Fahrenheit 451, de Ray Bradbury

La ciencia ficción es uno de los campos temáticos más interesantes que existen. No obstante, su lectura puede llegar a ser compleja, al intervenir, junto a otros factores literarios, elementos y términos propios de un tema concreto que es el que aborda la novela y con el que, quizá, no estemos familiarizados. La novela de ciencia ficción ofrece al lector la oportunidad de entrar en contacto con historias en las que juegan un papel destacado la imaginación y la base científica de la hipótesis sobre la que se asienta la trama. Familiarizarse con la lógica científica y con el rigor que acompaña al relato de ficción —ficticio, pero creíble— es fundamental a la hora de acercarse a estas obras donde la ciencia suele ser al mismo tiempo origen de un problema y posible solución del mismo.
La ciencia ficción no se dedica a predecir el futuro, como si de adivinos o brujos se tratara. No están sus historias llenas siempre de un vocabulario científico-tecnológico, de difícil comprensión. La ciencia ficción es mucho más. Es un subgénero narrativo que puede tener un sentido profundo de análisis de la realidad y del mundo actual, extrapolado a otro espacio y tiempo. Uno de los temas fundamentales y más interesantes de los relatos de ciencia ficción es la descripción de los comportamientos humanos. En la ciencia ficción, el autor trabaja con elementos hipotéticos que, aunque puede ser falseados en el futuro por métodos científicos, no son falsos cuando se realiza una obra, ya que deben estar sujetos a la realidad hasta ahora conocida desde el punto de vista físico-químico.
¿Qué es una sociedad sin libros? No olvidemos que los libros, en todo momento, representan a la cultura, a la creación, al estudio, al alejamiento del ser humano como mero mecanismo o número. Una sociedad sin libros es una sociedad empobrecida, sin historia y sin referencias. Pero hoy en día los libros también suponen un problema: es tal la cantidad de libros que se publican que cada vez van ocupando más y más espacio; además, el papel para los libros se produce en fábricas muy contaminantes para cuya producción se necesita madera y, por lo tanto, talar árboles. El tema, pues, de los libros como elemento de debate y referencia social puede ser tratado de muy diferentes formas.  Los autores de ciencia ficción se comprometen con estos temas y presentan los problemas con una fuerza aplastante. Su compromiso no es únicamente con el presente, sino con un futuro.
 Hace muchos años acudí, como era costumbre cada tarde al salir del instituto, a la biblioteca que se encontraba situada al lado de mi casa (y no en la otra punta de la ciudad, como sucede a día de hoy). Me topé con esta magnífica obra de Ray Bradbury en plena adolescencia y me sentí tan identificada con Clarisse McClellan que temí que hubiera más personas como yo en este miserable mundo y ello me condenara a ser alguien corriente... Y, en efecto, así es. Mis sospechas eran ciertas, salvo porque yo me rodeo de más familiares extraordinarios que ella. El título Fahrenheit 451 hace referencia a la temperatura a la que prende y arde de forma óptima el papel. Bradbury nos presenta en ella a bomberos que en vez de apagar incendios, los provocan. Son los encargados de quemar libros, pues en la sociedad futurista creada por Bradbury está prohibido leer. Es considerado un delito, al hacer pensar (pensar no conviene). Se razona únicamente atendiendo a las órdenes impuestas por los dirigentes a través de grandes pantallas de televisión en las casas, que son mayores cuanto más importante es la posición política y económica que ocupa un individuo. Bradbury nos da, sin embargo, una esperanza, una salida: los hombres-libros. En diversas partes del mundo, hombres y mujeres memorizan las obras inmortales con ánimo de preservarlas. Así, huidos, perseguidos si poseen libros, escondidos, tratarán de transmitir de generación en generación lo que, sin lugar a dudas, es lo que da peso a la Humanidad: la palabra. Fahrenheit 451, que da a conocer nuestras miserias, es una perfecta denuncia. Nos traslada la historia a un mundo futuro, una especie de «mundo feliz», semejante al de Aldous Huxley, en donde los libros y la letra impresa en general han sido proscritas. Las autoridades consideran especialmente peligrosas las novelas que crean un universo imaginario, pues dicen que fomentan la delincuencia, el dolor y la locura, creando inadaptados. Los poemas no corren mejor suerte, y aquellos ciudadanos que son descubiertos con alguno de ellos son apresados, los libros incinerados y las personas condenadas.
Como en todas las dictaduras, en la sociedad creada por Bradbury también se organiza una resistencia en la clandestinidad. Cada uno de los componentes del grupo disidente aprende de memoria una obra literaria que recita constantemente con el objetivo de salvarla del fuego, para que jamás se olvide. Antes de morir, los resistentes transmiten estas palabras amadas a sus descendientes y compañeros de lucha, a fin de que ellos las recuerden para siempre y, a su vez, las transmitan a las próximas generaciones. Llegan así a tal compenetración con la obra elegida que sustituyen sus propios nombres, tomando el título de la pieza a la que representan como su nombre de resistencia. En la ficticia sociedad creada por Bradbury impera el culto al hedonismo. El cuerpo de bomberos con el anagrama 451 se dedica a quemar los libros prohibidos bajo la creencia de que sus textos impiden que la ciudadanía sea complaciente y feliz y tener conciencia supone un riesgo que conlleva peligros mayores que la muerte… 
Después de leer Fahrenheit 451 de Bradbury, uno se plantea si realmente la cultura, el arte, la literatura y por ende la reflexión y el conocimiento nos hacen obligatoriamente mejores personas. ¿Se puede leer a Bradbury, Woolf, Dovstoievski, Wilde, Machado, Zambrano o Lorca y no comprender nada? ¿Con qué autores nos identificamos? ¿Qué hemos aprendido? ¿Qué hemos leído? ¿Qué nos afecta de la realidad? ¿A quiénes memorizamos para declamar sus versos? Guy Montag es el nombre del protagonista de la historia. Trabaja como bombero y su función no es apagar incendios, sino provocarlos. En lugar de mangueras y extintores emplean lanzallamas, porque su trabajo consiste en quemar libros, en reducir a cenizas hasta la última página impresa que caiga en sus manos. Los ciudadanos muestran una aversión patológica hacia la palabra en una cadena sinfín que acaba convirtiendo la sociedad futura (siglo XXIV) en un gigantesco circo en el que los bufones actúan, constantemente felices, y millones de ciudadanos, convenientemente aborregados ríen sin saber siquiera por qué lo hacen. La mentira se ha encarnado en la propia civilización. La estructura misma de la civilización es engañosa. Es ficticia. Pero ellos ya no necesitan bomberos con lanzallamas para amenizar con sus espectaculares hogueras las noches de la ciudad, los medios de comunicación y los vehículos a toda velocidad controlan sus mentes y les domestican para que cumplan con su trabajo. Montag no es el único protagonista de esta novela. Si bien es estimulado durante toda la obra, por otros personajes y circunstancias, para que se decida a actuar, el reparto es coral. Montag entra en contacto con Clarisse McClellan, la inadaptada y asocial (como el salvaje de Un mundo feliz, de Aldous Huxley), que perturba el equilibrio y la paz de Montag; el Capitán Beatty, el jefe de bomberos, magnífico antagonista encargado de golpear moralmente a Montag con sus implacables citas; Mildred Montag, la abstraída y no-existente mujer de Montag; Profesor Faber, el antiguo profesor de lengua y literatura retirado a quien conoce en el parque y que llegará a poner en riesgo su vida por ayudarle; Granger, el cabecilla de una organización de vagabundos intelectuales…; o la señora Blake, cuya actitud tanto hace reflexionar al lector. Y, desde luego, el Sabueso mecánico: la fuerza inhumana que persigue al hombre, que se abate sin misericordia sobre el criminal y ejecuta su sentencia, con su aguja mortal… con su Ley.
No hay que dejar atrás otros aspectos ineludibles como la televisión, la despreocupación por la juventud y el ser humano en general, la vida, la publicidad, la cultura del ocio…, aparecen aquí sin sus adornos, sin sus colores y llamativas melodías. Hay que leer Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, así como Un mundo feliz de Aldous Huxley y 1984 de George Orwell.
La edición que he leído esta vez posee 256 páginas. El relato, que ocupa las primeras 180, está dividido en tres partes. Completa el libro una guía didáctica realizada por Maribel Cruzado cuyo propósito es descubrir las numerosas referencias literarias que se encuentran entre las páginas de la novela así como proponer diferentes reflexiones acerca de la lectura una vez terminado el relato. A mí me ha parecido muy interesante y acertada esta guía de 70 páginas. Trata los temas clave del libro: la censura, la ignorancia frente al conocimiento, la quema de libros, el mundo audiovisual y la tecnología frente a la letra impresa y sus efectos; trata también la simbología que aparece en el relato, los aspectos formales y estilísticos del mismo y ofrece un vocabulario específico, además de la biografía del autor, ficha de personajes, otra de comprensión…
Ray D. Bradbury (1920-2012) fue un escritor estadounidense de ciencia ficción, fantasía y terror, guionista cinematográfico y televisivo, además de adaptador de obras literarias propias y de otros autores. Principalmente conocido por sus obras Crónicas marcianas (1950), El hombre ilustrado (1951) o El país de octubre (1955) y, por supuesto, la novela distópica Fahrenheit 451 (1953). Se consideraba a sí mismo «un narrador de cuentos con propósitos morales». Sus obras a menudo producen en el lector una angustia metafísica, desconcertante, ya que reflejan la convicción de Bradbury de que el destino de la humanidad es «recorrer espacios infinitos y padecer sufrimientos agobiantes para concluir vencido, contemplando el fin de la eternidad». La obra de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, se enmarca dentro de la ciencia ficción. A su autor se le considera uno de los escritores más identificados con la revista pulp Planet Stories. Las obras que destinó a la revista incluyen una de las primeras historias de la serie Crónicas marcianas. Cosechó numerosos premios en vida y varias de sus obras han sido adaptadas al cine y a la televisión.
BRADBURY, Ray. Fahrenheit 451 (Edición escolar), Debolsillo, 2012. 256 págs. «Trabajo para evitar un futuro sin educación.» Ray Bradbury. Esta edición especial para escuelas incluye material didáctico a cargo de Maribel Cruzado y la traducción corre a cargo de Alfredo Crespo). Fahrenheit 451 ofrece la historia de un sombrío y horroroso futuro. Montag, el protagonista, pertenece a una extraña brigada de bomberos cuya misión, paradójicamente, no es la de sofocar incendios sino la de provocarlos para terminar con los libros prohibidos que hay en la lista de todas las brigadas y que se cuentan por millones. En la sociedad de Montag está terminantemente prohibido leer y todo conocimiento se induce y asimila por medio de aparatos audiovisuales tales como televisores. Leer obliga a pensar, y en el mundo de Montag pensar está prohibido. Leer impide ser ingenuamente feliz, y en el mundo de Montag hay que ser feliz a la fuerza. Ray Bradbury es uno de los grandes maestros estadounidenses de la ficción científica y fantástica. Si bien es célebre por sus novelas (Fahrenheit 451, La feria de las tinieblas, El árbol de las brujas…), también ha cultivado el relato (Crónicas marcianas, El hombre ilustrado, Las doradas manzanas del sol, El país de octubre…), el ensayo, la poesía y el guión.