Los autómatas, de E.T.A. Hoffman

E.T.A. Hoffmann (cuya tercera inicial, correspondiente a «Amadeus», rinde homenaje a Mozart), fue mucho más que un escritor adscrito al movimiento romántico alemán: jurista, pintor, dibujante y caricaturista, cantante y compositor musical este polifacético autor de imaginación desbordante es considerado, no sin razón, uno de los precursores tempranos de la literatura fantástica. El 10 de octubre de 1813 Hoffmann, siempre atento a toda clase de curiosidades, había visto en Dresde los autómatas mecánicos del técnico J.G. Kaufmann. Entre ellos había un tocador de trompeta y una figura que tocaba el violín. También da noticias de ellos el músico Carl María von Weber. Muchos años antes, en 1801, había visto los famosos autómatas del Arsenal de Danzig.
La perfección y rareza de estos autómatas extraordinarios sugirió a Hoffmann el presente relato: «Los autómatas». Empezó a escribirlo el 5 de enero de 1814 para el Allgemeiner Musikalische Zeitungrevista dedicada a la música, y lo terminó el 16 del mismo mes. Por esta época, Hoffmann, en su triple vocación de músico, pintor y escritor, sólo tenía acceso a esta revista musical para poder publicar sus cuentos. Como crítico de música, el Musikalische Zeitung le publica las críticas y amplias reseñas sobre temas musicales. Con la secreta intención de darse a conocer como creador literario, Hoffmann envía el cuento Los autómatas al director de la revista, advirtiéndole que él cree apropiado su cuento a esta revista, ya que en él trata temas musicales, ya que se ocupa de la Natur-Musik, la armónica y otros instrumentos. Ya en años anteriores Rochlitz, el director del Musikalische Zeitung, había aceptado el cuento de El caballero Glück al mismo tiempo que publicaba sus reseñas sobre Fioravante, A. Ronberg y el gran comentario sobre la Quinta Sinfonía de L. van Beethoven. En esta revista Hoffman publica el relato titulado Penas musicales del Director de Orquesta Johann Kreisler. Todo lo que tenga relación con la música es aceptado en esta revista musical.
Pero la verdad es que en Los autómatas la música no es el tema principal, sino el pretexto para poder publicar el cuento. Lo principal es la profunda impresión que a E.T.A Hoffmann le producen los autómatas, sólo comparable al terror que inspiran las figuras de cera. Los artificios mecánicos resultan siniestros al animarse, en su imitación de los movimientos del ser humano. Los autómatas y los instrumentos mecánicos que emiten sonidos le provocan pavor al protagonista del cuento de Los autómatas, escrito en primera persona, tanto como los relojes y otros mecanismos implacables en su funcionamiento. La vivificación del autómata tiene una estrecha relación con el automatismo del ser humano; quizá sea éste el origen del pavor y del espanto.
E.T.A Hoffmann parece adivinar premonitoriamente un futuro en que los autómatas puedan regir y dominar el mundo: robots, máquinas IBM, computadoras, etc. El terror que inspiran los autómatas es semejante a la admiración que embarga el ánimo, cuando el mecanismo entra en movimiento e impecablemente se pone en marcha. En Los autómatas no terminará la obsesión por el tema. Un año después Hoffmann escribe El hombre de arena, historia de la muñeca mecánica, un autómata, creación del profesor Spalanzani, que luego va a inspirar la música de Offenbach, y la de Leo Delibes para el ballet de CoppeliaEl autómata femenino de El hombre de arena está relacionado con el autómata-mujer del cuento de Los autómatas, así como también hay una relación en el trastorno mental de los protagonistas. Es difícil resistir el influjo destructor de lo que la mente apenas puede concebir, y de aquí que la locura irrumpa en estos relatos de autómatas. En El hombre de arena el joven protagonista enamorado de la mujer mecánica —ignorando que lo es—, no puede resistir ver su cuerpo desmembrado en piezas arrojadas al suelo, y en su locura se da muerte. Menos fatal es el desenlace de Los autómatas, aunque el trastorno psíquico se resuelve favorablemente... (y hasta aquí puedo leer). En este sentido Hoffmann, aunque con la ironía propia del romanticismo, parece recoger la tradición de Tomás de Aquino, quien creía que los androides eran criaturas satánicas y que había que destruirlas. El interés por los autónomos culmina a finales del XVIII, época en que la fabricación de autómatas llega a un grado de perfección inusitada. De todos modos, la historia de los autómatas es muy antigua. Los árabes, con su habilidad técnica para la relojería, ya compusieron autómatas. Utilizaban la mecánica hidráulica para animar a sus autómatas. Tenían pájaros artificiales en sus jardines. Los califas de Bagdad en Samarra maravillaban a sus invitados con estos pájaros mecánicos. En España existió esta moda entre los almohades, y se sabe que en Palermo también existió en el siglo XIII un jardín de autómatas.
 
En el siglo XVIII había ya colecciones de autómatas. Fue famoso el Jugador de Ajedrez de Wolfgang von Kempelen. Tenía el aspecto de un turco. Jugó con Catalina II en San Petersburgo y ganó la partida. Ella, furiosa, quiso confiscarle el autómata. Uno de los más expertos fabricantes de autómatas fue Jacques Vaucanson (1709-1782), que fabricó autómatas que servían a la mesa. En 1738 Vaucanson hizo una exposición de sus autómatas. Entre ellos estaba el célebre flautista Le Fluteur de Vaucanson, una estatua en madera que representaba a un fauno tocando la flauta. Era una maquinaria ingeniosa, tocaba doce aires diferentes. Comenzó, entonces, la moda de los autómatas musicales. También existía un pato que batía las alas y engullía alimentos. 
En 1779 la Academia de Ciencias de San Petersburgo convocó un concurso para la construcción de una cabeza parlante, que pronunciase cinco vocales. Ya en el Quijote se habla de la cabeza parlante. Muy famoso también fue Pierre Jaquet-Droz que fabricó los tres autómatas de la colección de Neuchatel L'EcrivainLe Dessinateur y La Joueuse de ClavecinEs posible que en esta bella pianista-autómata se inspirase Hoffman para su también bella autómata cantante y pianista. Todo este interés que la humanidad ha demostrado por la creación de autómatas lo recoge magistralmente Hoffmann en el cuento que aquí nos ocupa, haciendo resumen del pasado, y proyectándolo hacia el futuro, que es nuestro presente actual, en que ya existe un censo de autómatas enfermos que no pueden pagar los sueldos, y cuyas indisposiciones producen más trastornos que si no existieran. Con todo, tenemos que ponernos a reflexionar para darnos cuenta de la existencia de los autómatas, porque todavía los únicos autómatas que nos siguen resultando atractivos y pavorosos a la vez son los que tienen rostro y andares humanos. En 1814 Hoffmann publicó no sólo Los autómatas, también los Cuadros fantásticos a la manera de Callot y los Cuadros Nocturnos. En el segundo tomo de los Cuadros fantásticos aparece El Magnetizador, cuento en el que el escritor trata de profundizar en otro tema que siempre le ha producido tremenda inquietud: el tema de los sueños y el del magnetismo, esa oscura zona desconocida que ofrece la posibilidad de que un principio psíquico pueda obrar a distancia sobre una persona según nos dice en el cuento de La casa vacía. Las lecturas de Hoffmann de los libros Consideraciones sobre el aspecto nocturno de las Ciencias Naturales y de El simbolismo de los sueños de G.H. Schubert se corresponden al interés que el autor de Los autómatas sentía por estas manifestaciones de la naturaleza humana. Añádase a esto las experiencias de Franz Anton Mesmer (1734-1815), fundador de la teoría del magnetismo animal, y el extraordinario libro del profesor Carl Alexander Ferdinand KlugeEnsayo de una descripción del magnetismo animal como medio curativo.
Hoffmann, atento a la vanguardia de estos descubrimientos y experimentaciones, entremezcladas a veces de teosofismo, tal el caso de Schwedenborg, halla la materia ideal que concuerda con sus ensoñaciones y preocupaciones. Su amistad con el Dr. Koreff, experto en magnetismo, le facilita el camino. El sonambulismo que tanto preocupaba —también a Heinrich von Kleist en Catalina de Heilbronn y El Príncipe Federico de Homburgo—, la telequinesia, los presentimientos, la premonición, la telepatía, etc. son motivos de los cuentos El MagnetizadorEl huésped siniestro, y La casa vacía, y si a ello se une el fenómeno de la locura, como en este último, la temática hoffmaniana más completa aparece conjuntamente. Al profundizar en las capas más oscuras del ser humano y en las manifestaciones más misteriosas de la vida, como es la superstición, Hoffmann roza lo siniestro, que aletea de continuo a nuestro lado, no sólo en nuestra personalidad sino en el mundo circundante.
Todas las obsesiones de Hoffmann se proyectaban en cada relato, encontrándose estos, en palabras de Eugenio Tríasa medio camino entre lo bello y lo siniestro que contiene la propia naturaleza humana. A Hoffmann le gusta, podríamos decir, lo que desagrada, lo que incomoda al resto. Y los artificios mecánicos resultan siniestros en su imitación de los movimientos del ser humano; quizás hay que ver precisamente en eso, en esta estrecha relación entre ambos (el original y su copia), la fuente de todo el terror que inspiraban a Hoffmann aquellos artilugios con autonomía propia. Sencillamente, el atávico terror de los hombres frente a aquellas criaturas que quizás, en su fuero interno, resultan incluso más humanas que nosotros mismos (como el monstruo de Frankenstein, de Mary Shelley o el Golem de Gustav Meyrink). “Sólo el diablo sería capaz de decir algo sobre aquel maravilloso mecanismo”, dice Hoffmann al principio de su cuento “Los autómatas”, ante la fascinación de los presentes por tan extraordinario artilugio.
 
En Los autómatas, un relato de apenas 74 páginas, una autómata que toca el piano —como la bella Rachael, una replicante experimental de Blade Runner (Ridley Scott, 1982)— se convierte en la excusa para reflexionar acerca de la relación entre naturaleza y artificio. Dirá uno de los protagonistas: “A mí me resultan sumamente desagradables todas estas figuras que no tienen aspecto humano, aunque, sin embargo, imitan a los hombres y tienen toda la apariencia de un muerto viviente … Se les debería increpar con las palabras de Macbeth: ¿Qué miras con esos ojos que no ven?”. Este es el talón de Aquiles de los autómatas: la mirada. Sus ojos no son unos ojos humanos, porque los ojos, dicen, son el espejo del alma y los autómatas, evidentemente, no tienen alma.
Éste será el argumento de otro cuento de HoffmannEl hombre de arena (1817), donde un estudiante, Nataniel, se enamora perdidamente de la bella Olimpia hasta que se da cuenta, al asistir a la discusión entre el profesor Spalanzani y el óptico Giuseppe Coppola (que descuartizan su criatura mecánica ante la mirada asustada del joven enamorado), que su amada no es sino un ingenio mecánico. Enloquecido, el estudiante se quitará la vida mientras grita a viva voz, ante los ojos sanguinolentos de Olimpia: “¡Hermosos ojos! ¡Hermosos ojos! “. Aquellos ojos han convencido a Nataniel de que Olimpia es una autómata al igual que sucede con los replicantes de Blade Runner, cuyos ojos tienen la particularidad de brillar. No en vano la máquina Voight-Kampff es capaz de decidir quién es y quién no es humano únicamente a partir de un examen de la vista.
Triste vida la de aquellos que ven con los ojos de los demás… Leemos que decía el poeta Miquel Martí i Pol“Salveu-me els ulls quan ja no em quedi res. Viuré, bo i mort, només en la mirada” (Salvad mis ojos cuando ya no me quede nada. Viviré, aún muerto, sólo en la mirad). A los androides, a los pobres androides, ni este consuelo les queda.
HOFFMANN, E.T.A. Los autómatas. José J. de Olañeta, Editor (Colección Los Jóvenes Bibliófilos)Barcelona, 1992. Los autómatas (Die automate) es un relato de terror del escritor alemán E.T.A. Hoffmann (1776-1822) publicado en 1814 y prologado (y traducido) por Carmen Bravo-Villasante. Aquí Hoffmann explora el horror de la mano de un autómata. Rápidamente observamos que se trata de un antecedente a El hombre de arena (1815), aquella historia cuyo trama giraba en torno a una muñeca mecánica, un autómata también, creación del profesor Spalanzani, que más tarde inspiraría la música de Offenbach, y la de Leo Delibes para el ballet de Coppelia. El autómata femenino de El hombre de arena está relacionado con el autómata-mujer del cuento de Los autómatas, así como también hay una relación en el trastorno mental de los protagonistas. Texto apasionante en el que Hoffman condensó la perfección, fascinación y rareza que le producían los autómatas, relojes y otros mecanismos. E.T.A Hoffman, escritor romántico de fabulosa capacidad de invención, se adentra de nuevo en el mundo de la locura. Preocupado por el sonambulismo, la telequinesia, los sueños, el magnetismo, la premonición y la telepatía roza lo siniestro que a veces nos acompaña con nuestra propia sombra. El tema de los autómatas, si bien fascinó a los románticos, llevaba desde la antigüedad asombrando ya a los hombres. Podemos verles en la Biblia, pero también en textos de Cervantes, Voltaire, Rousseau, Villiers de L'Isle-Adam, Andersen, etc. Este cuento, en particular, asombró a Adelbert von Chamisso, Heine y Stefan Zweig, los cuales escribieron páginas acerca de este «hechizo». Tan sólo queda un consejo al joven lector: ¡No leas nunca primero la última página!...