo hombre libre tenía la oportunidad de alcanzar, si no la prosperidad, al menos la independencia económica. El mercantilismo inglés puso trabas al desarrollo industrial de las colonias y trató de monopolizar el comercio en beneficio de la burguesía de la metrópoli, y las concesiones reales de tierras amenazaban con crear una nobleza terrateniente. Todas las colonias compartían la tradición del gobierno representativo y el monarca inglés nombraba a muchos de los gobernadores coloniales, todos los cuales debían gobernar conjuntamente con una asamblea elegida. El voto estaba restringido a los terratenientes varones blancos, pero la mayoría de hombres blancos no tenía propiedades suficientes para votar. Todo ello provocaría numerosos incidentes, que tendrán por causa principal las medidas impositivas de la metrópoli.
Sin embargo, Inglaterra no podía ejercer un control directo sobre sus colonias en América. Londres estaba demasiado lejos, y los colonos tenían un espíritu muy independiente. En 1733, las trece colonias ocupadas por los ingleses a lo largo de la costa del Atlántico, desde New Hampshire en el norte hasta Georgia en el sur eran: New Hampshire, Massachusetts, Rhode Island, Connecticut, Nueva York, Nueva Jersey, Pensylvania, Delaware, Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia. Los franceses controlaban Canadá y Luisiana, que comprendían toda la vertiente del río Mississippi: un imperio vasto con pocos habitantes. Entre 1689 y 1815, Francia e Inglaterra sostuvieron varias guerras, y América del Norte se vio envuelta en cada una de ellas. En 1756 Francia e Inglaterra se enfrentaron en la Guerra de los Siete Años, conocida en Estados Unidos como la Guerra Francesa e Indígena. Las fuerzas británicas tomaron las plazas fuertes canadienses de Louisburg (1758), Québec (1759) y Montreal (1760). El Tratado de París, firmado al final de la guerra, en 1763, dio a Inglaterra derechos sobre Canadá y toda la América del Norte situada al Este del río Mississippi. La victoria de Inglaterra condujo directamente a un conflicto con sus colonias norteamericanas. Para evitar que pelearan con los nativos de la región (los indios), una proclama real negó a los colonos el derecho a establecerse al Oeste de los Montes Apalaches. El gobierno británico empezó a castigar a los contrabandistas e impuso nuevos gravámenes al azúcar, el café, los textiles y otros bienes importados. La Ley de Alojamiento obligó a las colonias a alojar y alimentar a los soldados británicos; y con la aprobación de la Ley de Estampillas, debían adherirse estampillas fiscales especiales a todos los periódicos, folletos, documentos legales y licencias. Estas medidas parecieron muy justas a los políticos británicos, que habían gastado fuertes sumas de dinero para defender a sus colonias norteamericanas durante y después de la Guerra Francesa e Indígena. Seguramente su razonamiento era que los colonos debían sufragar parte de esos gastos, pero los colonos temían que los nuevos impuestos dificultaran el comercio, y que las tropas británicas estacionadas en las colonias pudieran ser usadas para aplastar las libertades civiles que los colonos habían disfrutado hasta entonces.
En general, estos temores eran infundados, pero fueron el punto de partida de un conflicto que no tardaría en llegar. Los ciudadanos desconfiaban del poderoso gobierno inglés, pues, después de todo, millones de europeos habían llegado a Norteamérica para escapar de la represión religiosa y política de aquel continente ahora lejano. En 1765, representantes de nueve colonias se reunieron bajo la denominación de “Congreso sobre la Ley de Estampillas” y protestaron contra el nuevo impuesto. Los comerciantes se negaron a vender productos británicos, los distribuidores de estampillas se vieron amenazados por la muchedumbre enardecida y la mayoría de los colonos sencillamente se negó a comprar las mismas. El parlamento británico se vio forzado a revocar la Ley de Estampillas, pero hizo cumplir la Ley de Alojamiento, decretando a la vez impuestos sobre el té y otros productos, y envió además funcionarios aduaneros a Boston para que cobraran esos aranceles. De nuevo los colonos optaron por desobedecer, así que se enviaron soldados británicos a Boston para hacer cumplir las leyes inglesas. Las tensiones se aliviaron cuando Lord North, el nuevo Primer ministro británico, eliminó todos los nuevos impuestos salvo el del té. En 1773, un grupo de colonos respondió a dicho impuesto escenificando la Fiesta del Té de Boston: disfrazados de indígenas, abordaron buques mercantes británicos y arrojaron al agua, en el puerto de Boston, 342 huacales de té. El Parlamento inglés promulgó entonces las «Leyes Intolerables» (Intolerable Acts): la independencia del gobierno colonial de Massachusetts fue drásticamente restringida y se enviaron más soldados británicos al puerto de Boston, que ya estaba cerrado a los buques mercantes.
Después del triunfo de Inglaterra sobre Francia en la Guerra de los Siete Años (1756-1763), en la cual Inglaterra recibió gran ayuda económica y militar de las colonias, la corona subió los impuestos sobre el azúcar y sobre los ya existentes (sobre todo en el papel timbrado que en aquella época era muy utilizado en la administración y en los actos notariales) desencadenando una auténtica guerra colonial contra la metrópoli. Los colonos tomaron conciencia de su poder y lo usaron para oponerse al alza de impuestos decretada por Inglaterra. Lo que inicialmente era una vulgar reyerta degeneró nada menos que en la Guerra de la Independencia de las Trece colonias (1775-1783), y el control directo de la corona británica comenzó a decaer con la declaración de Independencia. Pese a que siempre hubo insurrecciones y disconformidad por parte de los nativos, dicho acontecimiento sería, sin duda, un aliciente más para la emancipación de las restantes colonias del continente. En septiembre de 1774 tuvo lugar en Filadelfia el Primer Congreso Continental, reunión de líderes coloniales que se oponían a lo que percibían como opresión británica en las colonias. Estos líderes instaron a los colonos a desobedecer las Leyes Intolerables y a boicotear el comercio británico. Los colonos empezaron a organizar milicias, almacenando armas y municiones…
II
INTRODUCCIÓN
HISTORIA DE UNA NACIÓN: ESTADOS UNIDOS
LA GUERRA DE INDEPENDENCIA DE LAS TRECE COLONIAS (1775–1783)
Desde el mes de abril de 1774 —sucesos de Boston— hasta bien entrado el año 1776, el conflicto anglo-norteamericano se presenta más bien como una rebelión que como una guerra de independencia. Las dificultades a la hora de organizar la resistencia —derrotas de Long Island, evacuación de Nueva York por Washington—, la necesidad de salvar el aislamiento, la dura actitud del rey inglés Jorge III —incendio de las ciudades abiertas de Falmouth y Norfolk— radicaliza esta posición inicial. La Declaración de Independencia (1776), que posibilitó la reorganización del ejército y la alianza francesa, aparece como el giro decisivo que hizo ganar la guerra. La independencia política no representó, sin embargo, la autosuficiencia económica. En 1775 comienza oficialmente la guerra entre las Trece colonias americanas de Nueva Inglaterra contra la corona inglesa, cuyo desarrollo inicial fue claramente de dominio inglés, pero su curso cambiaría cuando tras la Batalla de Saratoga, primera gran victoria americana, Francia, y posteriormente España, entran en guerra apoyando a las independentistas colonias americanas. Al principio los ejércitos ingleses parecían superiores pero, en 1779 se produjo una escalada en el conflicto: Francia y España decidieron entrar directamente en la guerra, convirtiéndose así la guerra de independencia en un conflicto internacional. Más tarde Holanda también se uniría a la coalición formada por España y Francia, con ambiciones de ganar posiciones por el dominio de los mares. En 1783, Gran Bretaña reconocía la independencia de las Trece colonias de Nueva Inglaterra, ya como Estados Unidos de Norteamérica.

LOS PRIMEROS ESTADOUNIDENSES (1784)
Las premisas de El contrato social de Rousseau, que en Francia no se trató de aplicar hasta 1789, en América dieron fruto veinte años antes por la minucia del impuesto del timbre, la primera y única gabela directa que trataba de imponer el gobierno de Londres a sus súbditos de ultramar. De este modo, lo que hasta aquel momento no había sido más que una sublebación, se convirtió en una verdadera guerra entre dos estados; porque el 4 de julio de 1776, el Congreso, reunido en la ciudad de Filadelfia, acordaba por unanimidad la Declaración de Independencia, confiando su redacción a Thomas Jefferson, gentilhombre de Virginia, con el siguiente resultado: «Declaración de Independencia por los representantes de los Estados Unidos de América reunidos en Congreso. Cuando por el curso natural de los acontecimientos resulta necesario para un pueblo deshacer los lazos que le unen a otro pueblo y asumir ante las potencias del mundo la separada e igual posición a que le dan derecho las leyes naturales y el Dios de la naturaleza, se requiere, como muestra de respeto a la humanidad entera, declarar las causas que le impelen a tal separación». Obsérvese que el Derecho, según manifestara Thomas Jefferson, arranca de las «Leyes naturales» y del «Dios de la naturaleza…» (¿Este «Dios de la naturaleza» es el de Calvino o el de Rousseau?) En cambio, el juez que tiene que aprobar un acto de rebeldía política es la «Humanidad entera»…
A este párrafo filosófico-moral sigue otro todavía más extraordinario y curioso que dice así:
«Nosotros creemos evidentes las siguientes verdades: que los hombres han nacido iguales, que han sido dotados por su Creador de derechos inalienables, entre los cuales se cuentan los de la vida, la libertad y el deseo de ser felices. Creemos que los gobiernos han sido instituidos para asegurar estos derechos y que sus justos poderes derivan del consentimiento de los gobernados, y que cuando cualquier forma de gobierno tiende a destruir el objeto para el que ha sido creado, tienen los gobernados justo derecho de alterarlo o abolirlo y establecer otro gobierno que se base en aquellos principios, y organizarlo en la forma que les parezca más apropiada para su seguridad y felicidad. La prudencia aconseja, sin embargo, que los gobiernos establecidos de largo tiempo no deben cambiarse por causas ligeras y transitorias, y la experiencia demuestra que la humanidad prefiere sufrirlos mientras sus males sean tolerables a usar el derecho de cambiar el régimen a que están acostumbrados. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, siempre con el mismo objeto, evidencian su designio de reducirlos bajo un absoluto despotismo, es su deber desechar tal gobierno y proveer nuevos guardianes a su seguridad. Tal ha sido la sufrida paciencia de estas colonias y tal es la necesidad que las constriñe a alterar su forma de gobierno. La historia del presente rey de la Gran Bretaña es una historia de repetidas injurias y usurpaciones, todas dirigidas a establecer una tiranía absoluta sobre estos estados. Para probarlo, he aquí los hechos que sometemos a la humanidad entera…»
A continuación siguen, más o menos fidedignos, los abusos de la corona (imponiendo el sello y el té a la fuerza); un párrafo recordando los esfuerzos que como súbditos pacientes han realizado para hacer valer sus derechos; otro párrafo de despedida a sus hermanos británicos acusándoles de haber sido sordos a la voz de la sangre y lentos en defenderlos…, y, por último, figura este párrafo final:
«Por tanto, nosotros, representantes de Estados Unidos de América reunidos en General Congreso, apelando al juez Supremo de la rectitud de nuestras intenciones, en nombre y con la autoridad del buen pueblo de estas Colonias, solemnemente publicamos y declaramos que estas Colonias Unidas son y de derecho deben ser Estados libres e independientes absolutos de toda dependencia de la Corona Británica; y que toda relación política entre ellas y el Estado de la Gran Bretaña es y debe quedar rota, y que como Estados libres e independientes tienen pleno poder de declarar guerra, hacer paz, contraer alianzas, establecer comercio y todas las otras cosas que Estados independientes tienen derecho a hacer. Y para defender esta declaración, con firme confianza en la protección de la providencia, nosotros comprometemos nuestras vidas y fortunas y nuestro honor personal».
La Declaración de Independencia de Estados Unidos no era ni más ni menos que una declaración de guerra a la corona británica. Los que la redactaron y firmaron tenían perfecta conciencia de que la rebelión de Massachusetts se convertiría en una lucha a muerte con el poder de la metrópoli. Pero era además un documento tan sincero, a pesar de sus exageraciones, tan franco, a pesar de sus inexactitudes, que debía conquistar al pueblo americano y lograr las simpatías de todos los temperamentos románticos y filosóficos del mundo entero. Por primera vez suena el nombre de los Estados Unidos de América. Por el Tratado de Versalles (1783), Inglaterra se vio obligada a reconocer la independencia de las Trece colonias estadounidenses, tal y como éstas habían redactado en la ya citada Declaración de Independencia. Posteriormente vendría el Tratado de París (1783) por el que se daba por zanjada la Guerra de la Independencia norteamericana que había enfrentado a Gran Bretaña con las Trece Colonias de Nueva Inglaterra, lo que supondría la creación de un nuevo país: Estados Unidos, el cual estaría compuesto por Massachusetts, Nueva Hampshire, Rhode Island, Connecticut, Nueva York, Nueva Jersey, Pensylvania, Delaware, Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia.
Una vez lograda la independencia, resultó muy complicado poner de acuerdo a todas las antiguas colonias sobre si seguían como Estados independientes, o se reunían en una sola nación. Tras varios años de negociaciones, en 1787, cincuenta y cinco representantes de las antiguas colonias se reunieron en el Congreso de Filadelfia con el fin de redactar una constitución. Se creaba así un único gobierno federal, con un Presidente de la República y dos Cámaras Legislativas (Congreso y Senado) como solución intermedia. Redactó también la Constitución de 1787, y llamó a las elecciones por las cuales George Washington fue investido primer Presidente de los Estados Unidos. La Constitución (la primera de la historia) del año 1788 será la ley suprema de los Estados Unidos de América, adoptada en su forma original el 17 de septiembre de 1787 por la Convención Constitucional de Filadelfia, Pensilvania y luego ratificada por el pueblo en convenciones en cada estado en el nombre de «Nosotros el Pueblo» (We the People). La Constitución de los Estados Unidos es la constitución federal más antigua que se encuentra en vigor actualmente en el mundo.
COLONIZACIÓN DE ÁFRICA Y COMERCIO DE ESCLAVOS (SIGLOS XVI-XIX)
Del siglo XVI a la primera mitad del XIX, la trata de negros —es decir, la compra y exportación de esclavos— dominaría las relaciones entre Europa y el África subsahariana. Los esclavos no eran la única «mercancía» apreciada para la exportación, pero a partir de la segunda mitad del siglo XVII se convirtieron en el principal objetivo comercial europeo. Desde la mitad del siglo XV, los europeos renunciaron a procurarse esclavos por sí mismos mediante razías en las costas, práctica peligrosa y poco rentable. Por consiguiente, se dirigieron a intermediarios africanos, que se esforzaron por asegurarse el monopolio de este provechoso comercio contra eventuales rivales, contra los comerciantes o estados del interior; pero también contra los europeos, que pronto se adaptaron a esta situación y renunciaron a toda penetración hacia las regiones de tierra adentro; así, fueron abandonadas las tentativas llevadas a cabo por los portugueses en este sentido en el siglo XVI, y durante tres siglos el interior del continente siguió siendo una terra incognita.
Habría de esperar al final del siglo XVIII para que se iniciara la era de las exploraciones. El tráfico de esclavos fue esencialmente transatlántico, puesto que —aunque se trasladaran esclavos del continente africano a islas y archipiélagos deshabitados del Atlántico y del océano índico— la mayor parte de los esclavos fueron trasladados a América. El desarrollo de la trata de negros estuvo estrechamente ligado al de la plantación esclavista en la América tropical. Este tipo de plantación fue creado para responder a la demanda europea de productos agrícolas tropicales muy diversos, unos de origen americano (tabaco, índigo, cacao) y otros de origen europeo (café, arroz, algodón, caña de azúcar). La expansión de estos diferentes productos sería variable, y experimentaría diversos cambios en el transcurso del tiempo. Su producción se situaría a veces tanto en el marco de la pequeña explotación de tipo europeo (por ejemplo, tabaco índigo) como en el de la plantación esclavista. Pero históricamente la aparición de la plantación esclavista en América estuvo ligada al desarrollo de un cultivo de exportación muy concreto, procedente del viejo continente: el de la caña de azúcar. En efecto, este cultivo exigía importantes inversiones, un personal numeroso y una rigurosa disciplina de trabajo. Además, la caña de azúcar no podía ser exportada tal cual; exigía también un tratamiento inmediato, aunque sólo fuera para obtener azúcar en bruto, cuyo refino sería completado en Europa. Hacia 1580 el Brasil portugués era el primer productor de azúcar de caña, gracias a la importación de esclavos negros. Los ataques de los holandeses y su ocupación temporal de Brasil significaron un duro golpe para la producción de la caña de azúcar. En Barbados (colonia británica), los blancos, todavía mayoritarios en 1645, pasaron a ser minoría en 1667. La demanda americana de mano de obra, ligada a la extensión de la plantación esclavista, dio lugar al desarrollo de la trata de esclavos. Antes de la masiva emigración europea de los siglos XIX y XX hacia Norteamérica y las regiones templadas del hemisferio sur, la migración transatlántica de los negros constituyó el movimiento de población intercontinental más importante registrado en la historia: una migración, no obstante, no voluntaria o derivada de una dinámica interna, sino impuesta a unos individuos que eran transportados como esclavos, encadenados o con grilletes. ¿Cuántos hombres fueron transportados por la trata de esclavos al otro lado del Atlántico? No hay duda de que nunca se sabrá con exactitud, ya que las fuentes son incompletas (archivos destruidos o desaparecidos, declaraciones deficientes o inexistentes, etc.) Así sucede sobre todo cuando se trata del siglo XIX, del período posterior a la prohibición legal del tráfico de esclavos, que sin embargo continuó existiendo, alcanzando algunos años cifras récord, hasta la década de 1860.
LA GUERRA DE SECESIÓN Y LA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD (1861-1865)
La Guerra de Secesión o Guerra Civil Norteamericana comprende los acontecimientos militares ocurridos entre 1861 y 1865 en que Estados Unidos se dividió en dos: el Norte y el Sur, adoptando dos posiciones opuestas en contra y a favor de la esclavitud, respectivamente. Las hostilidades comenzaron el 12 de abril de 1861 en Fort Sumter, ubicado en la Bahía de Charleston, en Carolina del Sur. Desde el 7 de junio de ese año veintiún estados del Norte, contrarios a la esclavitud retuvieron el título de estados de Estados Unidos, mientras once estados del Sur a favor de la tenencia de esclavos cortaron sus vínculos con la unión. Los primeros 7 estados secesionistas: South Carolina, Mississippi, Florida, Alabama, Georgia, Louisiana, y Texas establecieron un gobierno provisional en Montgomery, Alabama. Tras los acontecimientos de Fort Sumter, Virginia, Arkansas, Tennessee y North Carolina se unieron a los separatistas y el gobierno provisional se mudó a Richmond, Virginia. La guerra se dio porque los diferentes estados defendían, por principio, el derecho a tomar sus propias decisiones, independientemente de la autoridad federal. Con el fin de la Guerra Mexicana (1848), al incorporarse nuevos estados a la Unión, como es el caso de Kansas, tenían la opción de hacerlo como esclavistas o no. Algunos políticos reclamaban el derecho de los estados a anular los dictámenes federales. Por otro lado las ideas antiesclavistas eran una fuerte corriente ideológica, que se puso de manifiesto en hechos como la publicación del libro de Harriet Beecher Stowe, “La cabaña del Tío Tom” (1852). Las causas que motivaron su comienzo fueron muy diversas, pero, sobre todo, la desigualdad económica. La economía de plantación sureña basada en el cultivo de algodón dependía del trabajo de los esclavos, mientras que el norte industrializado, dedicado a la manufactura, avanzaba con la tecnología. Por otra parte, el abolicionismo cobró fuerza. Mientras en el sur los esclavos eran considerados una forma de propiedad, en el norte las ideas más progresistas de Europa y Norteamérica habían calado en un sentimiento antiesclavista muy fuerte. Además el nivel educacional en los sureños era más bajo y estaban menos conectados con las ideas de Europa o los pensadores del norte. La defensa de la esclavitud se convirtió en un elemento de unidad para la élite sureña. La elección de Abraham Lincoln como presidente en 1860 permitió que el estado de South Carolina emitiera su “Declaración de las Causas de la Secesión”. El nuevo presidente fue visto como un antiesclavista que defendería los intereses del norte. De este modo, el 9 de abril de 1865 el General Robert E. Lee, héroe de las fuerzas de la Confederación rindió sus tropas ante el General de la Unión, Ulysses S. Grant, reconociendo la victoria de la Unión sobre los confederados del Sur en Appomatox Courthouse, Virginia, lugar de la última batalla. Esa batalla y la de Gettysburg, en Pennsylvania son dos de las batallas más significativas de la historia militar estadounidense. Lincoln fue asesinado pocos días después, el 14 de abril. La Guerra Civil fue uno de los eventos más sangrientos de la historia de Estados Unidos. En ella murieron más de medio millón de personas y miles de veteranos quedaron traumatizados física y sicológicamente por la guerra entre hermanos. Al paso de las tropas las ciudades y las fincas quedaban completamente destruidas. Pero esa misma guerra puso fin a la esclavitud. Consolidó la nación como una unión de estados sujetos al poder federa y dio vía libre a la industrialización incrementada con la producción en tiempos de guerra, impulsando el avance de la tecnología moderna.

AA. VV. La Enciclopedia, Salvat Editores, S.A., Barcelona, 2004 (20 vol.) Voluminoso diccionario enciclopédico que contiene amplia información acerca de muy distintas materias y que sigue conservando todas las virtudes que le han sido atribuidas tradicionalmente: las de ser un vehículo privilegiado para la transmisión de cultura y, al mismo tiempo, un magnífico instrumento de consulta capaz de resolver dudas, aclarar conceptos y orientar en un tema desconocido. La Enciclopedia Salvat, elaborada por Salvat Editores, cuenta con experiencia reconocida en la elaboración de diccionarios y obras de consulta en diversos niveles. Es una enciclopedia alfabética. Su decantación y ordenación de contenidos se centra en las áreas básicas del saber: Física, Química, Biología, Ecología, Matemáticas, Filosofía y Religión, Medicina, Lengua y Literatura, Historia y Geografía, Artes, Tecnología, Informática, etc. En todas ellas, una serie de artículos-clave, amplios, estructurados en capítulos, redactados en un lenguaje directo y comprensible, proporcionando información esencial y remitiendo además a otras voces que completan o amplían la materia tratada, cumpliendo con la misión de orientar la búsqueda del usuario. La colección comprende 20 volúmenes impresos con más de 16.000 páginas con ilustraciones. Su última edición, de 2004, cuenta con un exclusivo sistema de sumarios por temas y conexión de voces relacionadas, con un novedoso diseño y maquetación.
AA.VV. Historia Universal, Salvat Editores, S.A., Barcelona, 2004 (24 vol.) Enciclopedia ilustrada en 24 volúmenes, que contienen 10.500 páginas, 350 mapas, 9.500 fotografías y numerosos gráficos y cronologías de cada época. Editados por Salvat, cada libro tiene más de 500 páginas. En cada uno de los 24 tomos aparece al inicio el índice temático del volumen. Además, el último tomo contendrá un gran índice general de nombres propios, lugares geográficos y conceptos más relevantes aparecidos en la obra, para facilitar su búsqueda en las más de 500 páginas que conforman cada volumen de este gran esfuerzo editorial. Para este trabajo: Vol. 13.- La era de los descubrimientos europeos. Las luchas de religión: Difusión del protestantismo en Gran Bretaña: John Knox (pp. 334-351) / Vol. 14.- América precolombina y Conquista de América: Orígenes y enigmas del poblamiento americano (pp. 1-32), Los pueblos indios de Norteamérica (pp. 33-70), Comienzos de la grandeza británica (pp. 395-449), La Revolución inglesa (pp. 450-512) / Vol. 15.- Los cambios de la Edad Moderna: Comienzos de la moderna biología. De Vesalio a Boyle (pp. 41-80), De Newton a Kant (pp.125-168), El comercio de esclavos en el África negra (pp. 271-288) / Vol. 16.- El Impacto de la Revoluvión francesa: Franceses e ingleses en Norteamérica. Independencia de Estados Unidos (pp. 54-103), La Constitución de Estados Unidos. La doctrina Monroe (pp.302-350) y La fiebre romántica (pp. 440-512) / Vol. 17.- El siglo XIX en Europa y Norteamérica: Creación del Imperio británico (pp. 314-369) y Desarrollo y consolidación de los Estados Unidos (pp. 468-512) / Vol. 20.- Fin de siglo y Las claves del siglo XXI: Los nuevos modelos culturales (pp. 100-164); El proceso de globalización (pp. 165-216) y Los caminos de la memoria (pp. 464-512) / Vol. 21.- Atlas Histórico (pp. 154-157, 240-243, 256-259, 280-284, 306-309, 314-317, 326-329, 366-369, 374-377, 386-389, 394-398, 466-468, 494-497) / Vol. 22.- Diccionario de Términos Históricos I / Vol. 23.- Diccionario de Términos Históricos II / Vol. 24.- Cronología Universal.
BENITO VIDAL, R. Los indios norteamericanos, mitos y leyendas (2ª ed.) Editorial Abraxas. (Col. Mitos y leyendas). Barcelona. 2003. 254 pp. Las leyendas, mitos y cuentos que los indios de América del norte han transmitido de generación en generación, a través de los objetos inanimados de la naturaleza, rocas, ríos, bosques… tienen en estos relatos vida propia. Pero, por otra parte, ¿cuál es el origen de estos pueblos que habitaron el suelo de Norteamérica?, ¿cuál es el centro unificador y ancestral que alumbra tal variedad de mitos e historias? Este libro sólo levanta una punta del velo, limitándose a exponer el rico acervo de aquellos pueblos a través de diecinueve historias llenas de belleza y espiritualidad. A comienzos del siglo XVIII, la población indígena instalada entre los territorios de la América septentrional y el norte del Río Grande era de aproximadamente un millón de individuos. Su choque con los forasteros invasores daría lugar más adelante a uno de los episodios más sangrientos e innobles en las historia de la humanidad, pero los primeros contactos entre indígenas y colonos fueron pacíficos y, en su mayoría, de índole comercial. Por ese entonces, las tensiones solían resolverse a través de la firma de tratados. En este libro, se abordan los orígenes de estos grupos de población antes de aquellos primeros contactos.
DOVAL, G. Breve historia de los indios norteamericanos. Editorial Nowtilus, S.L., Madrid, 2009. 352 pp. Leer Breve historia de los indios norteamericanos provoca tristeza, y rabia. Pero es al mismo tiempo una aventura plagada de pequeñas maravillas en forma de personajes como Nube Roja, Toro Sentado o Caballo Loco. En 1540 comenzaron los primeros conflictos bélicos, cuando los conquistadores españoles al mando de Vázquez de Coronado se enfrentaron con los zuñi, y finalizaron en 1890, cuando la caballería estadounidense masacró a la tribu de los sioux liderada por Pie Grande en Wounded Knee. Se cierran así casi tres siglos de constantes enfrentamientos armados entre “rostros pálidos” y “pieles rojas”.Gregorio Doval nos presenta la historia de los indios norteamericanos con toda su crudeza y toda su complejidad. Eran tantas y tan variadas las tribus que poblaban Norteamérica, aunque sólo nos hayamos acostumbrado a los nombres de unas cuantas, que resulta pavoroso saber que la mayoría de ellas fueron exterminadas. En su libro, el autor nos narra, de un modo preciso y no exento de detalles, la historia del exterminio de los indios norteamericanos. En un primer capítulo introductorio, el autor, nos muestra la localización de las diversas tribus, su vida cotidiana y sus creencias y su cultura; el grueso del libro está compuesto por seis capítulos en los que se nos muestran los tres siglos de guerra entre “rostros pálidos” y “pieles rojas”; y en el último capítulo valora el genocidio indígena, analiza el sistema de reservas en la actualidad e introduce dos documentos de gran valor histórico: una carta del jefe squamish Seattle al presidente Franklin Pierce en la que se ve el panteísmo y la comunión con la naturaleza de los indios, y una carta de Nube Blanca en la que advierte a los blancos de una venganza india de ultratumba. Con un gran número de ilustraciones, grabados y fotografías de la época, Breve Historia de los indios norteamericanos nos presenta una historia cargada de héroes, batallas, estrategias militares en ambos bandos y lugares terribles como Little Big Horn y Wounden Knee. Las razones para leer este libro son, en primer lugar, que profundiza en un episodio esencial para entender la historia de Estados Unidos. Es, además, un libro plagado de figuras míticas como Toro Sentado o el Coronel Custer. Descubre, sobre todo, hechos históricos como la matanza estratégica de búfalos por parte de los colonos, e introduce documentos de gran valor como la carta del jefe squamish Seattle. Un libro clave para aquellos lectores interesdos en la historia de Estados Unidos y para todos aquellos deseosos de saber más de figuras imprescindibles de la cultura popular como Caballo Loco, el Séptimo de Caballería o Pocahontas. 
THOMAS, H. La trata de esclavos: historia del tráfico de seres humanos de 1440 a 1870, Editorial Planeta, S.A., Barcelona, 1998. 898 pp. [+info] El libro La trata de esclavos. Historia del tráfico de seres humanos de 1440 a 1870, es inmenso (es “peso pesado”, como el legendario Ken Norton: tiene 900 páginas) y fue escrito por el historiador, investigador e hispanista inglés Hugh Thomas (Windsor, 1931). Se trata de un trabajo que se ocupa precisamente de la esclavitud moderna. Y uno de sus más notables méritos sea, acaso, el no dividir a los hombres en buenos y malos (aunque los hubo, los hay y los habrá mejores y peores). Thomas analiza una situación a la que describe como una “perversidad”, advirtiendo que los valores éticos, morales, religiosos o comerciales –la trata de esclavos fue fundamentalmente una universal empresa mercantil- de aquellas sociedades que medraron con el tráfico de seres humanos no se regían con los criterios actuales. Confundirlos, sostiene, constituiría un error que impediría comprender el fenómeno en su propio contexto histórico y social. Dice al respecto: “La trata era, desde luego, una iniquidad. De todos modos, todo historiador ha de recodar la advertencia de Hugh Trevor-Roper: “Cada época tiene su propio contexto social, su propio clima, y lo da por sentado…Desdeñarlo, empleando términos como “racional”, “supersticioso”, “progresista”, “reaccionario”, como si sólo fuese racional lo que obedece a nuestras reglas de razonamiento, sólo fuese progresivo lo que apuntaba hacia nosotros, es peor que una equivocación; es una vulgaridad”. Y anota más adelante, aún en la extensa introducción: “He tratado de explicar lo que sucedió. Al buscar la verdad, no he creído necesario hablar en cada página de ultraje. Pero, de todos modos, la pregunta es ineludible: ¿cómo pudo tolerarse durante tanto tiempo este negocio? En mis capítulos sobre la abolición hablo de esto, pero al cabo de varios años dedicados a escribir este libro no puedo pensar que los tratantes de esclavos y los capitanes de sus buques fueran “peores” que los propietarios de los esclavos, que a fin de cuentas formaban el mercado”.
MARTÍNEZ TORRES, J. A. Esclavos, imperios, globalización (1555-1778), CSIC, Madrid, 2010. 208 pp. [+info] Este libro constituye un rigurosos esfuerzo por repensar una serie de cuestiones historiográficas de primera magnitud desde tales perspectivas y presupuestos. El tejido de interconexiones con el que se abordan las tres partes en que se divide este libro -referidas fundamentalmente al fenómeno de la esclavitud cristiana en las poblaciones del Mediterráneo musulmán, y a la teoría y praxis de los imperios en dos momentos de las interrelaciones de los diversos continentes en que se estaba produciendo un sensible cambio en el reparto territorial del mundo por parte de las grandes potencias europeas- es original y oportuno. La historia sustantiva de los Estados asiáticos y norteafricanos se da la mano con la historia de la llamada expansión europea fuera de sus fronteras, y esto hace que el conjunto del trabajo cosnsiga así una plausible articulación gracias a la recurrente perspectiva de la primera globalización, la globalización ibérica, eje fundamental y permanente fuente de inspiración del texto.
JONES, M. A. Historia de los Estados Unidos (2ª ed.), 1607-1992, Ediciones Catedra S.A. Madrid, 1999. 675 pp. Para paliar un poco el déficit de información sobre la historia de los Estados Unidos —sobre gobierno, agricultura, democracia, economía, historia, periodismo, política, prensa, geografía, educación, artes, población, medios de comunicación y más— que muchos tenemos, limitado a cuatro referencias históricas mal contadas vistas una y otra vez en televisión y cine, o leídas de refilón en algunas novelas, nada mejor que acercarse a este estupendo ensayo histórico del autor Maldwyn A. Jones. Lejos de ser tan sólo un manual, Jones nos expone de forma clara y amena los hitos más importantes de la historia de su país desde su fundación (incluyendo el contexto en que se fundaron las Trece colonias) hasta el año 1992. El enfoque global del libro no toma a los Estados Unidos como un conjunto de colonias aisladas, pues el autor no olvida las relaciones internacionales del país y tampoco que Estados Unidos, desde sus orígenes, estuvo asociado, voluntaria o involuntariamente, con el Viejo Continente. En este libro se resume magníficamente la vida de un país desde sus comienzos, a lo largo de los veintinueve capítulos que lo conforman: política, economía y sociedad se dan cita en cada uno de ellos.
JENKINS, P. Breve historia de Estados Unidos (3ª ed.), Alianza Editorial, Madrid, 2012. 528 pp. Nación que suele suscitar las más encontradas reacciones, la imagen de los Estados Unidos de América se compone, sin embargo, en gran medida, de prejuicios y estereotipos. Esta “Breve historia de Estados Unidos” recorre el desarrollo histórico de este país desde los inicios de la colonización hasta nuestros días, destacando no sólo los grandes acontecimientos políticos y militares, sino también aspectos como la diversidad regional, la pluralidad cultural e ideológica, la importancia de las minorías o la relevancia que tuvieron, en determinados momentos, personajes y corrientes que hoy consideramos marginales. En un relato ágil y brillante, Philip Jenkins nos muestra la vitalidad de la sociedad, la economía y la cultura norteamericanas, planteando hasta qué punto se trata de una historia única y excepcional, alejada de sus raíces europeas. Esta nueva edición de la obra actualiza sus contenidos hasta la presidencia de Barack Obama y hace hincapié en las grandes cuestiones que han pasado a dominar la evolución del país, en especial la composición de la población, la lucha contra el terrorismo internacional y, sobre todo, la crisis económica originada por el crash de 2008. 
Otras fuentes: 
123rf
Jot Down Magazine: Indios (nativos americanos) / Western
El Asombrario & CO: Los indios cabalgan por las llanuras del Thyssen
Historias de la Historia: Indios (Estados Unidos)