POLO NORTE

Polo Norte
Como sabemos, la Tierra gira en una órbita elíptica alrededor del Sol (365 días) y también sobre su propio eje (de oeste a este). En este planeta existen dos polos geográficos que indican los dos puntos de la superficie terrestre que son atravesados por el eje de rotación. El polo norte se encuentra a una latitud geográfica de 90 grados al norte del Ecuador —orientado hacia la estrella polar, se localiza en el mar Glacial Ártico—, mientras que el polo sur geográfico se encuentra a 90 grados al sur del Ecuador —situado en la masa continental de la Antártida—. Al ser los puntos donde coinciden todos los meridianos, los polos no tienen longitud geográfica. En el caso de la esfera terrestre, atravesada por el eje terrestre, al polo situado en el extremo norte se le llama polo norte, boreal o ártico y al situado en el extremo sur polo sur, meridional o antártico. Las latitudes polares son las situadas por encima (en términos de latitud) de los círculos polares; donde se sitúan las regiones polares, que coinciden a grandes rasgos con la denominada zona fría o de clima frío en climatología. Es posible que los polos geográficos "se desplacen" un poco en forma relativa a la superficie del cuerpo a causas de perturbaciones en la rotación. Los polos norte y sur físicos reales de la Tierra varían cíclicamente de posición unos pocos metros a lo largo de un período de unos pocos años. Este fenómeno es distinto de la denominada precesión de los equinoccios de la Tierra, en el cual el ángulo del planeta (tanto el eje como su superficie, moviéndose al unísono) varia lentamente a lo largo de periodos del orden de decenas de miles de años. Debido a que la cartografía precisa de coordenadas exactas e invariables, se definen polos cartográficos que son puntos fijos sobre la Tierra u otro cuerpo rotante en la ubicación aproximada de la zona en la que se desplazan y varían los polos geográficos. Estos polos cartográficos son los puntos donde se interceptan los grandes círculos de longitud. No se deben confundir los polos geográficos y los polos cartográficos con los polos magnéticos, que pudiera tener un planeta u otro cuerpo.
Josephine D. Peary
En 1888 Josephine Diebitsch (1863-1955), hija de un linguïsta de la Institución Smithsonian en Washington se casó con Robert E. Peary (1856-1920), explorador. En junio de 1891 el matrimonio, junto a un pequeño equipo de exploradores, viajó hasta el norte de Groenlandia. Pasaron el invierno en McCormick Bay, aproximadamente a medio camino entre el Círculo Polar Ártico y el Polo Norte. Las experiencias de Josephine en esta expedición la impulsaron a escribir en 1893 My Arctic Journal: A Year Among Ice-Fields and Eskimos. Un libro en un tono jocoso cargado de anécdotas que contrastaba con el tono épico empleado por su marido al relatar las proezas vividas. Durante los días próximos al solsticio de verano, el sol de medianoche ilumina el Ártico las 24 horas del día. Seis meses más tarde, el sol no llega a asomar por el horizonte. Una mañana de abril, Robert E. Peary, el expedicionario que en 1909 alcanzó el Polo Norte, y su mujer llegaron cuando la noche polar tocaba a su fin. Se cumple el centenario de uno de los períodos más ricos en acontecimientos históricos —dentro de uno de los capítulos más apasionantes de la eterna lucha de la humanidad contra lo desconocido—; encuadrado en lo que se llamó ya en el XIX: «la lucha para alcanzar los últimos confines geográficos de la Tierra». Cronológicamente las cuatro fechas que enmarcan esta ola de entusiasmo, que caracteriza el período por llegar a los lugares aún no descubiertos por el hombre, son:
1879 Adolf Erik Nordenskiöld: geólogo, geógrafo y explorador polar sueco de origen finés cruza el paso del Nordeste. Logró atravesar por primera vez la ruta del Mar del Norte y navegar alrededor del continente eurasiático a bordo del buque ballenero Vega. En 1883 fue el primero en romper las barreras de hielo de la costa sureste de Groenlandia.
1905 Roald E. Amundsen: explorador noruego atraviesa el paso del Noroeste y llega al Polo Sur (en 1911). Dirigió la expedición a la Antártida que por primera vez surcaba el Paso del Noroeste, el cual unía el Atlántico con el Pacífico, y alcanzó el Polo Sur. También formó parte de la primera expedición aérea que sobrevoló el Polo Norte.
1909 Robert E. Peary: explorador estadounidense alcanza el Polo Norte. Su reivindicación como primer descubridor del Polo Norte le supuso grandes honores y prestigio en su momento, pero posteriormente le trajo muchas críticas y controversias, siendo hoy puesta en duda.
Tres décadas para tres milenios podría ser el resumen de lo que significó el poder disipar el cúmulo de misterios, leyendas de siglos, montañas de errores y falsedades sobre la situación y características de los citados lugares o espacios geográficos. Numerosos mapas avalaban «documentalmente» muchos de estos disparates: tierras inexistentes, pasos y zonas navegables ficticias... Indudablemente, los avances y retrocesos del casquete polar a remolque de los períodos de glaciación o de calentamiento, y los témpanos de hielo flotante desprendidos del mismo —a lo largo de milenios— contribuyeron lo suyo a este mar de confusiones. La medición o determinación de la altitud y la latitud de un punto geográfico fue bastante aleatoria hasta bien entrado el XVIII y no dejó de presentar problemas siempre —sobre todo cuando el tiempo se presentaba nublado—. Con la mejor intención, el explorador podía anotar datos erróneos.

BIBLIOGRAFÍA POLAR
ENSAYO Y NARRATIVA EXPEDICIONARIA
My Artic Journal, de J. Peary
En los anaqueles de las librerías, el aniversario —o serie de aniversarios si se prefiere— se va notando por las reediciones de obras clásicas sobre Shackleton, Scott, Amundsen y otros personajes y equipos expedicionarios; a ellas se vienen a unir las que tratan de globalizar el gigantesco esfuerzo o recogen las últimas novedades sobre el inagotable tema, mezcla de aventura, deporte y esfuerzo científico. Los programas de radio, espacios televisivos y artículos de prensa son tan numerosos que no podemos ni siquiera tratar de esbozarlos. Renacen las viejas polémicas como la de Cook versus Peary o los estudios que analizan los numerosos errores cometidos a lo largo de una saga en la que la falta de preparación fue una de las causas principales de tanto desastre. Sobre polémicas hay que recordar que las recaudaciones de fondos para una expedición iban acompañadas de intensas campañas de propaganda, que no dejaba de haber un cierto componente de «prima donna» en la personalidad de muchos exploradores y que los malentendidos podían darse por cualquier motivo; la polémica Amundsen-Nobile es un mero ejemplo paradigmático. Los perros fueron otra causa de discrepancias; los escandinavos los utilizaban y se los comían, los ingleses no sabían hacer lo primero y abominaban de lo segundo; apostaron por los caballitos siberianos para su marcha al Polo Sur y así les lució el pelo. Al final se impuso la lógica y los escandinavos, adaptados al medio y con amplia experiencia de supervivencia, fueron los que acabaron por imponerse; hay que hacer notar que en muchas expediciones de diversas nacionalidades figuraba un sustrato sueco, danés, finés o noruego que resultaba imprescindible —como los sherpas en las expediciones himaláyicas.
La historia es poco conocida, en esta epopeya hay muchos héroes —navegantes y exploradores— que perecieron anónimamente sin que legaran a la posteridad el alcance de sus descubrimientos, empieza con Piteas que hacia el 320 antes de nuestra era zarpó de Massalia —la colonia griega que acabaría siendo Marsella—, salió al Atlántico y llegó a la fabulosa Thule —mítico horizonte, isla, país o ciudad—, «en los confines del Mundo», que los estudiosos discuten todavía si estaba en Islandia, Groenlandia, Orkneys, Shetlands, la costa Noruega u otro lugar —al norte de las Islas Británicas—, pero dejó escrita su Descripción del océano y Periplo, textos en los que se habla de mares y tierras situados al Norte y lindando con los hielos eternos. Thule recibió el nombre de Ultima Thule y su situación se fue alejando a medida que se localizaban nuevas tierras y mares. Séneca, en Medea, ya se refería a que: «Llegará una época en la que el océano soltará la cadena de las cosas, y una gran tierra será revelada; cuando Tifis mostrará nuevos mundos y Tule ya no será más la última».
En el siglo VIII, los vikingos navegaron los mares boreales y se establecieron en Islandia y otros lugares, después colonizaron Groenlandia y otros territorios de América del Norte; Los Vikingos, de Eric Graf Oxentierna, recoge la extraordinaria saga de estos navegantes y viajeros, entre Bagdad y Thule, de Escandinavia a Sicilia. También hubo otros navegantes que se expandieron por el Atlántico Norte: pescadores vascos y de otros lugares de la costa europea que llegaron hasta Terranova y diversas islas cercanas a los hielos eternos. Pero es a finales del XV cuando Inglaterra y Francia, que han quedado apartadas de las rutas hacia el fabuloso Oriente de Cipango y Catay —por los descubridores y conquistadores hispanolusos—, emprenden expediciones para encontrar un paso hiperbóreo que conduzca hacia el fabuloso Catay y otros imperios, en la costa del Pacífico. John Cabot zarpó de Bristol y llegó a Terranova en 1497, y Jacques Cartier descubrió la desembocadura del San Lorenzo en 1536, Hudson realizó una aproximación al Polo en 1607. Había empezado la búsqueda del paso del Noroeste que iba a durar más de 400 años. La Historia de las exploraciones polares, de L. P. Kirwan, es la mejor síntesis aparecida en lengua española de esta epopeya; así como de la búsqueda de la Antártida y el Polo Sur. De la misma editorial cabe citar: Descubrimientos y exploraciones, de Frank Debenham, con un prólogo de Edward Shackleton. En 1533, la expedición Willoughby-Chancellor zarpó de Greenwich en busca del paso del Nordeste, siguiendo la costa noruega y siberiana; empezaba así una odisea que duraría hasta que en 1879 Nordenskiöld —finés al servicio del rey de Suecia y Noruega— circunnavegó el Mundo Antiguo, pasando por el norte de Siberia y penetrando en el Pacífico por el estrecho de Bering. Pero los medios de navegación disponibles en la época, pequeños veleros de madera, más el desconocimiento geográfico hacían imposible que las numerosas expediciones —a las que no tardaron en unirse las de los holandeses— llegaran a término; los barcos acababan por encallar en el hielo y sobrevenía una feroz invernada en la que el hambre, el escorbuto y otras dolencias, osos blancos y lobos podían diezmar o aniquilar a todos los esforzados descubridores. Entre los numerosos mapas y documentos equivocados sobre estas expediciones cabe citar uno de los más curiosos de los que tenemos noticia, todavía visible en la localidad lusa de Coimbra, en la exposición «Portugal dos pequeninos», donde se muestra la ruta —entre las de otros descubridores lusos— que siguió un navegante que en 1581 partió de Oporto y llegó hasta Japón por el mar de Noruega y la costa de Siberia. Se trata, naturalmente, de una de las numerosas fábulas que florecieron en torno a las zonas hiperbóreas y las antárticas. Muchas veces fueron aventureros fugitivos, corsarios y balleneros los primeros en llegar a una ruta o isla desconocida a la que después se acercaron los descubridores, que dejaron constancia escrita de su periplo. Muchos de estos adelantados perecieron en el intento; el camino de los cuatro famosos lugares geográficos está jalonado de desastres de todo tipo y de muertos o desaparecidos de los que nunca más se supo, pese a que en muchos casos provocaron intensas campañas de búsqueda.
El siglo XIX estuvo repleto de inventos, como los que facilitaron las comunicaciones: aplicación del vapor al motor industrial, motor de explosión, globos, submarinos, barcos con casco metálico e impulsión a vapor, telégrafo, teléfono, ferrocarril, entre otros. El entusiasmo por las ciencias y los descubrimientos geográficos hizo que surgieran instituciones científicas dedicadas a planificar estas expediciones de forma sistematizada; basten dos ejemplos: la Real Sociedad Geográfica de Londres o los premios en metálico ofrecidos por el Almirantazgo británico al primero que descubriera el paso del Noroeste. Sin olvidar academias e instituciones científicas de numerosos países, asociaciones colonialistas, el auge de las organizaciones misioneras y las internacionales ideológicas; todos mandaban viajeros a lugares remotos y buscaban nuevas tierras.
Grupos de comerciantes, como en los siglos anteriores lo hicieran holandeses y británicos —ahora se les unieron millonarios estadounidenses y escandinavos—, fletaban barcos y organizaban expediciones para encontrar nuevas pesquerías, zonas de tráfico de pieles preciosas o reservas de ballenas y cetáceos, que poder explotar. Hasta apareció el viajero sin una finalidad demasiado concreta, por espíritu de aventura o el simple placer de viajar, el bisabuelo del actual turista. Los grandes imperios: inglés, francés y ruso —sin olvidar a potencias menores que también aspiraban a conseguir nuevos territorios— buscaban tierras desconocidas en las que hincar su bandera, instalar bases y ejercer su soberanía. Los aventureros, que siempre han existido, se inclinaban, con el respaldo enumerado, a descubrir zonas ignotas: el centro de África, los confines de Siberia, los desiertos del Turquestán, las islas del Pacífico, las cumbres más altas nunca alcanzadas o los dos polos terrestres y los famosos pasos que unían el Atlántico y el Pacífico por los confines árticos. Rusia y Estados Unidos se habían unido a la que podemos denominar carrera polar y un navegante danés al servicio del imperio zarista, Bering, descubrió en 1729 el estrecho que lleva su nombre, que comunica el Atlántico Norte y el Pacífico; y constituye la puerta, única y final, de los dos mitológicos pasos. Sólo faltaba cruzar el estrecho con barcos procedentes de la costa siberiana o canadiense, tras navegar por aguas del Atlántico Norte. La catástrofe de la expedición de John Franklin, ocurrida en pleno paso del Noroeste, en el dédalo de archipiélagos del Norte canadiense, en 1847, fue un acicate más para que con su proverbial tozudez los marinos británicos derribaran aquel tabú y comunicaran el Atlántico y el Pacífico a través del Ártico. Con el fin de siglo, los intentos adquirieron una periodicidad casi anual, tanto hacia el Polo Norte como hacia el Polo Sur, y éste es el período histórico al que nos estamos refiriendo por cumplirse los cien años del mismo y haberse beneficiado de un eco extraordinario en los medios de comunicación.
Es forzoso, para sintetizar, enumerar los pasos más importantes en esta competitiva carrera que se dio a caballo de los dos últimos siglos, hacia el Norte absoluto:
1895, el noruego Fridtjof Nansen, con trineos, llegó al punto de latitud 86º 13′ al norte de la Tierra de Francisco José. Su paisano Otto Sverdrup llegó a bordo del Fram —con el que Amundsen atacó el Polo Sur— hasta el 85º 57′. Esta mítica embarcación se encuentra hoy convertida en escaparate de los viajes del que se denominaría «el último vikingo», en el Museo Naval de Oslo.
1897, Salomón Augusto Andrée, sueco, desapareció con su globo y dos acompañantes cuando pretendía llegar al Polo. Empezó otra carrera —por el aire— que conduciría, entre otras, a la tragedia del dirigible Italia, de Humberto Nobile, en 1928, en cuya búsqueda perecería Amundsen, que provocó abundante literatura y ha sido llevada al cine y a las series televisivas. El incansable Amundsen sobrevoló por el área del Polo en avión, en 1925, y en globo dirigible, en 1926, en compañía de Nobile.
1900, Umberto Cagni, italiano, de la expedición del Duque de los Abruzzos llegó hasta el 86º 34′ al norte de la Tierra de Francisco José. Por su importancia para el lector español, volveremos sobre el hecho.
1906, el estadounidense Robert Edwin Peary llegó al 87º 06′.
1909, Peary alcanza el 87º 47′ Norte y posteriormente el Polo, aunque esto último hay quien lo discute, todavía. Polémica y leyenda acompañaron de siempre a estas expediciones geográficas, en este caso por la competencia con Cook y la dificultad de fijar el lugar exacto —del expedicionario, en un momento dado— en pleno casquete polar.
1914, el ruso Vilkitski hizo la ruta Vladivostok-Arcángel, pasando por Bering, con dos rompehielos, es decir, el paso del Nordeste al revés de lo habitual. El entusiasmo suscitado por Nordenskiöld en 1879 al realizar el periplo en sentido contrario sirvió para que se organizase el Congreso Polar de Hamburgo, donde se empezó a coordinar el esfuerzo investigador de diversas naciones. De 1918 al 25, todavía hubo una circunnavegación de Amundsen en torno al casquete polar con numerosas incidencias y algunos muertos y heridos.
La aproximación hacia el Polo Sur no resultó menos emocionante:
1897-9, expedición belga de Adrien de Gerlache, con el Belgica, en la que participaron Amundsen como contramaestre y, como médico, Cook, famoso por la posterior polémica con Peary.
1898-1900, expedición británica antártica de Borchgrevink.
1901-1903, expedición sueca al Polo Sur de Otto Nordenskiöld, sobrino del descubridor y vencedor del paso del Noreste.
1901-1904, expedición británica a la Antártida, de Robert F. Scott, que acabará por protagonizar una de las tragedias más patéticas de la serie. 
1902-1904, expedición escocesa a la Antártida, de W. S. Bruce. 
1907-1909, Ernest Henry Shackleton dirige su primera expedición a la Antártida y alcanza el Polo Sur Magnético (72º 25′ S) y decide regresar cuando estaba en la latitud 88º 23′ S, lo que salvó la vida de los expedicionarios.
1908-1910, expedición francesa de J. B. Charcot al Sexto continente.
1910-1912, Roald E. Amundsen comanda la expedición que alcanza el Polo.
1910-1913, última expedición de Scott, que llega un mes después que Amundsen al Polo Sur y perece con cuatro de sus acompañantes en el viaje de regreso a la base. Sus restos, como los de Andrée —en este caso años— aparecerán meses después, pero los diarios de los protagonistas permitieron reconstruir el drama, en ambos casos.
1911-1914, D. Mawson encabeza la expedición antártica australiana.
1914-1916, Ernst Shackleton dirige la Expedición Imperial Transantártica que aunque no consigue ninguno de sus objetivos se convierte en una auténtica odisea con final feliz, ya que sobreviven todos los expedicionarios tras más de dos años sobre hielos a la deriva.
Un príncipe nacido en el Palacio de Oriente, hacia el Polo
Luis Amadeo de Saboya, duque de los Abruzzos, hijo de Amadeo I, nació en el Palacio Real de Madrid, el 29 de enero de 1873, y 15 días después partía al exilio en brazos de sus padres. Regresó a España como guardiamarina en 1888, con motivo de una visita de la flota italiana a la Barcelona de la Exposición Universal; realizó muchos otros viajes similares a lo largo de su vida, viajó a Eritrea y en 1892 visitó Buenos Aires con motivo del 400 aniversario del descubrimiento de América. Aquí sintetizamos, de la nota biográfica publicada en el número 294 de Historia y Vida, lo referente a sus actividades de genial explorador:
En 1893-94 dio la vuelta al mundo; en su estancia en la India descubrió el Kanchenjunga —con unos 8600 metros— y se aficionó al montañismo. Tras diversas proezas alpinas, en 1897 fue a Alaska y escaló el monte Elías, desde cuya cumbre descubrió los hielos eternos y sintió la atracción del Polo. El 12 de junio de 1899 zarpó en el Estrella Polar —antiguo barco de Nansen— de Oslo hacia el Polo Norte, con tripulación de italianos y noruegos. Recalaron en una isla al norte de la Tierra de Francisco José, de donde partió una expedición con trineos, en la que no pudo participar el Duque de los Abruzzos porque se le habían helado los dedos de los pies. La caravana constaba de 10 trineos, tirados por 98 perros y con diez conductores que sufrieron una dantesca progresión hacia el Polo, a causa de las bajísimas temperaturas y los fuertes vientos de cara. El 23 de marzo de 1900 se decidió el regreso de tres de los hombres que no volvieron a ser vistos nunca más, y el 25 de abril se llegó al punto 86º 31′ Norte y 58º Este, el más septentrional alcanzado hasta entonces, y se optó por el regreso ante las crecientes dificultades. Fue una patética odisea, y hasta el 23 de junio los expedicionarios no alcanzaron la Tierra del Príncipe Rodolfo. El Estrella Polar había sido atrapado por los hielos, que hubo que quebrar con dinamita, y en otoño los supervivientes pudieron iniciar su regreso a Italia, tras demostrar con la circunnavegación de la isla que no existían las de Petermann y del Rey Oscar —que figuraban en algunos mapas—. Su regreso fue apoteósico.
Luis Amadeo de Saboya-Aosta, en 1906 escaló el macizo de Ruvenzori entre el Congo y Uganda, bautizando diversos picos con nombres de miembros de las dinastías italiana e inglesa. En 1909, dirigió una expedición al himaláyico Karakórum y el 17 de julio alcanzó la altitud de 7500 metros —Bride Peak— en el glaciar del macizo y abrió un espolón de acceso al K-2 que desde entonces se denomina «Espolón de los Abruzzos». Su marca de altura permaneció muchos años imbatida.
En el intermedio bélico, en 1910, asciende a contraalmirante y toma parte en la guerra contra Turquía al frente de una flotilla de torpederos. En la Primera Guerra Mundial fue jefe de la Marina, intervino en la evacuación de 100 000 servios acosados por los austrohúngaros, y dimitió, en 1917, por discrepancias con Tahon di Revel, el creador de los famosos MAS y su jefe de estado mayor.
Residía en Roma —cuando no viajaba—; pronunció numerosas conferencias y escribió libros como El Estrella Polar en el Ártico, Observaciones científicas de la expedición polar, Expedición al monte San Elías, entre otros. Un proyecto de colonización agrícola, en Somalia, ocupó sus afanes a partir de 1919 —tras abandonar la Armada—, abriendo canales, construyendo edificios y tendiendo ferrocarriles; en total puso en pie dieciséis pueblos con 14 hectáreas de cultivos de arroz, azúcar, aceite y algodón, a las orillas del Uebi Shebeli. En 1928 visitó Madrid, pronunció varias disertaciones sobre sus hazañas y pudo pulsar su gran popularidad. Después remontó el Shebeli hasta sus fuentes en Abisinia —nombre de Etiopía en octubre del 28—. Al año siguiente sintió los primeros dolores del cáncer, pero siguió trabajando hasta su muerte, el 18 de marzo de 1933 en Mogadiscio —la capital somalí—. Definido como: «alpinista, marino, explorador, geógrafo, científico, sabio atento y meticuloso, buscador insaciable, organizador paciente y tenaz, magnífico realizador de sus esfuerzos y de sus fatigas»; la fama de este fugaz madrileño perdura en los círculos especializados: Charcot bautizó con el nombre del duque un pico situado en una isla antártica.
Los españoles en el Polo
Diversos marinos españoles participaron en exploraciones polares, empezando por los pescadores vascones que se establecieron en Terranova en plena Edad Media. Mendaña y Quirós, en 1568, 1595 y 1605, descubrieron diversos archipiélagos al sur del Pacífico que hacían presagiar el continente helado. Entre los primeros barcos que pudieron localizar el Sexto continente se cita al galeón San Gabriel. En diversas cédulas reales concedidas a los adelantados y conquistadores de Sudamérica se les reconocía el gobierno de la Antártida; Uruguay, Argentina y Chile han basado su acción en el Antártico en la herencia de dichos derechos. Si las expediciones segregan abundante literatura, a veces, la literatura acaba provocando expediciones. En 1974, en La crisis del Pequeño Imperio Español, escribíamos con el título de «Una base española en la Antártida» lo siguiente: «En 1956 se habló bastante de la posibilidad de establecer una base española en el Sexto continente e incluso se dieron algunas precisiones sobre las características de dicha misión científica y su ubicación, que sería próxima a la de las dos bases argentinas en aquel territorio. También se habló del envío de una expedición española a bordo de un buque rompehielos o de un ballenero, pero, a pesar de los diversos artículos escritos y de los estudios efectuados, la iniciativa no cristalizó en ningún intento definitivo. Cabe dentro de lo posible que en el futuro se realice alguna expedición de estas características al continente helado que aúne la tradición descubridora española con los afanes científicos del siglo».
En 1988 se instaló una base española en la Antártida que se ha convertido en una zona internacional, desmilitarizada y objeto de estudio científico, y en 1990 se botó el Hespérides, un barco con todas las innovaciones técnicas precisas para participar en campañas científicas polares, como estudios vulcanomagnéticos, del sistema glacial, del sistema costero y procesos oceanográficos (en la campaña de 1997-98 participaron un total de 98 investigadores, en 14 proyectos). En la actualidad hay dos bases españolas en el Sexto continente, en las islas Livingston y Decepción, frente a la península Antártica que se introduce en el mar en dirección a Argentina. La primera de dichas bases lleva el nombre de Juan Carlos /, con una cima a la que se ha dado el nombre de Reina Sofía. El llamado Polo de la inaccesibilidad, en la Antártida, no fue alcanzado hasta 1959 por una expedición soviética; era la última tierra desconocida de nuestro globo terráqueo. El español Pedro Mateu, en 1972, participó en la expedición antártica Lindblad Explorer. España se adhirió en 1982 al Tratado Antártico y poco después se organizó la expedición del velero Idus de Marzo —gracias al patrocinio privado— que no tuvo éxito por diversas averías. También hubo varias misiones científico-pesqueras, por aquellas aguas, en los años siguientes; hasta que se llegó a las bases permanentes, en las islas Shetland del Sur, para lo que se contó con inestimable ayuda argentina.

POLO NORTE
BIBLIOGRAFÍA HISTÓRICA
Pero, ¿dónde está aquello por lo que partí hace tanto tiempo?
¿Y por qué no he podido encontrarlo todavía?
—Walt Whitman— 

OBRAS GENERALES DE CONSULTA
ANTOLOGÍAS HISTÓRICAS 
ENSAYO
- Atlas Histórico y Geográfico Universitario (3.ª reimpresión). Uned, Madrid, 2009. [vid.]
- Atlas de las Migraciones. Las rutas de la Humanidad. Uned, Madrid, 2010. [vid.]
- Atlas de los conflictos de fronteras. Cybermonde, Madrid, 2013.
- Atlas de historia crítica y comparada. De la Revolución industrial hasta nuestros días. Uned-Fundación Mondiplo, Madrid, 2015.

- Diccionario Grandes científicos de la Humanidad (2 vol.) Editorial Espasa Calpe, S.A., Madrid, 1998.
- Diccionario de Mujeres en la Historia. Editorial Espasa Calpe, S.A., Madrid, 1998.
- Gran Enciclopedia (20 vol.), Salvat Editores, S.A., Barcelona, 2004.  
- AA.VV. Geografía Física. Uned, Madrid, 2010.
- AA.VV. Grandes regiones de la Tierra. Naturaleza y sociedades. Uned, Madrid, 2016. 
NARRATIVA 
Folclore / Mitos / Leyendas 
AA.VV. Cuentos y leyendas esquimales. Edición de H. Rink et al., Miraguano, 1991. 
Novelas 
[Las siguientes obras no recogen relatos ni novelas específicas de los Polos; en todo caso, sólo reúnen algunas historias sucedidas en distintas regiones heladas, comúnmente en el norte y este de Europa]


NOTAS

[1] NG. La revista National Geographic [España] comenzó a publicarse en España en 1997. A veces, algunos artículos publicados en la revista son reimpresiones y se ofrecen en ediciones “especiales”. Por ejemplo, en la propia "National Geographic” [España], de forma fragmentaria, aparecieron:

NOBLE WILFORD, J. «Revoluciones en cartografía», en National Geographic [España], vol. 2, n.º 2 (feb., 1998), 46-77. [Fotografías de Bob Sacha / Desplegable de 8 págs., titulado: “La expansión de las imágenes terrestres”.]
CASALS,  J.M. «La historia a través de los mapas», en National Geographic [España], vol. 32, n.º 1 (ene., 2013), 96-103. [Edición Especial 125 Aniversario / Este artículo incluye cuatro páginas bajo el título “El nacimiento de la cartografía moderna”, que corresponden al desplegable de ocho páginas “La expansión de las imágenes terrestres”, de J. Noble Wilford (feb., 1998)]