Rainer María Rilke

Entre las definiciones, axiomas y proposiciones halladas en la obra Ética demostrada según el orden geométrico, del célebre filósofo Baruch Spinoza, encontramos la siguiente afirmación (Prop. XXVIII):
El genial pensador del siglo XVII consideraba que toda existencia determinada lo es por una causa “también finita y tiene una existencia determinada; y, a su vez, dicha causa no puede tampoco existir, ni ser determinada a obrar, si no es determinada a existir y obrar por otra, que también es finita y tiene una existencia determinada, y así hasta el infinito.”
En los albores del siglo XX, el escritor austro-germánico Rainer Maria Rilke, nos ofrece una visión diferente y muy personal de la existencia. Sus obras poéticas más importantes, Elegías de Duino y Sonetos a Orfeo, son precursoras del existencialismo. Nos habla en ellas de la soledad y de la muerte y la vida formando un todo, una experiencia no terrenal.
Rainer Maria Rilke (1875-1926) ha sido uno de los poetas más influyentes de la primera mitad del siglo XX. Partiendo de un lirismo que se refleja en su primer libro titulado Vida y canciones, acabó por componer una obra hermética con un lenguaje muy conciso. Escritor checo en lengua alemana, Rilke amplió los límites de expresión de la lírica y extendió su influencia a toda la poesía europea.
Después de abandonar la Academia Militar de Mährisch-Weiskirchen, ingresó en la Escuela de Comercio de Linz y posteriormente estudió Historia del arte e Historia de la literatura en Praga. Residió en Munich, donde en 1897 conoció a Lou Andreas-Salomé, quince años mayor que él, y que tuvo una influencia decisiva en su pasaje a la madurez. Decidido a no ejercer ningún oficio y a dedicarse plenamente a la literatura, emprendió numerosos viajes. Visitó Italia y Rusia (en compañía de Lou), conoció a Lev Tolstói y entró en contacto con la mística ortodoxa. En 1900 se instaló en Worpswede y un año después contrajo matrimonio con la escultora Clara Westhoff, con la que tuvo a su única hija, Ruth, y a cuyo lado escribió las tres partes del Libro de horas. Tras su separación, se instaló en París donde durante ocho meses trabajó como secretario privado de Rodin. Allí compuso Canto de amor y muerte del alférez Cristobal Rilke, y posteriormente Los cuadernos de Malte Laurids Brigge. Aquejado por una crisis interior empezó de nuevo a viajar mucho, a África del Norte (1910-1911) y a España (1912-1913). Entre 1911 y 1912, invitado por la princesa Marie von Thurn und Taxis, residió en el castillo de Duino (Trieste), escenario en el que surgieron las que denominó precisamente Elegías de Duino. Durante la Primera Guerra Mundial vivió la mayor parte del tiempo en Munich. En 1916 fue movilizado y tuvo que incorporarse al ejército en Viena, pero pronto fue licenciado por motivos de salud. De esos años es la intensa relación amorosa con la polaca Baladine Klossowska, madre de P. Klossowski y del pintor Balthus, presuntos hijos naturales nunca reconocidos por el poeta. Tras la guerra residió en Suiza y en 1922 vivió en el castillo de Muzot, donde finalizó las Elegías de Duino (1923). Murió de leucemia, tras una larga y dolorosa agonía, en el sanatorio suizo de Valmont.
Los cuadernos de Malte Laurids Brigge (1910), la única novela de Rilke, fue escrita a modo de diario y describe con la agudeza de un diagnóstico los contrastes sociales en París, la pobreza y la destrucción. La gran urbe provoca a Malte, el último descendiente de una gran familia danesa, el miedo absoluto. Enfermedad y finitud son en esta obra temas recurrentes. A la muerte deshumanizada y masificada, típica de la gran ciudad, Rilke opone la muerte individual y propia, que está representada por el recuerdo de un antepasado de Malte. Las evocaciones de infancia tienen un carácter redentor, igual que el tema del amor que, junto al de la muerte, constituye el otro gran tema del libro. El amor no correspondido, que perdura como deseo, deja abierto el final de la novela que desemboca en una reelaboración de la parábola del hijo pródigo. Efectivamente, estas mismas cuestiones reaparecen en su obra lírica Libro de horas (1905) formada por los títulos Libro primero, el libro de la vida monástica; Libro segundo, el libro de la peregrinación; Libro tercero, el libro de la pobreza y de la muerte que remite a las antologías medievales de plegarias privadas. La forma artística de la plegaria le sirve para abandonar la lírica de sentimientos propia de Canto de amor y muerte del alférez Cristóbal Rilke y experimentar con imágenes nuevas que, mediante traslaciones sensuales y visuales, amplían las fronteras del lenguaje.
En el Libro de las imágenes (1902-1906) se aprecia una tendencia hacia la objetualización de las imágenes evocadas y hacia la observación detallada. Sin embargo, esta precisión no va en detrimento de la dimensión universal y parabólica del momento captado. Pero el giro decisivo hacia lo objetual se produce con la colección publicada con el título Nuevos poemas (1907-1908). Domina aquí la perspectiva observadora del “poema-cosa” y Rilke deja de hablar de la obra de arte para hacerlo de la “cosa de arte”, que ha de existir por sí misma, distanciada y liberada del “yo” subjetivo del autor. La poesía ya no es una confesión y se convierte en un objeto que remite sólo a sí mismo. Esta nueva orientación de la poesía rilkeana se debe, en gran parte, al descubrimiento de la obra de Rodin, pues, para el poeta, el escultor francés significaba la alternativa a los excesos intimistas del arte. Siguiendo el modelo de Rodin, proclamará como divisa de su poetizar el “convertir la angustia en cosas” o lo que es lo mismo: el mundo interior se exterioriza a través de los objetos. Sus dos últimas obras, las Elegías de Duino (1923) y los Sonetos a Orfeo (1923) suponen otro cambio radical en su concepción poética. Se apartan tanto de la inicial lírica de sentimientos como de la objetualidad de los “poemas-cosa” posteriores. Tampoco parece que sea posible transformar la angustia en cosas. Tras una larga etapa de crisis en la que el escritor incluso se plantea la posibilidad de dejar la poesía, publica unos poemas de cariz existencial que son una interpretación de la existencia humana.
Las Elegías de Duino buscan la definición del ser humano y su lugar en el universo, así como la misión del poeta que en esta obra desarrolla un mundo cerrado en sí mismo de imágenes y símbolos, cargados de recuerdos y de referencias autobiográficas. Utiliza el ritmo dactílico de la tradición elegíaca alemana, tal como lo habían empleado Goethe y Hölderlin. El ciclo de las Elegías, una de las obras más herméticas de la literatura alemana del siglo XX, parte de la lamentación para arribar hasta la dicha. Se inicia con la experiencia del ángel terrible separado del hombre por un abismo para llegar a la posibilidad del acercamiento humano a lo angélico. Es el poeta quien lleva al mundo angélico, liberándonos así del mundo interpretado. Pero para ello es preciso recorrer un largo camino en el que son claves los moribundos, los animales, los amantes y los niños. Todos ellos parecen figuras capaces de sustraerse al mundo cerrado del hombre, orientado hacia la muerte. El júbilo final de las dos últimas elegías muestra una nueva vida que consigue crear un ámbito común con la muerte, una alegría que se funde con el dolor. Los Sonetos a Orfeo, aunque formalmente son más abiertos y variados que las Elegías, están temáticamente ligados a éstas. También aquí la determinación de la existencia humana lleva a los límites de lo que es posible expresar en palabras. En ellos están presentes imágenes, simbolismos, recuerdos y elementos autobiográficos que remiten a las Elegías, y no en vano fueron definidos por el poeta como un “regalo adicional” surgido “simultáneamente con el impulso de los grandes poemas”.
WIESENTHAL, Mauricio. Rainer Maria Rilke (El vidente y lo oculto). Acantilado, Barcelona, 2015. Rainer Maria Rilke, poeta de culto, de personalidad tan fascinante como compleja, siempre protegido por las mujeres en las que buscó amparo y enseñanza estaba lejos de la imagen romántica y angélica que la tradición suele ofrecernos de él. Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943) logra ahondar en el hombre, y nos ofrece una imagen mucho más compleja, sutil y humana del profeta de los réquiems y las elegías. Hacia el final de este libro de más de mil páginas Wiesenthal narra en estilo demorado y melancólico un paseo por París en compañía de Paul Morand y en dirección al palacio en que vivía una de las amigas aristócratas de Rilke, la princesa rumana Marthe Bibesco. La conversación versaba sobre el sentido de la cultura europea y algunos de sus logros, concluyendo, dos páginas más adelante: "pensaba que debía guardarlo todo en mi alma para atravesar la noche (...) y contar luego a los jóvenes lo que había visto".
RILKE, Rainer Maria. Historias del buen Dios; Los apuntes de Malte Laurids Brigge. Cátedra (Col. Letras Universales), Madrid, 2016. Rainer Maria Rilke ha pasado al olimpo literario como el gran poeta de las letras alemanas. Es cierto que sus más perfectas composiciones se enmarcan en el género lírico, pero asimismo escribió textos en prosa de gran profundidad en la expresión de contenidos, con un rico mundo simbólico-referencial, numerosos referentes culturales y una altísima calidad formal. Es, además, un extraordinario representante del relato experimental, cuyos ejemplos más destacados en el conjunto de la producción narrativa rilkeana son las dos obras objeto de esta edición. "Historias del buen Dios" es un conjunto de relatos breves, en los que Rilke deja constancia de su desbordante imaginación para crear argumentos ingeniosos y fantásticos en los que se percibe su idea de la clara separación entre cuerpo y alma, sus dudas ante las creencias religiosas, su idea de la trascendencia y de los sutiles límites entre la vida y la muerte. "Los apuntes de Malte Laurids Brigge", considerado como el texto cumbre de la producción narrativa del autor, es un texto experimental y original, que aporta una nueva forma de narrar. El hilo invisible que teje la obra es el difícil camino en la formación de un poeta. 
RILKE, Rainer Maria. Los apuntes de Malte Laurids Brigge. Alba Clásica, Barcelona, 2016. En 1902 Rainer Maria Rilke llegaba a París para conocer a Auguste Rodin, de quien acabaría siendo secretario durante un año. El disgusto y el sentimiento de desubicación que le produjo la ciudad le inspiraron un proyecto de novela en primera persona que acabaría construyéndose alrededor de una identidad en peligro: un joven descendiente de un aristocrático linaje danés, pero pobre, atemorizado, sin familia ni amigos, que deambula por un París ruidoso y masificado, lleno de enfermos y mendigos que parece que le acosan y le ofrecen una visión de la miseria de la que se huye pero que finalmente hay que mirar de frente. Este personaje sería al fin el sujeto de un libro con un sentido de la composición inédito en su día pero que hoy, más de un siglo después, relacionaríamos con los llamados «géneros fronterizos». Problematizando su condición de novela por su distanciamiento con el yo íntegro y satisfecho de la tradición decimonónica, recreando la falta de unidad de un cuaderno de notas −«como si se encontraran en un cajón una serie de papeles desordenados y, de momento, hubiera que conformarse con lo encontrado»−, mezclando recuerdos de infancia con evocaciones literarias e históricas −reyes locos, mujeres amantes y no amadas, hermanos en discordia, santos−, Los apuntes de Malte Laurids Brigge (1910) ha llegado a considerarse, según el poeta Hans Egon Holthusen, «una de las obras más rupturistas de la literatura moderna». Esta nueva traducción de Juan de Sola recupera el poder y el misterio del lenguaje indagador de Rilke y transmite su sentido en la actualidad.