La responsabilidad del artista, de Jean Clair

Esta obra fue escrita en París en 1977. Se encargó de la traducción al castellano José Luis Arantegui en Madrid en el año 1998 (existe una 2.ª edición de 2000). La obra consta de 126 páginas y puede encontrarse en la editorial Visor (Col. La Balsa de la Medusa, n.º 92), bajo la dirección de Valeriano Bozal. En el libro encontramos un Prólogo del propio autor, al que siguen los cuatro capítulos en que se divide la obra: Medida de la modernidadEl caballo y la runa (La preguerra)El azul y el rojo (La postguerra)La cara y la jeta (El tiempo presente).
Jean Clair (Gérard Régnier) nace en París, Francia, en 1940. Es un estudioso del Arte, escritor, ensayista y crítico que se ha convertido en un personaje polémico debido, sobre todo, a la publicación de La responsabilidad del artista. Sus denuncias dan un importante giro al arte contemporáneo. Se doctoró en Letras en la Universidad de París y ejerció como tal en la Universidad de Harvard. Ha sido comisario en exposiciones sobre Duchamp, Magritte, Balthus… Fundador de Cahiers du Musée d’Art Moderne, que dirigió hasta 1986, ha sido también el director del Museo Picasso de París, así como director de la Bienal de Venecia en 1995. Ha escrito asimismo sobre Duchamp, Bonnard, De Chirico, Balthus, etc. ¿Encarna la vanguardia, tal como suele afirmarse, el progreso, incluso la revolución? Esta pregunta conduce a un análisis en el que Jean Clair defiende una posición compleja: el arte de vanguardia se ha configurado según el modelo da las utopías de izquierda, pero también según el de las totalitarias.
En La responsabilidad del artista Jean Clair le reclama al autor de la obra su compromiso con el arte, cierta responsabilidad como creador de la misma. Al comienzo de la obra el autor se plantea la evolución histórica de lo que se entiende por modernidad y vanguardia en diferentes contextos, mostrándonos para ello cómo se refirieron a dichos vocablos personalidades tales como BaudelaireBaconVasariHerder o Hegel. Hace Jean Clair una distinción clara entre modernidad y vanguardia, pues el hecho de que los dos términos aparezcan en la misma época en el vocabulario artístico puede llevar a equívocos. Sostiene así el autor que el primer término pertenece a todas las épocas, pues mantiene un equilibrio, lo que es propio del modo, lo que guarda medida y queda contenido en la noción de reciente, siendo acorde con el tiempo; mientras, el segundo término es dependiente del Romanticismo alemán y del espíritu de la Ilustración. Relaciona asimismo al expresionismo con elementos ideológicos precursores del nazismo —el pathos expresionista (Die Brücke: expresionismo del norte de Alemania en arquitectura, música y cine; Der Blaue Reitter: expresionismo de Viena y de Munich, hacia la abstracción con Kandinsky y Schonberg)—, señalando el deseo de éste de vincularse con una tradición nórdica en la que destacaría una germanidad primitiva y cuyos orígenes hunden sus raíces en las fuentes del lenguaje popular. Cita Jean Clair a algunos de esos artistas comprometidos con el régimen: Munch, Nolde, Heckel, Barlach y Schimdt-Rottluff.
La responsabilidad política del artista es una cuestión que se ha replanteado a la vez en sus aspectos históricos y de actualidad. Las relaciones del arte con el poder nunca han sido fáciles. Del antiguo Egipto al Segundo Imperio, se le ha utilizado desde sus mismos orígenes para afirmar el Estado e ilustrarlo. Pero, ¿cuál ha sido su situación específica, nueva y singular, en el siglo XX? ¿cómo ha reaccionado el artista a los grandes conflictos que lo han ensangrentado? ¿hasta qué punto se ha hecho cómplice de las dictaduras que, del fascismo al comunismo, lo han marcado? ¿cuál fue en conjunto la postura del movimiento moderno frente a doctrinas políticas que dejaron en él el cuño de su violencia? ¿Qué clase de artistas eran aquellos de los que se sirvió Hitler? ¿Eran responsables, crearon acaso obras que ensalzaban los totalitarismos? Nos habla Jean Clair de un furor melancholicus, es decir, de la tendencia por parte del artista a hacer surgir su arte a partir de la melancolía. Una melancolía provocada por incomprensión del artista acerca de la realidad. La realidad es ajena a él, extraña y esa misma extrañeza provoca una melancolía que será el motor de su creación. El artista no es, pues, ajeno a la realidad, dado que no trabaja por cuenta propia ni está aislado. No puede verse al artista como un irresponsable. Por tanto, el discurso de Greenberg acerca de la autonomía del artista se desvanece porque al regresar a Auschwitz, a la Alemania nazi, observamos que fue el nazismo quien se sirvió del arte para exaltar su Imperio de los mil años. Los nazis sabían que el arte podía ser un elemento importante para expandir su propaganda, para que calara más hondo en la población alemana. Un III Reich ayudado de un recuerdo de valores pasados, de origen nórdico, vinculado a lo germánico, como las runas que prendían de los uniformes de las SS. Sin eximir de toda culpa al artista, hemos de admitir que fue el nazismo el que se sirvió del arte y a quien se debe considerar máximo responsable de las millones de muertes acaecidas a lo largo del siglo XX. Según Jean Clair, durante esta barbarie, el arte, en lugar de ver la realidad se volvió hacia sí mismo, ajeno a los acontecimientos que sucedían. Un arte donde predominaba el discurso de Greenberg y la abstracción. No obstante, el propio Jean Clair criticará todo ésto y achacará una parte de la culpa al arte por volverse precisamente hacia sí mismo cuando debía contar la realidad, los sucesos que acontecían. Un arte donde el artista debía tener un compromiso con la realidad, pasara lo que pasara. La narrativa de Greenberg había ocultado a ese artista comprometido con la realidad para justificar el traslado del arte a EE.UU y el cambio geopolítico mundial.

En La responsabilidad del artista, Jean Clair intenta demostrar que los artistas del siglo XX, más en concreto los expresionistas, no fueron ajenos a la realidad. Para ello mostrará ejemplos en el campo de la pintura, el cine, la radio, la televisión o la fotografía, demostrando, entre otras cosas, que el siglo XX es el siglo del realismo, más que del arte abstracto y las vanguardias. Para el autor de esta obra, el compromiso del artista con la realidad no desapareció, simplemente fue ocultado por Greenberg para justificar su narrativa, así como el cambio geopolítico mundial que iba a favor de EE.UU y en detrimento de Europa. Mayo de 1968 corroboraría ese compromiso del artista con el mundo del arte y con la sociedad, dando por terminado el discurso justificativo del crítico norteamericano. A este respecto, el surrealismo, que ya existía a inicios del siglo XX, estuvo comprometido con la realidad política y pretendía cambiar el mundo desde el arte. Surgió de la ideología comunista y de su implantación en Rusia tras la Revolución de 1917.
Nacido en Francia, el surrealismo realizará una nueva declaración de los derechos del hombre, e incluso tendrá su propio manifiesto. Por tanto, el surrealista se comprometió con la realidad. Es más, creía que era su deber y su objetivo fue cambiar el mundo, cambiar la realidad de su presente. Jean Clair afirma así que el artista está comprometido con la realidad, sintiéndose él mismo responsable de su obra. No obstante, el autor cierra esta magnífica obra advirtiendo que el arte es forma y el (arte) contemporáneo ha olvidado del todo sus deberes pero también sus poderes. Que los haya olvidado no le exime, sin embargo, de su responsabilidad.
CLAIR, Jean. La responsabilidad del artista. Las vanguardias, entre el terror y la razón (2.ª ed.). Editorial Visor Libros (Col. La Balsa de la Medusa), Madrid, 1998. Jean Clair (n. 1940), director del Museo Picasso de París, y del Centenario de la Bienal de Venecia (1995) es un estudioso bien conocido del arte contemporáneo, que ha escrito sobre Duchamp, Bonnard, De Chirico, Balthus, etc. ¿Encarna la vanguardia, tal como suele afirmarse, el progreso, incluso la revolución? Esta pregunta conduce a un análisis en el que Jean Clair defiende una posición compleja: el arte de vanguardia se ha configurado según el modelo da las utopías de izquierda, pero también según el modelo de las utopías más reaccionarias y totalitarias. Ha compartido su violencia, su ira, su desprecio hacia la cultura, estima Clair, e incluso ha convertido el anti-humanismo en programa de acción. Son `acusaciones` suficientemente graves, expuestas con pasión y contundencia por un historiador cuya solvencia está fuera de duda, tanto como su ardor polémico. El lector tendrá que contestar la pregunta.