Literatura estadounidense: autores del siglo XIX

La literatura de los Estados Unidos, la inglesa del Canadá y la que se realiza en Australia pueden estudiarse, bien dentro de la literatura inglesa, bien como tradiciones literarias aparte. Además de utilizar todas ellas el inglés como lengua vehicular, poseen también, aunque a grandes rasgos, un lenguaje literario cuyas características fundamentales son el frecuente empleo de la polisemia, con el fin de aportar complejidad al texto y dar paso a la ambigüedad; la presencia de ambigüedad radical inherente al contenido de las producciones literarias, frecuente en la poesía; y el uso de múltiples figuras literarias (alegorías, hipérboles, metonimia…), siendo la más utilizada la metáfora. Asimismo, el lenguaje literario en inglés americano se caracteriza también por poseer un contenido abierto, es decir, no limitado más que por el propio deseo del escritor de comunicar su obra. Suelen transmitir, además, mensajes muy potentes que contienen gran cantidad de información objetiva y subjetiva. Otra característica a destacar es el empleo de un lenguaje sonoro y una especial atención a la prosodia o valor del tiempo en la literatura (estructuración temporal de la historia). Y característico es también, dentro del lenguaje literario en lengua inglesa, sin duda, la manipulación de la estructura narrativa para atraer al lector
I
INTRODUCCIÓN
A la hora de abordar el estudio sobre la literatura escrita en Estados Unidos (Barnola, 2013) debemos enfrentamos a dos cuestiones: la existencia o no de una tradición «estadounidense» propiamente dicha, y la existencia o no de la Gran Novela Americana.
Lo primero que debemos saber es que esta literatura está escrita en inglés, y que no obedece a un marco geográfico concreto en cuanto a su desarrollo, puesto que Estados Unidos (el marco que lo delimita) no estaba formado cuando inició su recorrido y no existía una idea nacional en el imaginario estadounidense por aquel entonces. Los primeros escritores que llamaríamos «estadounidenses» nacieron en la parte más septentrional de estas Trece Colonias, y habría que añadir que, algunos de ellos, ni siquiera eran estadounidenses propiamente dichos, pues ésa no era todavía su nacionalidad, como era, por ejemplo, el caso de Charles Brockden Brown, oriundo de Pensilvania, del que hablaremos un poco más adelante. Ahora debemos plantearnos una nueva cuestión: ¿qué influencias recibieron estos escritores «estadounidenses»? La respuesta parece sencilla, toda ella provendría de Europa y la corriente literaria que recorría por aquel entonces el viejo continente europeo era el Romanticismo. Éste es un detalle muy a tener en cuenta porque lo que se escribiría en esta parte del mundo (los Estados Unidos de América), en aquellos precisos momentos, iba a tener, como veremos, fuertes ecos de la novela gótica, el folclore y la novela de aventuras…
II
LITERATURA ESTADOUNIDENSE DEL SIGLO XVIII
La aparición de una literatura de lengua inglesa al otro lado del Atlántico (Díaz-Plaja, 1974) es un fenómeno realmente importante. Unida toda esta literatura a sus orígenes europeos, cuya presencia no puede negar, es indiscutible que aporta caracteres propios y privativos que se derivan de su situación geográfica, de su condición de tierras extensas e incomunicadas, y de la presión estética de un mundo en formación. Así, en los Estados Unidos, vemos dibujarse tres zonas intelectuales: el Nordeste puritano y culto, que se centra en Boston y Filadelfia, como una prolongación de los gustos y costumbres de la vieja Inglaterra; una fuerza nueva, vital e insolente, del Sur agrícola y poderoso y, finalmente, el “lejano Oeste”, cada vez más importante como fuerza y como tema literario. A estas tres zonas intelectuales se une, con ímpetu de mando, esa realidad demográfica fabulosa que se llama Nueva York. Una palabra lanzada por el escritor Washington Irving: knickerbocker, refleja el mundo agitado, alegre y trepidante de la gran ciudad
Pero empecemos por el principio. La literatura en la América anglosajona tuvo sus primeras manifestaciones en el siglo XVII, durante la época colonial. Dos autores representativos de esta época son: John Harvard (1607-1638) y Anne Bradstreet (1612-1672). Esta última con sus poemas de 1650, publicados en Londres sin firmar. En 1647, el cuñado de Anne Bradstreet, el Reverendo John Woodbridge, zarpó a Inglaterra, llevando consigo un manuscrito de la autora (posiblemente sin su consentimiento). Este primer trabajo de Anne fue publicado en Londres como The tenth Muse lately sprung up in America (1650). La propuesta de la publicación parece un intento de los Puritanos devotos (Thomas Dudley, Simon Bradstreet, John Woodbridge) de mostrar que una divina y educada mujer podía elevar la posición sostenida como madre y esposa, sin la necesidad de competir con los hombres. Mucho de los poemas de la primera edición son largos y bastante imitativos, basados en las convenciones poéticas de la época; aunque las dos últimas piezas, Of the Vanity of All Worldly Creatures y David’s Lamentation for Saul and Jonathan, son más individuales y genuinas en la recopilación de sus propios sentimientos y preocupaciones. Sus últimos poemas, dirigidos a su familia, demuestran un crecimiento espiritual al tiempo que terminó por aceptar la voluntad puritana. También compuso una serie de poemas de índole más personal y considerable belleza: sus pensamientos antes de dar a luz y su respuesta a la muerte de algunos de sus nietos. Estos poemas más breves se benefician de su ausencia de imitación y didacticismo. Sus trabajos en prosa incluyen Meditations y una colección de aforismos. En 1678, su versión revisada de Several Poems Compiled with Great Variety of Wit and Learning fue publicada póstumamente en Estados Unidos.
Samuel Sewall (1652-1730) publicó un libelo contra la esclavitud negra titulado The selling of Joseph (1700) nada más estrenarse el siglo XVIII y antes del famoso libro de Harriet Stowe, de quien hablaremos un poco más adelante. Un lustro después Robert Beverley (1673-1722) escribiría su History of Virginia (1705). Sin embargo, la emancipación literaria de los Estados Unidos propiamente dicha, con respecto a Inglaterra, se considera convencionalmente a partir de la declaración de independencia política de 1776. No obstante, no podemos olvidar que estos autores ya eran y se sentían americanos. Con los primeros colonos, el puritanismo se establece en Nueva Inglaterra y constituirá una de las constantes —incluso como reacción— dentro de la literatura. A él acompañan las ideas del enciclopedismo, que se manifestarán en la Declaración de Independencia, redactada en gran parte por Jefferson (1743-1826), y la fe en el progreso material, que no sólo se mantendría, sino que aumentaría con la rápida industrialización del país en el siglo XX, dando lugar, además, a la creación de la Universidad de Harvard (que no refrendaría hasta 1930 la entidad de la literatura americana con cursos específicos al respecto).
Durante el siglo XVII los predicadores de Nueva Inglaterra constituyeron la fuente literaria más numerosa; dogmáticos e intransigentes, cabe apuntar los nombres de John Winthrop (1588-1649) y John Cotton (1585-1652). A medida que avanza el siglo XVII y durante el siguiente, las posiciones se liberalizan hasta llegar a la figura de Jonathan Edwards (1703–1758), teólogo cuyas obras religiosas manifiestan ya una amplitud de miras generosa y cordial. Benjamin Franklin asienta con su obra las bases de la burguesía de su país, con ideas prácticas y un equilibrio cómodo entre la confianza en Dios y el disfrute de la vida. Otros escritores típicos fueron Thomas Paine (1737-1809), filósofo y político anglo-americano, cuyo ensayo titulado Common sense (Sentido común, 1776) ejerció una gran influencia sobre la opinión pública durante la Guerra de la Independencia estadounidense, o Crèvecoeur (1735-1813), optimista contemplador del paisaje como granjero establecido. Pero detengámonos en la figura de Benjamin Franklin, como punto de partida de la literatura norteamericana del siglo XVIII.
La figura de Benjamin Franklin (1706-1790), autor de carácter moralista al que se recuerda más por su invención del pararrayos que por su obra Poor Richard’s Almanack (1732), un almanaque anual que contenía el calendario con el santoral, tiempo, poemas, e información astronómica y astrológica típica de la época, no ha de pasarnos desapercibida. No olvidemos que este autor fue, además, el hombre que firmó en París, como representante de Estados Unidos, la Paz de Versalles (1783), por la que Gran Bretaña reconocía la independencia norteamericana. Fundó también, y es importante recordarlo, una organización para luchar por la supresión de la esclavitud de los negros en los Estados Unidos de América (Thierry Montbrial, 2007 p. 10). Sin embargo, es conveniente interpretar con prudencia la posición de Benjamin Franklin sobre la abolición. De acuerdo con Christophe Collier y James Lincon Collier (COLLIER, C & JL. Decision in Philadelphia, New York, Ballantine Books, 1986, p. 188), «si era hostil a la importación de negros era por la simple razón de que temía que ellos “ensombrecieran” a los “seres superiores”, especialmente los “adorables blancos” y “pieles rojas”. Era la actitud de los nordistas por excelencia: la esclavitud era, sin duda, inmoral y reprensible; pero, ya fueran libres o esclavos, los africanos no eran bienvenidos, y el objetivo final de la mayoría de los nordistas era purgar completamente la sociedad de su presencia». Filósofo, físico y político norteamericano, nacido en Boston, Franklin fue educado en un ambiente puritano, trabajó desde muy joven en una fábrica de velas, negocio que abandonó para pasar al diario liberal que era propiedad de uno de sus hermanos. El mensaje de dicha publicación iba orientado a la lucha contra la teocracia y la dominación de la aristocracia puritana. Era masón y llegó a ser un importante componente de las logias estadounidenses. A pesar de toda esta actividad, se dedicaba además a investigar, en especial sobre fenómenos eléctricos, de ahí el clásico experimento de la cometa, en el que mostró que el rayo era una descarga eléctrica, descubriendo entonces el poder de las puntas metálicas, logrando que se extendiera el uso del pararrayos.
III
LITERATURA ESTADOUNIDENSE Y ROMANTICISMO INGLÉS (SIGLO XIX)
El Romanticismo supone el primer avance real de la literatura con el novelista Charles Brockden Brown, el diplomático y cosmopolita Washington Irving, el gran iniciador de la novela de aventuras —avanzado de la narrativa del Oeste— James Fenimore Cooper, y el poeta, periodista y crítico estadounidense William Cullen Bryant. Figura aislada y la más interesante a los ojos de los críticos literarios europeos —sin olvidar la revalorización crítica de Cooper— es Edgar Allan Poe, teórico y poeta, traducido por Baudelaire. Pero no podemos olvidarnos del gran poeta Henry Wadsworth Longefellow, ni, por supuesto, de la novela humanista de Harriet Beecher Stowe, que supone la transición de la novela romántica a la novela realista. Más adelante, encontramos la novela psicológica de Nathaniel Hawthorne, joven escritor considerado por la crítica una figura clave en el desarrollo de la literatura norteamericana. Representando a la novela de ficción hallamos a Herman Melville y, como contrapunto a lo fantástico, el poeta Oliver Wendell Holmes nos introduce en el mundo de la introspección con el sugerente planteamiento personal de su desdoblamiento del “Yo”. De tendencia más bien didáctica podrían ser las obras de Ralph Waldo Emerson y, sobre todo, su conocido ensayo Nature.
El compañero más sobresaliente de Emerson, Henry David Thoreau (en la imagen y del que nos ocuparemos un poco más adelante) nos ha legado su Walden, todo un alegato literario contra las imposiciones sociales. Destacable es también, sin duda, la figura del poeta Walt Whitman, a quien la escritora estadounidense N. H. Kleinbaum rememoraría en su famosa Dead Poets Society (1989), cien años después. Asimismo, D. H. Lawrence, novelista inglés posterior a Whitman escribiría en relación al autor: «fue el primero en demoler la vieja concepción moral de que el alma del hombre es algo ‘superior’ y ‘por encima’ que la carne», a propósito de su obra Leaves of Grass (1855). Otra gran escritora de la época del Romanticismo inglés en Norteamérica fue Emily Dickinson, creadora de una lírica excepcional, de carácter muy personal que trató con gran inteligencia temas universales como el amor, la muerte y la inmortalidad. Y cómo no recordar a Mark Twain y las apasionantes aventuras que sus magníficos personajes, Tom Sawyer y Huckleberry Finn, nos hicieron vivir en secuencias imborrables dentro de nuestra memoria. Narrador magistral fue, por supuesto, Henry James, quien nos condujo por senderos siempre oscuros, siempre misteriosos, pero siempre penetrantes. No tan conocidos, aunque sí lo fueron los personajes a quienes retrataron, son W.W. Beauchamp y Ned Buntline, autores de novelas cuyas figuras principales no eran otras que Buffalo Bill, Davy Crockett y Kit Carson. Y, en la misma línea encontramos a Francis Bret Harte, autor de relatos en los que abundan las diligencias y los bandidos. Posterior a este ultimo escritor es Jack London, autor de impactantes novelas y relatos de aventuras no menos sorprendentes que su propia vida, breve e intensa, marcada por acontecimientos dignos de ser narrados al estilo del propio escritor. Finalmente, el periodista J. Oliver Curwood cerraría este siglo al que, por supuesto, pertenecieron no pocos autores que, si bien no aparecen en esta presentación de la literatura estadounidense, se irán incorporando más adelante, en éste o en otro apartado relacionado con el tema.
Las primeras sociedades literarias surgieron en el siglo XIX. El grupo Knickerbocker (cronista ficticio de New-York Monthly Magazine, la historia de New York que redactó en realidad Washington Irving) reunía unos cuantos escritores con gustos similares, entre ellos Bryant, Longefellow y, por supuesto, el propio Irving. El escritor Edgar Allan Poe ironizó sobre el grupo en su ensayo The Literati of New York City (1846). Exigente y altivo, Poe supuso la defensa de los valores estéticos. Como pensadores y ensayistas, destacaron también Emerson y Henry David Thoreau. este último representó un espíritu individualista, que expuso sus razones en el famoso ensayo Civil Disobedience (1849). Por su parte, H. W. Longefellow adquirió fama con sus versos sentimentales, pero hoy ha disminuido notablemente. Two Years before the Mast (1840), de R. H. Dana fue una aportación a la visión realista e inauguró una serie de obras descriptivas de la atracción que el mar ejerce en gran parte de la literatura estadounidense. El verdadero poeta, coetáneo de Longefellow, fue Walt Whitman, creador de una expresión y energía nuevas. Destacable es también el escritor O’Henry, maestro del relato breve, cuyo admirable tratamiento de los finales narrativos sorprendentes popularizó en lengua inglesa la expresión “un final a lo O. Henry”. El autor comenzó a escribir relatos cortos al ser encarcelado, pues necesitaba ganar el dinero para mantener a su hija. No fue, por tanto, una vida fácil la de este escritor. Tampoco lo fue la de Jack London, de quien también hemos hablado anteriormente. London practicó ya un naturalismo que Frank Norris llevaría a extremos alucinantes de crítica social, concentrada en pocos personajes, con su novela McTeague (1899). Henry Adams sería el gran ensayista de la época. Es importante recordar que la Guerra de Secesión (1861-1865) dividió al país, y las heridas que dejó tardaron mucho en curar. Literalmente, su influencia resultó válida, sobre todo para escritores que no vivieron la contienda. Stephen Crane (1871-1900) dio con The Red Badge of Courage (1895) la mejor novela sobre el tema. El escritor Henry James es un caso aparte. Cosmopolita y esteta, su obra de refinamiento psicológico refleja a un artista exigente y excepcional. Fue ya a fines del siglo XIX cuando Emily Dickinson nos dejó una poesía intimista, a la que se tardó en considerar como lo que realmente era: la primera aportación de valía a la expresión lírica contemporánea. Finalmente, a Edith Wharton se le considera una novelista de transición, por ello, nos ocuparemos de ella a principios ya del siglo XX.
Como adelantábamos al comienzo de este apartado, el Romanticismo supuso el primer avance real de la literatura, con el novelista Charles Brockden Brown (1771-1810) como iniciador de dicha tendencia literaria. Mención especial merece Wieland (1798), así como otras novelas escritas por este autor, las cuales, aunque imitan la novela gótica escrita en aquella época en Inglaterra, poseen a su vez un carácter genuinamente americano, al constituir el primer esfuerzo por crear una literatura americana sólida. Brown fue el primer escritor profesional americano, y Wieland su primera novela. La famosa escritora británica Mary W. Shelley encontró en el personaje de Carwin, un precedente para su Frankenstein.
En una tierra desprovista de castillos y fantasmas -pero saturada de teocracia puritana y fanatismo religioso- Brown encontró materia para construir un relato gótico, recreando la extraña historia de un granjero, presa de la locura, que asesina sin piedad a su familia obedeciendo un inescrutable mandato divino. Los orígenes de Wieland subyacen en la génesis del terror psicológico, acaso porque se alimenta directamente de los miedos irracionales, y no tan irracionales, que sacudían la mente del autor. La macabra historia que se esconde tras Wieland es demasiado interesante como para pasarla por alto. Dos años antes de que Charles Brockden Brown comenzara su opera prima se produjo un evento escandaloso en la ciudad de Nueva York. Allí, un pastor de modales reservados asesinó a su familia argumentando que ése era el deseo de Dios, deseo que le había sido comunicado a través de una misteriosa voz que flotaba en el éter. De ello trata Wieland, or the Transformation, de un fanático religioso que masacra a su esposa e hijos tras oír una voz sobrenatural que lo incita a hacerlo. La única diferencia entre el caso real y el planteado por Charles Brockden Brown en su novela Wieland es que en esta última alguien sobrevive, Clara, la cuñada del protagonista, que escapa milagrosamente de la masacre en los bosques de Mittingen, cerca de la remota región de Schuykill, refugiándose en una vieja y oscura mansión. En su reclusión, al igual que Charles Brockden Brown en la soledad de su cuarto, Clara oye los pasos inexorables del asesino, precedidos por una voz cavernosa, brutal, cacofónica, que asciende por las interminables escaleras para consumar la carnicería que había iniciado algunos días antes. Para eludir la locura, Charles Brockden Brown evita que Clara sea descuartizada mediante una pirueta narrativa poco eficaz: la misteriosa voz proviene de un ventrílocuo, un hombre perverso y turbado que goza orquestando pequeñas tragedias desde las sombras. En el caso real, el desenlace es menos feliz, y aquel fanático religioso asesina a toda su familia sin encontrar en los matices sonoros de aquella voz otra cosa que las inflexiones severas de Dios. Entre las obras más destacadas del autor se encuentran: Ormond, or the Secret Witness (1799), Arthur Mervyn or Memoirs of the Year 1793 (1799), Edgar Huntly or Memoirs of a Sleep-Walker (1799), Memoirs of Stephen Calvert (1800), Arthur Mervyn or Second Memoirs of the Year 1793 (1800), Clara Howard; In a Series of Letters (1801), Jane Talbot, a Novel (1801). Posteriormente, en las publicaciones periódicas: The Literary Magazine and American Register (1803-1806), The American Register and General Repository of History, Politics, and Science (1807-09), Historical Sketches (1803-1807).
En sus inicios, la literatura norteamericana derivaría, como ya hemos dicho, de formas y estilos propios de Europa. Sirvan de ejemplo, las historias de Washington Irving (1783-1859), el primer escritor norteamericano que alcanzó fama internacional, especialmente por sus obras Rip Van Winkle y The Legend of Sleepy Hollow, las cuales recogía su The Sketch Book (Libro de Apuntes, 1820), y que parecen europeas a pesar de su escenario estadounidense. Irving es una figura muy interesante ligada a la estética de los temas españoles, ya que residió en Granada, dejándonos en sus Tales of the Alhambra (1829) una muestra inmortal de su devoción y de su inspiración, visibles ambas en su A History of the Life and Voyages of Christopher Columbus (1828). Son su cultura y su experiencia europeas las que permiten a Irving estudiar, por contraste, el tipo neoyorkino del knickerbocker que hizo famoso en su Sketch Book, lanzando a la tipología universal un personaje inconfundible. El autor escribió algunos ensayos y relatos bajo el seudónimo de Geoffrey Crayon, publicados todos ellos también en su Sketch Book.
Pero, frente a la visión «exterior» de Irving se alza enseguida en la literatura norteamericana la visión «desde dentro»: la colonización sajona, cuyo representante es James Fenimore Cooper (1789-1851), narrador de aventuras que se desarrollan en el Far-West (el Lejano Oeste), verdadera epopeya popular de la joven nación. The pioners (1823) es la primera de una serie de novelas que se hicieron muy populares, y que forman las Leatherstocking Tales, cuyo protagonista era el intrépido Natty Bumboo, amante de la selva y hastiado de la civilización. Las novelas de Fenimore Cooper reflejan la reconstitución pintoresca de la vida y costumbres de los indios americanos, teniendo gran influencia también en la literatura europea del siglo XIX. Este autor americanizó el mundo histórico y legendario del escritor británico Walter Scott, refiriendo en The Last of the Mohicans (1757) o en The Meadow (1827) el avance sobre el Oeste americano y las luchas con el “piel roja”, con gran fuerza descriptiva. Este ensayista y cronista dominó la sátira y vivió en Europa por algún tiempo. El estilo de sus obras, poco cuidado, destaca, por el poderoso atractivo del mundo salvaje que describe.
William Cullen Bryant (1794-1878) Poeta, periodista y crítico estadounidense, se aficionó a la poesía en la vasta biblioteca paterna, en la que adquirió además una erudición poco común y aprendió idiomas, entre ellos el griego y el español. Entre sus más famosos poemas juveniles están Thanatopsis, To a Waterfowl, Inscription for the Entrance to a Wood, y The Yellow Violet. Cantó la majestuosidad de la Naturaleza en un estilo influido por los poetas lakistas del Romanticismo inglés con una personal simplicidad y dignidad. Tradujo Al Niágara del poeta cubano José María de Heredia. En Nueva York fue crítico literario y editor asociado del New York Evening Post en 1826, y de 1829 a su muerte fue editor principal. Defendió los derechos humanos y abogó por la libertad y la abolición de la esclavitud. Fue un crítico literario notable y un teórico de los más importantes sobre poesía en aquella época. En sus Lectures on Poetry (compuesta en 1825 y publicada en 1884) y otros ensayos críticos valoró la simplicidad, la imaginación original y la moralidad. Otras obras suyas son The Death of the Flowers, To the Fringed Gentian y The Battle-Field. Tradujo la Ilíada en verso blanco en 1870, y la Odisea en 1872.
Durante la época romántica, en un terreno más próximo a la creación pura, pueden presentar los Estados Unidos, ya hacia 1840, una figura sobresaliente, la de Henry Wadsworth Longefellow (1807-1882), autor de Evangeline, un poema épico que se desarrolla en el contexto de la deportación de los acadianos (acadiens, colonos franceses) por parte de los británicos. La obra tuvo un gran efecto en las culturas acadiana y francocanadiense. Autor, también, de libros poéticos como Excelsior (1840) y The Village Blacksmith (1841) que fueron pasto espiritual de muchas generaciones de niños norteamericanos. La obra poética de Longfellow se caracteriza por el tratamiento de temas familiares, la presentación asequible de las ideas y un lenguaje claro, sencillo y melodioso. La mayoría de los críticos modernos no comparten la elevada opinión que de Longfellow tenían sus contemporáneos. De acuerdo con los criterios actuales, su obra es tópica en su temática, didáctica en su estilo y carente de fuerza lírica. Su reacción ante la naturaleza y las emociones básicas de la vida hoy parece superficial. Pese a todo, sigue siendo uno de los poetas estadounidenses más populares, principalmente por su sencillez estilística y temática y su maestría técnica.
Quizá el primer escritor estadounidense con una nueva forma de entender la ficción y la poesía fuese Edgar Allan Poe (1809-1849), atrabiliario personaje —vicioso, jugador— que vivió una existencia miserable, complicada por la neurastenia y el alcohol, lo que dio a su poesía una rara intensidad y un carácter melancólico y sombrío, aunque conoció la gloria en los últimos años de su vida, y fue, sin duda alguna, un extraordinario escritor. En 1835, Poe comenzó a escribir relatos cortos, entre ellos The Fall of the House of Usher (1839), The Pit and the Pendulum (1842) y The Masque of the Red Death (1845). La introspección que hacía Poe en sus personajes atravesaba fronteras que llevaban la ficción hacia el misterio, el terror y la fantasía. Al traducir al francés Baudelaire sus Extraordinary Stories (1843), Poe ejerció una decisiva influencia en las letras europeas, subyugadas por su misteriosa imaginación, por su profunda y arrebatada fantasía. Como lírico, escribió algunos poemas sombríos, melancólicos, de una belleza alucinatoria: The Bells (1843), The Raven (1845) y Annabel Lee (1849).
Ilustración de Almèry Lobel-Riche
Caracteriza a Poe su fría imperturbabilidad en las descripciones de los hechos misteriosos y horripilantes. Pero la figura de Poe merece una atención especial. Puede decirse —como ya dijo Antonio Machado— que “de él arranca toda la poesía contemporánea”, el concepto moderno actual del poema, breve y substancioso, que utiliza elementos de comprensión para evitar el desparramamiento lírico.De entre todas sus obras, el libro The Poetic Principle (1843) y The Philosophy of Composition (1843) son fundamentales. Así como sus citados poemas, tan traducidos e imitados. Paralelamente, como prosista, su producción narrativa dio muchos y variados frutos: The Narrative of Arthur Gordon Pym of Nantucket (1838), The Tell-Tale Heart (1843) y Tales of the Grotesque and Arabesque (1839) son un muestrario extraordinario de la literatura terrorífica, gótica, tan de moda en toda Europa. Es muy célebre, también, su narración detectivesca The Murders in the Rue Morgue (1843). La temática del terror alcanza con Edgar Allan Poe su culminación más estremecedora. Todo un mundo surgido de las tenebrosidades del subconsciente aflora en sus páginas, que despiertan un hontanar de fantasía macabra de la que se aprovecharán más tarde los surrealistas. El trasfondo doloroso —la miseria, la enfermedad, el alcoholismo— cobra realidad en esta ilustración de Almèry Lobel-Riche.
Veamos ahora las nuevas tendencias en la literatura norteamericana. Como en las demás literaturas, las formas del Romanticismo norteamericano, cuya figura extrema hemos dejado establecida convencionalmente en Edgar Allan Poe, debían ser sustituidas por las expresiones coherentes con la nueva realidad de un pueblo en el que se va prefigurando una prodigiosa energía material. La fuerza recibida de una inmigración prefentemente sajona, el pragmatismo de sus soluciones, la inmensidad de los territorios lejanos —Far west— y la propia riqueza múltiple de los mismos señalan zonas temáticas y modos específicos de entenderlas. La transición del Romanticismo a la tendencia realista se manifiesta en la novela humanitaria Uncle Tom’s Cabin (1852), de Harriet Beecher Stowe (1811-1896), que tiene a un esclavo como protagonista principal. Es ésta una severa denuncia de la esclavitud y una de las mejores novelas de la literatura estadounidense en su género. No sería, sin embargo, la única obra de esta escritora abolicionista, pero sí la más notable de todas. El tema del esclavismo —motivo de la guerra civil norteamericana— visto con la preocupación sentimental del Romanticismo, defensor del hombre «natural», se halla en muchas de sus obras. La novela psicológica estaría representada por el joven Nathaniel Hawthorne (1804-1864) que compilaría algunas de sus historias bajo el título Twice-Told Tales (1837), un libro cargado de referencias simbólicas e incidentes misteriosos. Hawthorne continuaría escribiendo novelas de mayor extensión durante las siguientes décadas: alegóricas, ambientadas en Nueva Inglaterra (donde él creció) que exploraban temas como el pecado, el orgullo y los sentimientos reprimidos. Su obra maestra, The Scarlet Letter (1850), que aborda el drama de una mujer condenada socialmente a la marginación por haber cometido adulterio, es un prodigioso estudio del tema del remordimiento en la sociedad puritana.
Las obras de ficción de Nathaniel Hawthorne influyeron de forma significativa en su amigo, el escritor Herman Melville (1819-1891), quien también realizaría novelas en las que abundaban las especulaciones filosóficas. Moby Dick (1851), aventura ambientada en una travesía de balleneros, se convierte en el vehículo para analizar temas tales como la obsesión, la naturaleza de lo diabólico y la lucha humana contra la naturaleza. Cuando leemos esta fascinante novela sobre los arponeros que persiguen, en los mares del Sur, a la legendaria Ballena Blanca, comprendemos a través de sus personajes, desde el capitán Achab al grumete Ismael, una extraña simbología de lucha entre el Bien y el Mal explicada con sencillez y poesía al mismo tiempo. Su autor no dejó, sin embargo, en sus demás relatos —Typee (1846), Omoo (1847)— parecidos valores. En otra de sus obras clave, el relato breve Billy Budd (1888), Melville dramatiza el conflicto entre el deber y la compasión, a bordo de un barco en tiempos de guerra. Los trabajos de Melville más elaborados casi no se vendieron y este escritor ha permanecido olvidado durante mucho tiempo. Su memoria ha sido recuperada sólo a principios del siglo XX. Hoy, muchos afirman que Moby Dick es la obra maestra de la literatura estadounidense.
Richard Henry Dana, Jr. (1815-1882) fue un escritor y abogado estadounidense. Dejó los estudios en Harvard debido a su vista debilitada y se embarcó para ser marinero; después de recobrar su salud, regresó y se convirtió en abogado. Es recordado por su obra autobiográfica Two Years Before the Mast (1840), la cual revelaba múltiples abusos soportados por los marineros. The Seaman’s Friend (1841) se volvió la guía fidedigna de los derechos y obligaciones legales de los hombres de mar. También elaboró una edición académica del Elements of International Law de Henry Wheaton en 1866, facilitando ayuda legal gratuita a los esclavos fugitivos y trabajando como jurista en Massachusetts. Con el tiempo, Dana se convirtió en un prominente abolicionista, colaborando en la fundación de un partido que luchó contra la esclavitud en 1848. Representó, asimismo, a un esclavo fugitivo llamado Anthony Burns en Boston, en 1854. Un año antes, en 1853 había representado a un hombre llamado William TG Morton en un caso que pretendía restablecer nada menos que el hecho de que Morton había descubierto las “propiedades anestésicas del éter”. En 1882 murió este escritor de gripe en Roma, a la edad de 67 años, y fue enterrado en el cementerio protestante de esa misma ciudad. Así terminó su singular vida.
Otro enfoque, que empieza a confirmar la complejidad de temas y de actitudes a que antes nos hemos referido, nos lo ofrece el novelista Oliver Wendell Holmes (1809-1894), juez de profesión, que en sus escritos teóricos divaga en torno al desdoblamiento humano (nuestro yo y el yo que los demás ven en mí), con lo que parece anticipar los juegos de las ficciones de Pirandello y de Unamuno. El único borrón de su carrera, el que daría comienzo a su ocaso, fue una sentencia que data de 1927 donde confirmó una ley de Virginia que permitía la esterilización de personas impedidas mentalmente afirmando que “tres generaciones de imbéciles son suficientes.” Abandonó la escena judicial a los noventa años debido a su precario estado de salud, si bien los que le conocieron dicen que su mente estuvo perfectamente lúcida hasta su fallecimiento. Con tres décadas a sus espaldas fue el juez que más tiempo ejerció en el Tribunal Supremo de los Estados Unidos. En 1933, Roosevelt hizo una visita a Holmes, que estaba leyendo un texto de Platón en griego y le preguntó que porqué leía en griego antiguo, Holmes (a sus noventa y dos años) le contestó con aplomo: “Hombre, para mejorar la mente.” Tras su muerte fue apodado “Yankee from Olympus” y así se titula una biografía suya que fue adaptada al teatro y resultó ser un éxito en Broadway. En 1950 también Hollywood rindió tributo a una persona que para entonces ya era un mito americano con la película “The Magnificent Yankee”. Juez de profesión, Holmes ganó fama como escritor, siendo uno de los poetas estadounidenses más reconocidos del siglo XIX. Publicó su primer artículo, titulado Books (1858), en la Harvard Magazine en homenaje a R. W. Emerson, un ilustre personaje de la época, del que hablamos a continuación.
La Compañía de James Munroe publicó un sorprendente libro de Ralph Waldo Emerson (1803-1882), cuyo título era Nature (1836). En él, Emerson afirmaba que era posible elevar el estado espiritual del individuo estudiando y dando respuestas al mundo que nos rodea. Su trabajo, que destaca de entre los demás géneros como texto de ensayo, no sólo influyó en los escritores que le rodeaban, con quienes formó el “Trascendentalismo”, sino también a buena parte de quienes escucharon sus conferencias. Este escritor demuestra —y no sólo porque se reuniera con sus amigos en un «trascendental club»— que un movimiento intelectual en profundidad empezaba a producirse. Emerson fue un notable poeta, pero, sobre todo, un gran educador de su pueblo. El compañero más sobresaliente de Emerson fue Henry David Thoreau (1817-1862), un inconformista convencido. Después de vivir solitariamente durante dos años en una cabaña al lado de una laguna, Thoreau escribió Walden (1854), unas extensas memorias que abogan por la resistencia contra lo que dicta la sociedad. Sus escritos radicales expresan una tendencia profundamente arraigada hacia el individualismo del ciudadano estadounidense y novelas como Merrimack (1849) le muestran como un alma poderosa y mística, capaz de insertarse y de cantar con entusiasmo la gran naturaleza de su patria.
En cuanto a la poesía, los dos poetas estadounidenses más significativos del siglo XIX fueron radicalmente distintos tanto en sus temperamentos como en sus estilos. El gran poeta de la segunda mitad del XIX es Walt Whitman (1819-1892), un trabajador, un viajero y un nacionalista, que se hizo enfermero por decisión propia durante la Guerra Civil de los Estados Unidos (1861-1865) e innovó en la poesía, cantando a la Norteamérica que surgía: campesina e industrial, popular e imperialista… Su obra central fue Leaves of Grass (1855), en ella utiliza líneas de irregular extensión para representar la inclusión del conjunto de la sociedad en la democracia estadounidense. Profundizando en este mismo tema, el poeta iguala el vasto alcance de la experiencia estadounidense consigo mismo, y lo hace de tal forma que no suena como si Whitman fuera un burdo egoísta. Por ejemplo, en Song of Myself (from Leaves of Grass, first published in the 1855 edition), el largo poema central en Leaves of Grass, Whitman escribe: “These are really the thoughts of all men in all ages and lands, they are not original with me…” («Estos son realmente los pensamientos de todo hombre en toda época y tierras, no son originalmente míos…»). Whitman también fue un poeta del cuerpo, “the body electric”, tal y como él lo llamó. En Studies in Classic American Literature (1923), el novelista inglés D.H. Lawrence (1885-1930) escribió que Whitman «fue el primero en demoler la vieja concepción moral de que el alma del hombre es algo ‘superior’ y ‘por encima’ que la carne» (“was the first to smash the old moral conception that the soul of man is something `superior’ and `above’ the flesh.”) El estilo grandilocuente de Whitman cantaba la emoción de la tierra y, en el mismo estilo, que pareció entonces sorprendente, la oscura labor de los oficios, el esfuerzo físico del hombre, en un sentido optimista y grandioso, que prefigura las estéticas posteriores del futurismo.
Como contrapunto a este modo expresivo recordemos a la poetisa Emily Dickinson (1830-1886), que nos interesa por el influjo que su delicado estilo tuvo sobre uno de los períodos de la lírica de Juan Ramón Jiménez. A comienzos del siglo XX, los novelistas estadounidenses ampliaron el alcance social de sus obras de ficción para abarcar tanto las vidas de personas pudientes como las de grupos marginados. Emily Dickinson vivió con la seguridad de una mujer soltera y burguesa en un pequeño pueblo de Massachusetts. La estructura formal de su poesía es ingeniosa, graciosa, exquisitamente elaborada y psicológicamente penetrante. Su trabajo era tremendamente iconoclasta y muy pocos poemas suyos se publicaron antes de su muerte. Muchos de sus poemas tratan el tema de la muerte, a menudo desvirtuada. “Because I could not stop for Death, he kindly stopped for me” («Como no pude detenerme por la muerte, ella amablemente se detuvo por mí»). El comienzo de otro de los poemas de Dickinson juega con la posición que como mujer tiene en una sociedad dominada por los hombres y como poeta no reconocida: “I’m nobody! Who are you? / Are you nobody too?” («¡No soy nadie! ¿Quién eres tú? / ¿Tampoco eres nadie?»). Los únicos tres poemas que se publicaron en vida de la autora fueron A Valentine, The Snake y Success. El resto de sus sus innumerables trabajos se publicó después de su muerte. Recientemente han sido digitalizados todos sus manuscritos por Amherst College.
IV
LA NOVELA REALISTA ESTADOUNIDENSE (SIGLO XIX)
La novela realista encontraría su mejor representación en Henry James (1843-1916), cuya narrativa magistral aúna la inocencia americana y la experiencia europea en una obra intensa y psicológicamente compleja. Henry, era el hermano menor del distinguido filósofo William James, quien quizá influyó en algunos de sus primeros relatos y novelas. En ellas Henry manifiesta el impacto que la vieja cultura europea causó en los americanos que viajaban o vivían en el Viejo continente. Escritor destacable dentro de la narrativa estadounidense del siglo XIX, nos cautiva aún por su capacidad para sumergir a los lectores en el imaginario americano. Fue James el autor que confrontó en sus escritos el dilema entre el Viejo y el Nuevo Mundo (Europa-Estados Unidos). Aunque nació en la ciudad de Nueva York, pasó buena parte de su vida en Inglaterra. Muchas de sus novelas se centran en estadounidenses que o bien viven o bien viajan a Europa. Con sus intrincadas y tremendamente pulidas oraciones en las que disecciona hasta los más pequeños matices de las emociones de sus personajes, la ficción realista de James puede incluso llegar a intimidar o desanimar a sus lectores. Algunos de sus trabajos más accesibles son las novelas cortas Daisy Miller (1878), sobre una encantadora chica estadounidense en Europa, y The Turn of the Screw (Otra vuelta de tuerca, 1898), un enigmático relato de fantasmas.
Un tercer modo expresivo, también muy angloamericano, es el que nos ofrece el humor acerado de Mark Twain (1835-1910), pseudónimo de Samuel Langhorne Clemens, el primer gran escritor estadounidense que nació lejos de la Costa Este; en el estado-frontera de Missouri. Sus obras maestras, con marcada influencia regional, fueron Life on the Mississippi, unas memorias cuyo origen se halla en Old Times on the Mississippi, una serie de relatos cortos escritos años atrás; y la novela que le proporcionó la fama Adventures of Tom Sawyer (1876), inspirada en su niñez, en Hannibal, en la que autor nos describe perfectamente aquella América frontera del Mississippi, con su riesgo y con su inmensidad, germen de la potencialidad de los actuales Estados Unidos. Tom Sawyer tomaba como modelo al Twain niño, con detalles de dos compañeros de escuela, John Briggs y Will Bowen. En el libro aparece como personaje secundario Huckleberry Finn, inspirado en un amigo de la niñez de Twain, Tom Blankenship. El estilo de Twain, influido por el periodismo, plasmaba las variedades dialectales de las lenguas vernáculas de sus personajes. Su lenguaje directo, sin adornos, pero a la vez muy sugerente y tremendamente divertido, cambió la forma en que los estadounidenses escribirían su propia lengua. Su consolidación como escritor llegaría con su obra The Adventures of Huckleberry Finn (1884), una secuela de Adventures of Tom Sawyer pero con un tono más serio que su predecesora. La premisa principal de The Adventures of Huckleberry Finn es la convicción del joven de hacer lo correcto, aunque muchos crean que está equivocado. Algunos estudios indican que a mediados de 1876, tras la publicación de Adventures of Tom Sawyer, ya había escrito cuatrocientas páginas manuscritas de The Adventures of Huckleberry Finn y que dejó de trabajar durante siete años después de este primer impulso creativo, terminando finalmente el libro en 1883; se cree que también estuvo trabajando durante ese tiempo en The Prince and the Pauper (1881) y otras novelas como A Tramp Abroad (1880), obra que narra un viaje de Twain por Europa central y del sur.
Mark Twain (izda.) con John Lewis, un amigo de toda la vida
No obstante, la parte final de Huckleberry Finn es aún objeto de controversia. Algunos, como el crítico Leo Marx, opinan que Twain «perdió el valor» (failure of nerve), o, como Ernest Hemingway dijo: “If you read it, you must stop where the Nigger Jim is stolen from the boys. That is the real end. The rest is just cheating.” (Si la lees, tienes que detenerte cuando el negro Jim es capturado por los muchachos. Éste es el auténtico final. El resto sólo es un engaño.) Cuando estaba próximo a finalizar Huckleberry Finn, publicó Life on the Mississippi (1883), trabajo basado en gran parte en una obra anterior. Este libro de viaje y memorias trata sobre sus días como piloto de un barco a vapor, con ruedas, en el río Mississippi, y las nuevas experiencias de Twain, tras su vuelta veintidós años después. Como curiosidad, añadir que en esta obra se menciona la expresión mark twain, típica de los cantos de trabajo de los negros en las balsas del Mississippi, que significa «marca dos», en referencia a dos brazas (3,6 m), el calado mínimo necesario para una navegación segura.
Es en este ambiente en el que cabalgarán Buffalo Bill, Davy Crockett y Kit Carson. William Cody (1845-1917), más conocido como Buffalo Bill, fue, al igual que Crockett y Carson, un personaje real. Un estadounidense que se paseó por medio mundo convirtiendo el mito del salvaje Oeste y las luchas entre colonos ingleses e indios americanos en el principal espectáculo de su época. Explorador, cazador y empresario de espectáculos estadounidense, Buffalo Bill quedó huérfano de padre a los once años, se vio obligado a buscar el sustento como mensajero, en Kansas y, antes de cumplir los veinte años, ya era un consumado jinete, rastreador y tirador. Durante su dilatada vida, llena de aventuras, participó en la guerra de Secesión, trabajó para el Pony Express, probó suerte como buscador de oro y fue explorador civil en las campañas del Quinto de Caballería contra la resistencia india al oeste del Mississippi. Pronto se ganó una buena reputación como conocedor del terreno y de las costumbres nativas. Su figura fue inmortalizada en folletines y novelas de su tiempo, de la mano de W.W. Beauchamp y de Ned Buntline. Su vida ha sido también llevada al cine y recientemente, incluso, se le ha podido ver en exposiciones de fotografías y carteles antiguos que conmemoraban su paso por la Exposición Universal de 1889 en París, y en un espectáculo circense en Barcelona.
Henry Brooks Adams (1838-1918) fue un hombre de letras e historiador estadounidense. Siendo parte de la élite bráhmana de Boston y descendiente de dos presidentes, fue educado con cierta aversión hacia la política norteamericana de su tiempo. De joven fue corresponsal y editor de un periódico, exigió reformas sociales y políticas, pero se vio desilusionado con un mundo que él describía como desprovisto de principios. Esa pérdida de fe la reflejó en su novela Democracy: An American Novel (1880). Su estudio sobre la democracia de Estados Unidos, culminó en su History of the United States of America (1889–1891) de nueve tomos, la cual recibió elogios inmediatos. En Monte Saint-Michel and Chartres (1913), describió la concepción del mundo medieval manifiesta en su arquitectura. Pero, sin duda alguna, The Education of Henry Adams (1918), es su obra más conocida y una de las autobiografías más sobresalientes de la literatura occidental, donde plasma sus conflictos con las incertidumbres del siglo XX.
Florecieron asimismo los escritos de Francis Bret Harte (1836–1902) famoso poeta estadounidense y cronista, además de escritor de relatos sobre la vida de los pioneros en California. Este escritor nació en Albany (Nueva York) y perdió a su padre siendo aún muy joven, por lo que tuvo que ponerse a trabajar a los quince años; se mudó a California con su madre en 1853, trabajando como mensajero, minero, tipógrafo y maestro de escuela. Llegó a ser periodista e incluso diplomático, lo que le permitió ejerce como embajador y trasladarse a Gran Bretaña, donde viviría hasta su muerte. En Gran Bretaña conoció al famoso escritor inglés Charles Dickens, con el que entabló una buena amistad. Harte murió en Surrey a los sesenta y tres años. Con fama de bebedor, bohemio, sablista y mal pagador, sus primeros trabajos literarios aparecieron en la revista The Californian. Dirigió el Overland Monthly. Se hizo famoso con un poemario, The lost Galleor and Other Tales (1867), hoy olvidado, pero su fama perdura a través de sus cuentos en prosa, en los cuales forjó, parodiando el estilo y la visión del mundo solemne y mendaz de James Fenimore Cooper, la iconografía del Far West y del Destino manifiesto: el ganadero, las diligencias, los bandidos, los pueblos mineros, los saloones atestados, los tahúres, los ganaderos y vaqueros, los sheriffs, las chicas, los pioneros (primeros colonos), los indios… El relato del Far West haría luego fortuna en el cine y su estilo irónico e impresionista prefiguraría la prosa americana posterior. Puede inscribirse en un cierto Realismo costumbrista con ciertas dosis de Romanticismo. Entre sus obras se encuentran Condensed Novels (1867), The Luck of Roaring Camp (1870), Plain Language from Truthful James (1870) y Poems (1871).
O’Henry (1862-1910) era el seudónimo del escritor, periodista, farmacéutico y cuentista estadounidense William Sydney Porter. Se le considera uno de los maestros del relato breve, su admirable tratamiento de los finales narrativos sorprendentes popularizó en lengua inglesa la expresión “un final a lo O. Henry” (Twist at the end of a story), esto es, cuando al acabar su lectura resultaba increíblemente sorprendente. Uno de sus relatos, Whistling Dick’s Christmas Stocking (1899), llegó a ser publicado por una conocida revista de la época: el McClure´s Magazine. Cambió su nombre tras una estancia en la cárcel y se hizo llamar William Sydney Porter, acaso con la intención de borrar las sombras de su pasado. Se trasladó ese mismo año a Nueva York en donde vivió hasta su muerte. En Nueva York, la ciudad que el escritor amaba y escenario de muchas de sus narraciones, O. Henry obtuvo el reconocimiento por parte del público, aunque su relativa fama y su éxito literario nunca le brindaron un bienestar económico, en gran medida debido a su afición a la bebida. Entre 1903 y 1906 escribió una historia a la semana para el New York World. O. Henry, uno de los más grandes maestros del relato corto, murió en 1910 a causa de una cirrosis hepática. Se celebró su funeral en New York City, y después fue enterrado en Asheville, Carolina del Norte. En la mayoría de los mejores cuentos de O. Henry, escritos en los primeros años del siglo XX, se valora principalmente el final imprevisto y los giros repentinos de la trama al final del relato. Muchos cuentos tienen lugar en la ciudad de Nueva York y retratan personajes normales y corrientes (dependientes, policías, camareras). El escritor supo captar a la perfección el sabor de su época y de sus circunstancias. El toque del escritor para aislar cada elemento de la sociedad, describiéndolo con suma parquedad y gracia lingüística, era inimitable. Son muy conocidas sus antologías Heart of the West (1909), The Four Million (1906) y Of Cabbages and Kings (1923) en las que exhibe algunos de sus mejores relatos. En las narraciones breves de O. Henry se han querido ver prefigurados algunos de los grandes personajes de la escena literaria estadounidense como J. D. Salinger, Truman Capote, Tom Wolfe, Raymond Carver, etc. En Estados Unidos se creó en su memoria el famoso premio O. Henry Awards de cuentos, uno de los más importantes del mundo. Premio que han recibido, entre otros, los escritores William Faulkner, Dorothy Parker, Flannery O’Connor, John Updike, Truman Capote, Raymond Carver o Saul Bellow. Tras su muerte aparecieron las siguientes colecciones de cuentos: Sixes and Sevens (1911), Rolling Stones (1912), Waifs and Strays (1917), O. Henryana (1920), Letters to Lithopolis (1922), Postscripts (1923), O. Henry Encore (1939).
Stephen Crane (1871-1900) fue un escritor y periodista estadounidense, muy influyente en la literatura del siglo XX. Hijo de un matrimonio perteneciente a la Iglesia Metodista, en 1890 se trasladó a Nueva York para trabajar por su cuenta como reportero de los barrios bajos, trabajo que junto a su pobreza le proporcionaría material, sin duda suficiente, para su primera novela: Maggie: A Girl of the Streets (1893). La publicó con seudónimo y tuvo que costeársela él mismo. Le mereció los elogios de varios escritores, pero no tuvo éxito comercial (hoy es un clásico). A ella la siguió The Red Badge of Courage (1895), un relato fuertemente lírico y realista sobre la guerra civil estadounidense, que sigue siendo reconocida internacionalmente como un estudio psicológico, certero y profundo de un joven soldado. En la novela describe cierto episodio de la guerra civil desde dentro. Esta obra, de constantes reediciones, fue llevada al cine por John Huston. A pesar de que nunca vivió experiencias militares, la descripción de las duras pruebas de combate que revelaba en su obra (basada en documentación e imaginación), indujo a varios periodistas estadounidenses y extranjeros a contratarle como corresponsal en la Guerra de los Treinta Días (guerra greco-turca de 1897) y en la Guerra hispano-estadounidense (1898). En 1896 el barco en el que viajaba, acompañando a una expedición de Estados Unidos a Cuba, naufragó y estuvo cuatro días a la deriva, lo que a la larga le ocasionaría tuberculosis. Plasmó estas experiencias en el libro de cuentos The Open Boat and Other Tales (1898). En 1897 se estableció en Inglaterra, donde hizo amistad con los escritores Henry James y Joseph Conrad, quien alabó su gran novela. Poco antes de su muerte apareció el que es probablemente su libro más popular, Whilomville Stories (1900). El naturalismo de Crane no es tan desesperado como el de Émile Zola y se halla además transido de un fuerte lirismo. Escribió un total de doce libros hasta morir de tuberculosis, a la temprana edad de 28 años, en Badenweiler (Alemania). Una sátira del temperamento romántico que dejó inacabada, The O’Ruddy, fue concluida por Robert Barr y se dio a conocer en 1903.
J. Oliver Curwood (1878–1927) fue un narrador de novelas de aventuras estadounidense. Licenciado en Periodismo en la Universidad de Michigan, Curwood comenzó a trabajar como reportero para el Detroit News-Tribune. Publicó su primer relato en 1900 y pasaría a convertirse en uno de los escritores más populares de Estados Unidos de la década de 1920. Después de una visita a Canadá, comenzó a escribir novelas y se convirtió en un ferviente conservacionista. La mayoría de sus obras son aventuras al aire libre y muchas de ellas se convirtieron en best-sellers que dieron lugar a posteriores películas. Curwood se convirtió en un hombre muy rico y construyó el Castillo Curwood en su ciudad natal, al estilo de los châteaux franceses. Actualmente su castillo es un museo local. Curwood murió de peritonitis, que se cree pudo ser causada por una picadura de araña. Entre sus obras más celebradas destacan The Courage of Captain Plum (1908), The Gold Hunters (1909), The Valley of Silent Men (1911), The River’s End (1919), The Flaming Forest (1921) y The Black Hunter (1926). Su novela The Grizzly King (1918) fue llevada al cine en 1988 por el director francés Jean-Jacques Annaud.
Jack London (1876-1916), escritor cuyo nombre completo era John Griffith London, que a pesar de haber vivido sólo cuarenta años, con una existencia constantemente agitada, con numerosos y largos viajes y no menos duraderas aventuras, dejó publicadas unas cincuenta novelas, infinidad de narraciones cortas y gran número de crónicas y artículos periodísticos. Nacido en San Francisco, Estados Unidos, en 1876, se asegura que fue hijo ilegítimo de W. H. Chaney, astrólogo charlatán ambulante. Criado en el seno de una humilde familia de granjeros, el famoso escritor asistió a la escuela sólo hasta los catorce años. Luego, sin residencia fija, ejerció de vendedor de periódicos, pescador de ostras, lavandero y otros oficios. A los dieciséis años, como grumete a bordo de un velero, viaja hasta Japón. Inmediatamente después forma parte de un grupo de cazadores de focas en el mar de Bering. De vuelta a su patria, recorre varios estados de ella y parte de Canadá. A los veinte años y por espacio de seis meses, completa sus estudios en la Universidad de California. De regreso a Oakland, desarrolla una activa campaña en favor de la ideología socialista. Aunque parezca contradictorio, entre sus lecturas preferidas están Spencer, Darwin, Marx y Nietzsche; a la vez que se siente animado por un espíritu de rebeldía contra toda opresión e «inflamado de democracia» —tal como él escribió en una de sus novelas, o sea «aflame with democracy»—, no disimula su entusiasmo al exaltar la fuerza y su valor moral, y las ventajas del superhombre gracias a un retorno a la naturaleza. Esta diametral oposición ideológica será la constante en su producción literaria. Al año siguiente de sus estudios en la Universidad de California, Jack London se halla en Klondike, Alaska, en compañía de unos buscadores de oro. Al regresar de aquella aventura frustrada en cuanto a metal precioso se refiere, recorre desde sus orígenes hasta el interior de los Estados Unidos el gran río Yukon; auténtica odisea que le permite escribir una de sus más singulares series de narraciones cortas, que se publican con extraordinario éxito en el Overland Monthly y el Atlantic Monthly. Consecuencia de su estancia en Alaska y también del referido largo recorrido por el Yukon, será su primera novela, The Son of the Wolf (1900), recibida por el público y la crítica con el mismo gran entusiasmo con que eran leídas sus narraciones cortas. Estimulado por el éxito, emprende una fecunda, aunque breve, carrera novelística que a no tardar le convierte en uno de los escritores más populares y ricos del mundo. Sin dejar de lado sus colaboraciones periodísticas, de su pluma van saliendo unas tras otras sus novelas hasta el último año de su vida. En 1902 se traslada a Londres y, viviendo en uno de los barrios más pobres de la capital inglesa, vestido de harapos, se mezcla entre las gentes. Reflejo de esta experiencia es la novela que publicó un año después, The People of the Abyss (1903), acusador documento del contraste entre la miseria suburbial y la pujanza de la gran metrópoli. A continuación publica The Call of the Wild (1903), una de las obras que mayor fama le proporcionaron. Característica de su saber narrar singulares aventuras sobre el fondo del norte americano, que tan bien conoció y acertó a incorporar a la literatura universal, esta novela constituye una de las muestras más genuinas del estilo ágil y directo del autor. Con hombres de naturaleza exaltada y primitiva, y animales, como el perro Buck, de naturaleza aún más rudimentaria, quiso y supo imponer la libertadora llamada de la Naturaleza. Tras la publicación de The Call of the Wild, London marchó a Manchuria como corresponsal de guerra en la contienda ruso-japonesa. Posteriormente viajó por los mares del Sur y regresó a su país añadiendo nuevos títulos a su producción novelística, tales como: The Sea Wolf (1904), White Fang (1906), The iron heel (1908), Martin Eden (1909), John Barleycorn (1913), The Valley of the Moon (1913), The wanderer of the Stars (1915), The Little Lady of the Big House (1916). Sin embargo, el propio London decidió terminar fatalmente con su brillante carrera literaria y su prosperidad económica al suicidarse mientras pasaba una temporada en Glen Ellen, California. Fue en el año de 1916. (“E.P.”, 1982).
En la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX, la literatura estadounidense manifiesta ya unas características muy bien definidas: entusiasmo ante la vastedad de un continente, expresado en la obra de sus escritores, e intensidad del tiempo debida a una historia inmediata que da relieve a las resonancias del presente y las dilata.
BIBLIOGRAFÍA
AA.VV. Diccionario Enciclopédico Salvat (20 vol.), Salvat Editores, S.A., Barcelona, 2004.
AA.VV. Historia Universal, Salvat Editores, S.A., Barcelona, 2004 (24 vol.) Enciclopedia ilustrada en 24 volúmenes, que contienen 10.500 páginas, 350 mapas, 9.500 fotografías y numerosos gráficos y cronologías de cada época. Editados por Salvat, cada libro tiene más de 500 páginas. En cada uno de los 24 tomos aparece al inicio el índice temático del volumen. Además, el último tomo contendrá un gran índice general de nombres propios, lugares geográficos y conceptos más relevantes aparecidos en la obra, para facilitar su búsqueda en las más de 500 páginas que conforman cada volumen de este gran esfuerzo editorial. Para este trabajo: Vol. 16.- El Impacto de la Revoluvión francesa: Franceses e ingleses en Norteamérica. Independencia de Estados Unidos (pp. 54-103), La Constitución de Estados Unidos. La doctrina Monroe (pp. 302-350) y La fiebre romántica (pp. 440-512) / Vol. 17.- El siglo XIX en Europa y Norteamérica: Creación del Imperio británico (pp. 314-369) y Desarrollo y consolidación de los Estados Unidos (pp. 468-512) / Vol. 20.- Fin de siglo y Las claves del siglo XXI: Los nuevos modelos culturales (pp. 100-164); El proceso de globalización (pp. 165-216) y Los caminos de la memoria (pp. 464-512) / Vol. 21.- Atlas Histórico (pp. 154-157, 240-243, 256-259, 280-284, 306-309, 314-317, 326-329, 366-369, 374-377, 386-389, 394-398, 466-468, 494-497) / Vol. 22.- Diccionario de Términos Históricos I / Vol. 23.- Diccionario de Términos Históricos II / 24.- Cronología Universal.
ELLIOT, E (ed.) Historia de la literatura norteamericana. Cátedra, Madrid, 1991.
PAVESE, Cesare. La literatura norteamericana y otros ensayos (prólogo de Italo Calvino). Editorial Lumen, Barcelona. 2008. 456 pp. 
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